viernes, 3 de diciembre de 2010

FENOMENOLOGÍA DEL AMOR

Por Rogelio Zambrana

La fenomenología –iniciada por Edmund Husserl–, es un método de conocimiento por medio del cual, se pretende obtener un conocimiento absoluto. (Cfr. Zubiri, 1992: 233) No es un método científico en cuanto no explica la realidad desde una parte específica de ella misma. Pero sí es ciencia en cuanto es un método riguroso y sistemático que busca el saber. La fenomenología "comprende" –no explica– la realidad (Cfr. Zubiri, 1992: 221). Para ello, suspende la validez de las creencias sobre la realidad. (Cfr. Zubiri, 1992: 218) Reduce el mundo real, lo fáctico –objeto de las ciencias– a idea (su configuración interna desde la conciencia) (Cfr. Zubiri, 1992: 218). Víctor Frankl en El hombre en busca de sentido dice: la vida se trata no de dar sentido, sino de encontrar sentido. (Frankl, 1988) Esta interpretación se asemeja a la fenomenología en cuanto pretende comprender los fenómenos desde los fenómenos mismos dados a la conciencia. Las ciencias lo que hacen es dar un sentido a los fenómenos por la explicación causa-efecto, que no ofrece de hecho un saber absoluto sino parcial. Para explicarlo mejor, Zubiri pone el siguiente ejemplo: la visión de un amigo no me da más que a ese amigo. Pero reducida a fenómeno, esta visión me da algo más, me da la visión, por ejemplo, de lo humano (Zubiri, 1992: 231). ¿Cómo llegar a ese saber absoluto? ¿Qué es el amor según este método?

Como hemos visto, la conciencia es el lugar donde se manifiestan los objetos de conocimiento. Toda conciencia es conciencia de algo, y este algo es el fenómeno que se da en aquella conciencia –dice Husserl (Cfr. Zubiri, 1992: 216). Pero la esencia de la conciencia es ser intencionalidad, la conciencia está dirigida. Por ello, el fenómeno y la conciencia no establecen una relación pura, sino que la conciencia de algún modo, prefija el fenómeno. La conciencia hace que haya objeto intencional para ella, y lo hace desde ella misma. (Cfr. Zubiri, 1992: 228) En otras palabras, la intencionalidad es el fundamento de la posibilidad de toda manifestación objetiva para mí, como esencial, como absoluta. (Cfr. Zubiri, 1992: 228; 231).

Toda conciencia, además de manifestar su objeto, es un yo puedo hacerlo más manifiesto…  El poder intencional es esencial al yo; todo yo es no sólo un yo intuyo, sino un yo puedo intuir (Zubiri, 1992: 234). El yo puedo es la voluntad. La intencionalidad es voluntad. Por lo tanto, la conciencia que es yo puedo, abre un horizonte propio de posibilidades de manifestación para el fenómeno que recibe. (Cfr. Zubiri, 1992: 234)

Ahora bien, la conciencia intencional va constituyendo lo que llamamos vivencias, que forman a la vez, el sistema de la conciencia. (Cfr. Zubiri, 1992: 234). Estas vivencias no están causadas unas por otras, sino motivadas. Importante es saber que hay una motivación pasiva, en la que el motivo es la índole del objeto, y una motivación activa, en el que el yo mismo tiene sus motivos. (Cfr. Zubiri, 1992: 243). [1]

La razón, lo razonable, para la fenomenología, es el sistema de mis evidencias vivenciales; es la construcción del mundo como sentido del yo. (Cfr. Zubiri, 1992: 244-245). Estas evidencias son intuiciones, o sea, la intención de los objetos inmediata y originalmente dados a la conciencia. (Cfr. Zubiri, 1992: 231) ¿Dónde queda lo irracional? Para Zubiri –según Husserl– la evidencia de que algo es irracional, es la razón de su irracionalidad. (Cfr. Zubiri, 1992: 245)

Ahora, las vivencias afectivas constituyen una experiencia de lo valioso o no valioso de la vida… Y los momentos volitivos van alumbrando principios de acción con que regir la vida; se hallan inexorablemente envueltos en el sentido teleológico de la vida. (Zubiri, 1992: 249) Los afectos son el movimiento de lo valioso en uno. Y lo valioso da sentido.

