viernes, 24 de abril de 2009

AMERICAN BEATUY


American Beauty
Por Rogelio Zambrana

La película “American Beauty” expone la trágica e irónica vida de una familia norteamericana de clase media. Es una parodia de lo que ocurre con muchas de las familias de la misma clase social y cultura. Del guión de Alan Ball, Sam Mendes hace una obra maestra de la ironía humana; en medio de lo ordinario y aparentemente absurdo de la vida, revela el misterio humano allí encerrado. El mensaje de fondo de toda la cinta es que lo ordinario es más bello de lo que parece.

La cinta tiene importantes bases antropológicas, sociales y psicológicas: la existencia, el misterio de la belleza, la búsqueda de la felicidad, el amor, la libertad, la muerte, etc. Relucen también los temas de la familia, el matrimonio, el consumismo, la dinámica empresarial, la importancia de la imagen corporal, el éxito profesional, entre otros.

Lesther Buenham, el padre de la familia protagonista, era un hombre pasivo, indiferente, despreocupado, alguien ordinario, hasta que se sintió atraído por la adolescente Ángela, mejor amiga de su hija Jane. De esta atracción libidinal- estética, Lesther sostuvo un cambio conductual- emocional y hasta existencial. En otras palabras, de ser ordinario, idiota y aburrido, pasa a ser innovador y desvergonzado; además se preocupa por su imagen corporal. Psicológicamente es un hombre más joven. Pero algo interesante, no deja atrás los valores familiares, manifiesta al contrario, una renovación en sus sentimientos afectivos. Ángela inspiró un cambio en su vida. Para Lesther ella es la belleza: aquel sentimiento de trascendencia que vuelve todas las cosas buenas y especiales. Pero esto no sucedió, sino hasta que Lesther vio a través de ella, descubriendo la verdad de su persona. Sucede que Ángela tenía déficits afectivos. A pesar de su belleza física, difundía una falsa imagen de sí. Ángela logró también verse a sí misma, conocer su estado psíquico y moral en el respeto y acogida que Lesther le ofreció.

Otro personaje interesante es Ricky, hijo del Coronel retirado Frank Fitts, vecinos nuevos de la familia Buenham. El joven vive una situación difícil: su padre es homófobo y deprimente, no le importa golpear a su hijo. Su madre está psíquicamente enferma, quizás por represión de su marido. Ricky consume y vende marihuana. Parece ser que en su abrumadora situación Richy tiene una ruta de escape además de la droga: es un grabador de videos aficionado, y ha descubierto la belleza dentro de cosas aparentemente desagradables como un animal muerto, o en algo tan sencillo y común como una bolsa tirada por el aire. Él se enamora de Jane, hija de Lesther; puede ver en ella algo especial, a pesar que no es tan atractiva para otros.

La belleza está en lo “imperfecto”, hasta en la muerte: la verdadera libertad. Lesther es asesinado por Frank Fitts, por casuales malos entendidos. Las palabras finales de un Lesther muerto expresan mejor lo dicho anteriormente:

“Sé que podría estar bastante enfadado por lo que me pasó, pero es difícil estar enfadado cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la viera toda a la vez y es demasiado. Mi corazón se llena como un globo que está a punto de estallar... y entonces recuerdo que tengo que relajarme y no intentar aferrarme a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no puedo dejar de sentir gratitud por cada simple momento de mi estúpida y pequeña vida... No tienes idea de lo que estoy hablando, pero no te preocupes, algún día lo sabrás”.
Noviciado Loyola, 2009.

FE Y JUSTICIA


FE Y JUSTICIA


Por Rogelio Zambrana

Antes de ingresar a la Compañía de Jesús, el binomio fe y justicia y sus implicaciones eran parcialmente desconocidas para mí. Recuerdo bien que en el campamento vocacional de candidatos del dos mil seis, en Santa María Chiquimula, Guatemala, el P. Ignacio Lange S.J. nos llevó una serie de revistas ignacianas para que leyéramos y luego expusiéramos a todos, entre ellas había una que trataba de este misterioso binomio. Fue tanta la impresión que me dio el ver esas dos palabras juntas que no dudé en apartar la revista para mí. Recuerdo que devoré la revista y la expuse tan bien a los demás, que me gané una buena reputación como expositor. Ahora me doy cuenta del porqué del reconocimiento de mis compañeros.

