domingo, 14 de noviembre de 2010

¿QUIÉN SOY YO? Y ¿CUÁL ES MI ÚLTIMA METAFÍSICA?

Por Rogelio Zambrana.

Nota: Las palabras entre corchetes son anotaciones del Dr. Jorge Alvarado, actualmente, profesor de Metafísica en la Universidad Centroamericana de Nicaragua. Dichas anotaciones, considero, hacen del ensayo un buen elemento para reflexionar.

Antes de contestar directamente a las preguntas ¿quién soy yo? y ¿cuál es mi última meta física? quiero expresar ciertas vicisitudes con que me topo para quedar satisfecho con mi respuesta; si con la respuesta que  poseo y que es mía, tengo problemas, ahora con la que pueda reflejar en este papel, aun más. Sin embargo, estoy claro que con esta pre-respuesta estoy dando ya una respuesta, quizás más clara que con la que pueda terminar.

Existen en mí prejuicios. Los prejuicios son de hecho partes de mi metafísica. Son estructuras u "órdenes" que me ayudan a ubicarme en el mundo natural [que no deja de ser social] y el mundo social (que no deja de ser natural por ello). Es más, los prejuicios son los que forman mis juicios, sin ellos no pudiera ni pensar, quizás, a lo mejor son los arquetipos de los que hablaba Jung, los cuales pertenecen a nuestra naturaleza [Psico] física. Pues bien, estos prejuicios naturales quizás sean impulsos instintivos que se reflejan luego en la a veces traslúcida u opaca conciencia o pensamiento (conciencia en movimiento) en forma de intuiciones. Digo traslúcida y opaca porque nuestra mente…, mi mente está condicionada, evidentemente condicionada. Según elimine condicionamientos estará más traslúcida que opaca. [¿Esto mismo, no es prejuicio, tal vez un pre-prejuicio?] Estos condicionamientos serían prejuicios de segundo nivel, los prejuicios que conocemos por su mismo nombre: aquellas ideas que nos formamos antes de la experiencia, sea por efectos del medio o por las circunstancias. Sin embargo, no afirmo o niego la verdad o falsedad de los prejuicios, no más que su realidad y efectividad.  Ahora, ¿en qué sentido afectan mis propios prejuicios el dar una respuesta de lo que yo soy? Afectan la totalidad de mi respuesta, en el sentido de que pienso que soy lo que pienso que soy por mis prejuicios; pero a la vez, no puedo expresar totalmente lo que pienso que soy por mis prejuicios, porque estoy condicionado por mi naturaleza, en los instintos y capacidad de reflexionar, y por los condicionamientos del medio en el que me muevo. En este sentido, pienso que soy más de lo que pienso ser, o distinto de lo que pienso ser. En otras palabras, no puedo dar una definición real de lo que soy, porque estoy totalmente prejuiciado. [De nuevo: ¿no es un prejuicio pretender que solamente sin prejuicios se puede “alcanzar” la realidad? Tal vez no se trata de “alcanzar” intencionalmente y desprejuiciadamente la realidad, porque ya estamos en ella con nuestros once sentidos vivos (y esto no es un prejuicio sino algo sensacional, en el doble o triple sentido de esta palabra)] Soy ser humano, pero, porque ya me hice la idea que soy ser humano, y pienso, porque mi naturaleza me ha facultado para pensar, pero no me convence de que lo que entiendo por pensar sea real, que lo sea realmente. Dicho de otra manera, pienso pero no puedo expresar la realidad del pensamiento como realmente es. Para concluir la idea, pienso que lo que pueda pensar no es conocimiento puro de la realidad, no más que una interpretación. [Lo cual es otra interpretación… porque el círculo hermenéutico es irrompible… para el logos] Esto quiere decir que la realidad es algo más que lo que pueda pensar de ella, incluyéndome a mí como realidad. Siguiendo esta interpretación, supondría, como de hecho es, que hay una realidad verdadera que escapa de mis facultades, que sin embargo, no podría ser de otra manera [tal vez son las “facultades” quienes escapan de ella]. Y también, que puedo aprehender lo que no soy yo, como si fuera yo, de una manera aparentemente real, y que contribuye, a pesar de eso, al desarrollo de mi naturaleza.

Otro de los obstáculos que diviso antes de contestar esta magna pregunta está relacionado con el anterior, nada más que más acá, a la conciencia (entendiendo conciencia como lo actual de mi pensamiento reflexivo): es el qué tanto puedo ser sincero con mi respuesta. La sinceridad es lo que me mueve a filosofar y a contestar esta pregunta, y a señalar dichos obstáculos. La sinceridad es el concepto más adecuado que encuentro de verdad. Es una verdad mucho más próxima a mi persona que la simple adecuación entre las cosas y el pensamiento. [Esta supuesta adecuación es una interpretación, y no muy sustanciosa por cierto] La sinceridad es sentir la verdad como una completitud existencial; tampoco es una experiencia moral en el sentido de hacer lo correcto, sino, existencial, en el sentido de hacer lo que es. Ahora, tomando en cuenta que la verdadera realidad escapa de mis facultades, lo que es, significa lo que es más semejante a mí, más próximo a mi realidad personal. En este sentido, la sinceridad tiene que sobresalir ante la variabilidad de mi estado de ánimo, y los condicionamientos de mi historia personal. Sin embargo, por ello, efectivamente no puedo estar siempre seguro de mi sinceridad, y no sé si podré estarlo en algún momento; sin embargo, este sentimiento, no carece de sinceridad. 