¿El amor qué es? Dado a la conciencia, el amor es un afecto (no siempre racionalizable), la experiencia de algo valioso. El amor también motiva, da sentido y es principio de acción en la conciencia. Erich Fromm en El arte de amar, dice que el amor es una facultad del ser humano. (Fromm, 1999) El amor orienta el carácter –la intencionalidad– del hombre en su relación con el mundo. Fromm lo dice de esta manera, contrastando el amor como facultad con el amor como objeto amoroso: El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no como un objeto amoroso. (Fromm, 1999) Analizaremos esta tesis.

Los objetos de conocimiento no se manifiestan a la conciencia de forma pura. La conciencia, el sistema de vivencias que la han configurado, y que, junto con las facultades que la subyacen, determinan al objeto. (Cfr. Zubiri, 1992: 228) La conciencia es conciencia de algo, las facultades por lo tanto, no son si no hay un objeto intencional en la conciencia. Es por eso que el amor, aunque sea una facultad, relacionada con lo afectivo y valorativo, sólo es desde el objeto amoroso, el cual es particular y específico.

Entonces, la conciencia no es un recipiente vacío en cuanto está configurada por las vivencias. En la conciencia convergen, también, facultades que le son propias. Las facultades son la voluntad, la inteligencia-razonabilidad, la libertad, la afectividad-valoratividad, que se manifiestan a la conciencia consecutivamente como yo quiero, yo puedo, yo elijo, yo siento-pienso. Desde estas categorías, el amor sería no una facultad, sino una actitud[2] que hace uso determinado de cada una de las facultades: yo amo. En la conciencia el amor se manifiesta entonces como yo amo, que es una forma de querer, elegir, poder, sentir y pensar. ¿Cómo se manifiesta esa forma?

Víctor Frankl, que hace fenomenología del amor en La presencia ignorada de Dios, dice que: El amor es, en verdad, lo primero y lo único, que está en condiciones de contemplar[3] a una persona en su singularidad, de verla como el individuo absoluto. (Frankl, 1995) Para llegar a esto, Frankl hace antes una comparación entre la conciencia y el amor muy significativa. Al igual que la conciencia, el eros, el amor, intuye. Él percibe el ser que todavía no es, pero, no como la conciencia, un ser que debe ser, sino que ese ser que todavía no es, que descubre el amor, es un ser que puede ser[4]. (Frankl, 1995) La conciencia intuye los objetos como fenómenos y les da posibilidades de ser; pero esa posibilidad estará dirigida intencionalmente a conocer lo absoluto del objeto desde el qué y el cómo es. El amor como actitud, el amor manifestado en la conciencia, el amor consciente, afectivamente activo, dirige la conciencia a reconocer al objeto como semejante, como reflejo de la conciencia. Si la conciencia es un yo puedo, el objeto de conocimiento desde el amor, es un tú puedes. Más adelante dice Frankl: Por ser esencialmente intuitivo, irraciona[5]l, y nunca del todo racionalizable: ambos, tanto la conciencia como el amor, sólo tienen que ver con el ser absolutamente individual. (Frankl, 1995) El amor es una intuición[6] afectiva-valorativa del objeto manifestado a la conciencia, reconociéndolo como semejante[7]. 