En dicha ocasión, contaba con mi experiencia eclesiástica. Los tres años que estuve en el Seminario no me habían mostrado explícitamente que la fe implica en sí misma la promoción de la justicia social como una pastoral puntual, indirectamente claro que sí. Pero me encuentro con una Orden religiosa que ha optado por la promoción de la justicia, y al mismo tiempo se hace acreedora de una rica experiencia espiritual. Eso causó en mí un asombro lleno de curiosidades y a la vez cuestionador. Pero no estaba tan desubicado, más bien compartía el pensamiento de la mayoría de los católicos. Consideraba a la fe como el producto de mi experiencia con Dios, y la justicia, no más que la caridad, y como mucho, una iluminación a la realidad social a la luz del Evangelio. Pero ver a una Iglesia comprometida con la gente oprimida por las estructuras sociales, y con planes concretos para apoyar su proceso de liberación, me era algo novísimo. Es más, me causaba alegría conocer esa parte de mi Iglesia.

Desde ese momento aprecié más a la Compañía de Jesús, porque me era tan racional que la fe implicara la promoción de la justicia. Pero bien, no todo fue agrado. Desde la vez de mi exposición, pude ser conciente de las grandes dificultades que conlleva esta forma de ver nuestra misión, que no son distintas a las dificultades que pasó Jesús en su ministerio en la tierra, ya que precisamente es Jesús la raíz de nuestra forma de proceder. Las dificultades se agravan, ya que el trabajo queda en manos de hombres débiles como yo mismo.

Pero lo más importante, ¿qué es para mí justicia? Lo justo parte de una realidad concreta, brota de una situación de insatisfacción, inconformidad, reclamo, en otras palabras, de una situación de negativa, de una negación de la vida, principio positivo absoluto. Como bien se sabe, la vida humana y sus manifestaciones es aniquilada de diferentes formas, es lo que podemos llamar factor negativo o de muerte. Pues bien, el clamor de la vida ante la injerencia del factor muerte es lo que yo llamo justicia. Lo que quiero decir es que la justicia no es algo abstracto que se construye de principios universales, es algo más vivo, es una voz humana, una lágrima humana, un esfuerzo humano por lo justo, por la vida. La justicia por tanto, es ante todo, la defensa de la vida y sus manifestaciones. ¿Y no es acaso la fe, la manifestación más significativa de la vida? Ahí su relación y su profunda unidad e implicación.

Jesús dijo y sigue diciendo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10, 10). Aquí se abre un dilema, quizás la causa de que la fe y justicia se vean muchas veces como conceptos aislados. ¿Qué vida nos vino a dar Jesús? ¿Una vida eterna asegurada en el Paraíso, o una vida plena desde ya en la tierra? Al menos la primera es cierta de primeras, pero no puede ser posible que nuestra vida actual sea un continuo morir, una agonía dilatada, una negación de la vida, como si nuestra vida terrena estuviera disociada con la vida celestial que nos espera. ¿No es acaso la misma vida? Pues bien, Jesús sigue siendo nuestro paradigma. Él trató de hacer la vida de los que estaban a su alrededor más digna. Curó enfermos, alimentó multitudes, pero sobre todo, trataba a los demás con respeto y cariño. Defendió a la mujer adúltera, a los niños, sacó de la ignorancia a mucha gente, incluyéndome a mí. Ilustró con su ejemplo el Reino de Dios, infundió un mensaje de esperanza, y sobre todo nos amó hasta el extremo. Evangélicamente es evidente que Jesús parte de un cambio en el corazón del hombre para promover la justicia, lo demás es secundario. La Congregación General XXXII lo dice claramente también: “No es suficiente trabajar en la promoción de la justicia y en la liberación del hombre en el plano social, debe ser atacado por nosotros desde la raíz, el corazón del hombre”.

Desde una crítica constructiva a la fuerza política- religiosa de su tiempo, siempre enfocada al cambio del corazón del hombre, Jesús promocionó la justicia, encarnando en sí mismo el clamor de los oprimidos, de los afectados, de los ignorados, marginados y minusvalorados, e hizo tan pública su demanda que todos, romanos, griegos y judíos, pudieron leer su sentencia de muerte en la cruz.


NOVICIADO LOYOLA, 2009.