Otro de los obstáculos es el pudor: la vergüenza de la desnudez de mi posible respuesta que quiere ser sincera. Vergüenza que se origina por la reverencia que poseo hacia usted, lector; y por la revelación de lo más personal que pueda llegar a poseer en mi vida. Vergüenza que no es propia de este momento en que hago un intento de contestar esta comprometedora pregunta, sino, propia de mi continuo vivir. Quizás no es el caso de otras personas, pero sí de mi persona. Por lo tanto, admito el deseo de reservarme lo que es mío, mi tesoro incalculable, el cual unas veces parece solamente arena parda y seca, y otras veces un conjunto de las joyas más bellas que jamás se han visto. Lo que quiero decir es que además de querer guardar para mí lo que es solamente mío, como puede ser mi última meta física, me desconcierta el sincero saber que sigo siendo incrédulo de lo que pueda ser mi respuesta, porque es una respuesta en movimiento, continuamente cambiante, y no hacia una meta, sino movida por el azar [tal vez movida por la misma meta última… porque, como decía Anatole France, azar es el nombre de Dios cuando no quiere firmar]. Sin embargo, no me quita el derecho de poder contestar a la pregunta, aunque sea una respuesta atrevida y tímida a la vez.

¿Quién soy yo? Es una pregunta compleja pero a la vez muy concreta, como no pocas preguntas; pero más por la intencionalidad de la respuesta que por lo complejo del contenido. La intención que hay en captar –por no decir definir–, lo que es mi propio ser, –por no decir tan siquiera mi persona, que ya es de hecho una respuesta–. Consiste entonces en captar lo que soy. Tengo contenidos para poder responder, pero no me sirven para captar el ser, no más para agrupar en pocas palabras lo que son la totalidad de mis etiquetas; una representación de mí. Como puede ser, que soy cuerpo, que tengo tantos sentidos; que soy un ser social, una especie animal catalogada en las listas de los biólogos y antropólogos como Homo Sapiens Sapiens; que poseo un psiquis con tal cantidad de substratos o que soy un ser espiritual y religioso capaz de trascendencia. Por ello, mi intento será la captación del ser, no el dar una definición según la tradicional sistematización de los contenidos común a las ciencias y otros bancos de conocimientos establecidos.    

De hecho, ya la pregunta misma, al decir quién soy, me indica que soy alguien y no una cosa, un qué. Pero bien, soy alguien, no una cosa. Alguien es una cosa que sabe que es cosa, por eso se arroga el derecho de cambiarse a alguien por cosa. Alguien es algo que es consciente de sí mismo. Sin embargo, lo usamos también para referirnos a algos que pensamos que son conscientes de sí mismos, aunque no porque vivamos su conciencia, sino por semejanza a nuestra conducta: los otros. Los otros (sus conciencias) son impermeables, intransferibles, incomunicables a nuestras conciencias como actos de ser (de sus experiencias de conciencias), solamente por experiencia de semejanza con nuestra conducta, propias de seres de conciencia, hacemos acto de fe de su veracidad (como conciencias). [¿Y si lo que llamamos “conciencia” es un relato, una narrativa que otros me han enseñado a narrarme a mí mismo? Parece que los otros “yo” han estado, están y estarán en “mi yo” como condición de posibilidad real. Los otros “yo” están en mí antes que “yo” haya podido decir “yo”...]

Bien, soy alguien porque soy consciente de que soy. En lenguaje ("soy" también lenguaje, porque tengo la capacidad de adquirirlo), mi existencia se manifiesta así: soy una individualidad que a veces quiere ser totalidad; soy una finitud que a veces quiere ser infinitud. [¿Y si fuéramos una infinitud buscando de-finirse?] Soy un ser que desea y deja de desear; que quiere y deja de querer, que ama la vida y otras veces intenta amar a la muerte sin terminarla de amar lo suficiente. Soy un ser insatisfecho, que quiere sutilmente imponerse sobre la vida, que es inagotablemente agotable. Soy un ser en movimiento, lleno de contradicciones que se sobreponen continuamente.

El tiempo me lleva consigo, y el espacio tampoco me suelta. Soy finito. Pero pienso y siento la infinitud que me seduce, donde el tiempo deja de correr y el espacio se vuelve trasparente. Todo se vuelve una misma cosa conmigo. Quizás sea una realidad o experiencia virtual, pero al fin, es una realidad. Mi memoria es como un álbum fotográfico casi ilegible, que señala más o menos por dónde he pasado y cómo lo he hecho; principalmente me recuerda que he existido de otras formas; además de ubicarme en el ahora que deja inmediatamente de serlo, me señala por dónde puedo seguir, lo que se me viene encima. Pero no dejo de ser un punto en cualquiera de los casos. Soy único. Una individualidad entre lo que me irrumpe la conciencia: un mundo y los otros. Un mundo lleno de otros con estructuras, sistemas, orden, que me retan a adaptarme y sobrevivir, o si no, morir. No me di la existencia, la existencia se me impone a sí misma, pero no me le quejo, al contrario, la cuido como mía, hasta donde la pueda considerar mía.

A pesar de todo esto, me incrusto en la vida (mundo y otros). La vida es mi última metafísica, porque es lo que tiene significado, o lo que quiero que tenga significado. Mi existencia y mi forma de verla a ella, es trágica, pero porque sola ella carece de significado; ni siquiera es un problema. La vida, que es la síntesis entre mi existencia, el mundo y los otros, es pues, mi última metafísica, porque en ella mi existencia se traduce (adquiere significado) y desarrolla a la vez. Lo que la vida me siga proponiendo será lo que en fin viviré, y lo que desde mi libertad le proponga a la vida, será lo que yo seré. Al final de mis días, seré un recuerdo, entre lo que la vida me propuso y lo que yo le propuse a la vida, una síntesis entre ambas.

En fin, soy alguien existencialmente sorprendido por la gratuidad de la existencia; exigido y comprometido con la vida, como mi última meta física.


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