El amor como actitud, más que ninguna otra actitud, está sujeto al reconocimiento de los otros como semejantes, por lo tanto, como absolutamente individuales. Por ello, para el amor no hay objeto de conocimiento, sino, sujeto[8]. Esto no significa que el amor transforme el objeto, intencional a la conciencia, en alguien; sino que, intuitivamente, la conciencia percibe al sujeto desde que lo reconoce como semejante, como tú. El tú es, entonces, en cuanto es semejante a mi yo. El amor es un yo que se decide por un tú. (Frankl, 1995) Es un yo que quiere a un tú; es un yo que puede y se reconoce a él mismo en un tú; es un yo que siente y piensa un tú. El amor en la conciencia es un sujeto, un tú, que provoca simultáneamente la actitud amorosa, ahora sí, hacia los objetos, el mundo; y hacia los otros sujetos. Por ello, Jung dice que: No se debe mezclar nunca el sentimiento con el amor. Amor es relación. (Jung, 2006) Fromm lo dice así: El amor sólo es posible cuando dos personas se comunican entre sí desde el centro de sus existencias. (Fromm, 1999) Yves Saint-Arnaud en Yo amo, lo dice de esta forma: El amor no existe, solamente hay personas que aman. (Saint-Arnaud, 1988) Y Ovidio en el Ars Amandi, aconseja así: Soldado novicio que te alistas en esta nueva milicia (amar), esfuérzate primero en encontrar el objeto digno de tu predilección. (Ovidio, 2000: 18) Bien, surgen dos preguntas fundamentales: ¿Cómo se manifiesta el tú semejante, el tú amoroso o el amado en la conciencia? O ¿Cómo es la actitud amorosa y su relación con el sujeto amoroso?

Utilizaré como fondo lo que dice el ensayista y poeta Octavio Paz en La doble llama: El amor no busca nada más allá de sí mismo, ningún bien, ningún premio; tampoco persigue una fidelidad que lo transcienda. Es indiferente a toda trascendencia[9]: principia y acaba en él mismo. Es una atracción por un alma y un cuerpo; no una idea: una persona. Esa persona es única y está dotada de libertad; para poseerla, el amante tiene que ganar su voluntad. Posesión y entrega son actos recíprocos. (Paz, 1993: 210)
El amor es un fenómeno complejo porque hace un uso especial de las facultades humanas. Por ser altamente una actitud afectiva no del todo racionalizable –quizás más que cualquier otra actitud­–, se está claro que posee un fuerte arraigo en la natural sexualidad de la persona. El impulso sexual, que tiende a la reproducción de la especie, en el ser humano posee independencia, no como en los animales. Ese impulso en el hombre es consciente, se le vive en la conciencia como amor, y como erotismo. El erotismo es exclusivamente humano: es sexualidad socializada y transfigurada por la imaginación y la voluntad de los hombres. (Paz, 1993:14)  ¿Cuál es la diferencia entre amor y erotismo? Octavio dice que el amor –desde la libertad– es elección; el erotismo, aceptación. Sin erotismo –sin forma visible que entra por los sentidos– no hay amor, pero, el amor traspasa al cuerpo deseado y busca al alma en el cuerpo y, en el alma, al cuerpo. A la persona entera. (Paz, 1993: 33) Más adelante dice que el amor es la  transformación del objeto erótico en un sujeto libre y único. (Paz, 1993: 34) Sintetizando, el erotismo y el amor son distintas manifestaciones de un mismo fenómeno, el reconocimiento de el otro (sujeto) como semejante, uno desde lo sensual y el otro desde lo volitivo-afectivo, pero ambos profundamente relacionados. Pero, tanto el erotismo como el amor son ante todo y sobretodo, sed de otredad (Cfr. Paz, 1993: 28). De una forma muy poética Octavio Paz dice: El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida. (Paz, 1993)

Ignace Lepp en Psicoanálisis del amor dice que: el amor erótico, entre el hombre y la mujer, tendiente a la satisfacción sexual. Este mejor que otro, imprime su sello a la existencia humana. (Lepp, 1960) Y Frankl dice que: El amor es un fenómeno tan primario como pueda serlo el sexo. No es epifenómeno. (Frankl, 1988) Y Saint-Arnaud dice también que: La ausencia de placer puede convertirse en una traba para la libertad, y arruinar la experiencia de amar. (Saint-Arnaud, 1988). La sexualidad, el erotismo y el amor, están relacionados unos con otros, constituyendo un mismo fenómeno: el amar.

El fenómeno del amor como un reconocimiento del otro como semejante, tiene un proceso particular. Ortega y Gasset en Facciones de amor dice que: En el acto amoroso, la persona sale fuera de sí: es a la vez el máximo ensayo que la naturaleza hace para que cada cual salga de sí mismo hacia otra cosa. No ella hacia mí, sino yo gravito hacia ella. (Gasset, 1926) Intuitivamente, el fenómeno del amor se manifiesta como un salir de sí, un afirmarse a sí mismo en cuanto afirma al otro; la persona se deja afectar enteramente por el ser semejante; su valor queda determinado por el valor del ser semejante. Citando a Pfänder, Ortega dice que el amor es: un acto centrífugo del alma que va hacia el objeto en un flujo constante. Y lo envuelve en cálida corroboración, uniéndonos a él y afirmando ejecutivamente su ser. (Gasset, 1926) Sin este ir constante, el amor se debilita. Pero no sólo le corresponde al yo, sino a ambos, al yo y al . Esto es lo especial del amor. El amor es un constante fluir existencial entre un yo y un , a tal punto que se vuelve un nosotros. Ovidio tenía muy claro esto cuando dice: Odio la relación en el que el deleite no es recíproco. (Ovidio, 2000: 62) El amor y sus diferentes manifestaciones, es cosa de dos[10]. Metafóricamente dice algo semejante: Penetrad juntos el puerto. La plenitud del placer se logra cuando los amantes caen vencidos a un mismo tiempo. (Ovidio, 2000: 62) Y por otra parte dice: Cuando la inclinación se divide entre uno y otro amor, la influencia de uno debilita el poder del otro. (Ovidio, 2000: 107) El amor es de dos, un amor particular. San Juan de la Cruz en el Cantico Espiritual dice al respecto que: En las heridas de amor no puede haber medicina sino de parte del que hirióLa herida de uno es de ambos y un mismo sentimiento tienen los dos. (De la Cruz, 2002) Es por eso que el amor se agota cuando se rompe la profunda vinculación que lo constituye. ¿Cómo se llega a romper? Cuando nace el egoísmo en la relación, es la trampa mortal. (Paz, 1993: 211) Acerca de esto, Ovidio aconseja: Despójate del orgullo, ya que pretendas trabar con tu amada lazos perdurables. (Ovidio, 2000: 49) Este orgullo, sin embargo, es muy sutil; puede muy bien esconderse bajo el auspicio de un amor objetivado. La psiquiatra Jane Goldberg, en El Lado oscuro del amor, indica que: El peligro que corremos todos en relación al amor, es que llegamos a enamorarnos de él y no del amante. (Goldberg, 1997)

Como conclusión, el amor es un fenómeno afectivo, también volitivo y electivo hacia una persona (sujeto) que se muestra a la conciencia como semejante. Esta semejanza es alcanzada intuitivamente; y en cuanto atracción, no siempre es racionalizable. Su afectividad es por estar arraigada en la sexualidad, que se manifiesta en el ser humano como erotismo y como el propio amor, ambos, manifestaciones de un mismo fenómeno. El amor reconoce en el amado un ser semejante a él. Este reconocimiento se deriva de la afirmación del propio yo desde el amado. Por ello, el amor es particularmente una relación, no una simple afección. Apenas la relación mengua, el amor desaparece.

Fenomenológicamente, concluyo que el amor es el reconocimiento del yo, desde un que le es semejante: un nosotros. Pero el yo reconocido no es sólo un yo puedo, ni un yo elijo o un yo siento-pienso, sino más bien, un yo que dice: yo soy en cuanto te amo, en cuanto nos amamos. El amor hace que el hombre pueda captar[11] el fenómeno humano en toda su plenitud. Dice Fromm: En el acto de amor, entregarse, en el acto de penetrar en la otra persona, me encuentro a mí mismo, me descubro, nos descubro a ambos, descubro al hombre. (Fromm, 1999) Ese hombre que descubre el amor, no es sólo una intuición intelectual, fácilmente racionalizable; el hombre que el amor descubre es también una intuición afectiva-valorativa. Dice el maestro Ovidio: A veces por falta de prudencia la pasión nos arrebata, y un descuido cualquiera deja ver nuestro carácter desnudo. (Ovidio, 2000: 76) Además, es una intuición del hombre electivo-volitivo, de sus juicios, sus valores. El amante elige, se decide por el amado. Pero esta elección es más profunda en tanto la relación yo-tú se manifiesta como una actitud hacia todas las demás personas y el mundo entero. Y también, el amor intuye nuestro ser racional-intelectual, cuando el impulso sexual se ve transformado en erotismo, produciendo grandes obras de amor, como lo son todas las grandes obras de la historia.


Bibliografía:

De la Cruz, S.J. (2002) Obras Completas. BAC: Madrid.

Frankl. V. (1988). El hombre en busca de sentido. Herder: Barcelona.

Gasset, O. (1995). Facciones del amor. (Diario El Sol, Madrid, Julio 1926. Incluido en el libro Estudios sobre el amor, Editorial Edaf, Madrid, 1995).  Ensayo obtenido gracias al Dr. Jorge Alvarado, profesor de la UCA de Nicaragua.

Goldberg, J. (1997). El lado oscuro del amor, el papel positivo de nuestros sentimientos negativos: ira, celos y odio. Obelisco: Barcelona.

Gustav, J. (2006). Sobre el amor. (Trabajo recopilatorio). Trotta: Madrid. 

Lepp, I. (1960) Psicoanálisis del amor. Carlos Lohlé: Buenos Aires.

Ovidio, N. (2000). El arte de amar, fastos, remedios del amor. Cultural: México.

Paz, O. (1993). La llama doble, amor y erotismo. Seix Barral: México.

Saint-Arnaud, Y. (1988) Yo amo, integración de los dinamismos del placer, el afecto y la elección. SAL TERRAE: Santander.

Zubiri, X. (1992) Problemas fundamentales de la metafísica occidental. Alianza Editorial: Madrid.





[1] Ver cita de Fromm, pág. 5.
[2] Nota del Dr. Alvarado. UCA: Modo de hacer, modo de ser, modo de acción-pasión.
[3] Nota del Dr. Alvarado. UCA: Y también crear: promover, nutrir, acrecer, liberar…
[4] Nota del Dr. Alvarado. UCA: Y que se hace ser.
[5] Nota del Dr. Alvarado. UCA: Trans-racional o meta-racional.
[6] Nota del Dr. Alvarado. UCA: Y una acción.
[7] Nota del Dr. Alvarado. UCA: Y reconociéndose como ser semejante. Y reconociéndose ambos como semejantes al amor que los constituye.
[8] Nota del Dr. Alvarado. UCA: A quien sujetarse.
[9] Nota del Dr. Alvarado. UCA: No: "es" trascendencia.
[10] Nota del Dr. Alvarado. UCA: Y de millones, de dos en dos.
[11] Nota del Dr. Alvarado. UCA: Y crear.

martes, 23 de noviembre de 2010

LA RISA COMO PRUEBA DE LA INMORTALIDAD DEL ALMA EN BERGSON

Rogelio David Zambrana Madriz

La realidad es cómica cuando se la concibe temporalmente como sucesión espacializada: como una versión rígida y perecedera de la vida. En cambio, cuando se la intuye como duración elástica y tensionante, el hombre prueba la inmortalidad de su espíritu, riéndose de todo lo que le indica lo contrario.
Bergson inicia su filosofía analizando el tiempo. Se da cuenta que la ciencia positiva concibe el tiempo como sucesión, producto de los determinados estados de conciencia. Sin embargo, según la libertad humana, el tiempo es duración. (Zubiri, 1992: 161) La diferencia está en que el tiempo como duración, además que admite la libertad humana, es más fiel a la experiencia de la conciencia, que experimenta el tiempo emocionalmente. Por ello, la filosofía nace de una concentración del pensamiento sobre la base de una emoción pura. (Zubiri, 1992: 164) La ciencia que se interesa por lo práctico, por el bienestar, espacializa el tiempo, pero oculta la realidad, que es duración. Por ello, como retroacción a la vida práctica, y por puro amor a la realidad, nace la filosofía (Zubiri, 1992: 167).
La ciencia positiva ha elaborado, también, una realidad virtual formada por relaciones simbólicas y conceptuales –de realidades únicas– que constituyen esquemas prácticos útiles para fines de "progreso". Sin embargo, cuando nos situamos frente a frente a la realidad, en y por sí misma, suelta de toda relación con otras realidades: podemos intuir la realidad absoluta, el hecho inmediato. (Cfr. Zubiri, 1992: 169). Absoluta no quiere decir rígida e inmóvil, sino lo contrario. Para Bergson, la realidad consiste en esta interna movilidad que es la duración y no las meras relaciones con las cosas. La sustancia de lo real es la duración. (Cfr. Zubiri, 1992: 199)
El hombre puede conocer el hecho inmediato, la realidad absoluta, por intuición. La intuición es un acto humano primario, que ubica al hombre dentro de las cosas. (Cfr. Zubiri, 1992: 174) La intuición funciona como una especie de simpatía o simbiosis, un consentir las cosas mismas, permitiéndonos aprehenderlas inmediatamente como son. (Bergson, 1899) La misma intuición no es pasividad, rigidez sino máxima actividad, en el sentido que ella misma va corrigiendo sus visiones de la realidad. (Cfr. Zubiri, 1992: 175) La intuición, en tanto, es un acto cuya índole consiste en durar. (Zubiri, 1992: 178)
Ahora bien, la realidad como duración no es propia solamente de la conciencia, sino que abarca toda la realidad del ser humano. El cuerpo también experimenta la duración de la realidad como algo, no que está en el cuerpo, sino que pasa por el cuerpo. (Cfr. Zubiri, 1992: 180) Los gestos y todos los movimientos corporales son de acuerdo al espíritu, que es esencialmente duración. El espíritu –dice Bergson según Zubiri– se va abriendo paso por las estructuras somáticas en la medida en que ellas se lo permiten; una acción que se va insertando en la materia. De esta forma, –continúa–, no hay razón ninguna para que esta acción cese cuando haya cesado la materia. (Zubiri, 1992: 194) El espíritu como duración es inmortal.
La realidad que generaliza la ciencia no es propia solamente de unos pocos científicos. Los seres humanos hacemos nuestra ciencia cuando de una u otra manera generalizamos la realidad. Cuando dejamos de intuir las cosas por sí mismas y las recreamos según nuestros intereses. De hecho, estas acciones constituyen lo cómico. Lo cómico viene a ser la intuición de las realidades rígidas y generalizadoras inventadas por el hombre. Para que el hombre pueda ser consciente de esto, necesita una anestesia momentánea del corazón –dice Bergson. Necesita dirigirse a la inteligencia pura: siempre por la intuición. (Cfr. Bergson, 1899) Se puede decir que lo cómico es propio de la intuición. En tanto más natural es la rígida realidad percibida, más cómica es; en la medida que es un acto inconsciente y no forzado.
La intuición, por tanto, además que es el medio de conocimiento por excelencia, también, percibe la realidad como cómica cuando ésta está oculta por las supra-realidades artificiales formadas por el hombre. Ahora bien, esas construcciones humanas afectan todavía más la realidad intrínseca del hombre. La vida, que reta al hombre a sobrevivir, va creando –dice Bergson– cierta rigidez del cuerpo, del espíritu y del carácter, rigidez que la sociedad quisiera eliminar a fin de que sus miembros tuviesen la mayor elasticidad y la más alta sociabilidad posibles. (Cfr. Bergson, 1899) Por ello, la intuición percibe estas realidades como cómicas, y la risa será una forma de liberar la rigidez. Quizás desde esta concepción se puede rastrear una respuesta a la cuestionante científica de por qué la risa tiene el mismo origen que el llanto: ambos mecanismos tienen una función catártica, en cuanto quieren renovar al hombre de las frustraciones que la vida ofrece.  
Pero la risa tiene un significado aún más profundo que servir como un mero mecanismo de emancipación psicológica. El espíritu avisa a través del cuerpo la inmortalidad de la existencia. Es el espíritu como duración el que se resiste a la rigidez. Para Bergson, allí donde la materia logra condensar exteriormente la vida del alma, fijar su movimiento, desterrar, en fin, la gracia, obtiene enseguida un efecto cómico. Nos reímos siempre que una persona nos da la impresión de una cosa. La risa, por tanto, viene a rejuvenecer, a dar sentido de inmortalidad a la mortífera rigidez de la fría materialidad.  (Cfr. Bergson, 1899)
La risa, pues, es propia de la inmortalidad del espíritu que es duración, y no sucesión material y mortal. De forma misteriosa, la risa avisa la inmortal condición del espíritu humano. A través de la intuición cómica de las falsas realidades, la risa nos prueba que el alma humana está más allá de una concepción materialista propia de las ciencias positivas.

Bibliografía

-          Zubiri, X. (1992) Problemas fundamentales de la metafísica occidental. Alianza Editorial: Madrid.

-          BERGSON, H. (1899) La risa o sobre el significado de lo cómico. La Revue: Paris. Recuperado en:
www.clownplanet.com/larisa_henribergson.htm

domingo, 14 de noviembre de 2010

¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA? ¿PARA QUÉ SIRVE?

Por Rogelio Zambrana

Hay modos de referirse a la filosofía, entre ellos: como historia del pensamiento humano, una definición escueta de filosofía; como ideología de un pueblo, una definición práctica de filosofía; y como forma de pensar de un individuo, una definición más radical de filosofía. La primera trata de la filosofía como tratado de conocimientos intelectuales, la segunda como praxis social; y la tercera como vivencia personal.

Quedémonos con la definición estricta de filosofía: la filosofía como forma de pensar de un individuo, como vivencia personal. En este sentido, la filosofía es la descripción de la estructura mental o de pensamiento del individuo. Estructura mental que cada quien necesita para vivir y que comprende la teorización del ser: el mundo, los otros y el yo, en otras palaras, mi teoría de la realidad (Cfr. Ellacuría, 1985:50). En dicha estructura mental hay dos elementos primordiales: el fundamento y el horizonte. El fundamento es lo último y lo totalizante, aquello que determina lo que las cosas "son" en último instancia (Cfr. Ellacuría, 1985:54). Y el horizonte es lo trascendental, la dirección de nuestra estructura, hacia el dónde apunta. Ambos elementos se determinan mutuamente, y así mismo, la razonabilidad del persona. Algunos ejemplos no rigurosos pero sí ilustrativos pueden ser: para J.P. Sartre la fundamentalidad es la existencia y su horizonte la libertad. Para Freud, su fundamentalidad pudo haber sido la pan-sexualidad humana, y su horizonte, la superación de los traumas psíquicos para ser feliz. Para Marx la fundamentalidad pudo haber estado en el carácter social y económico del hombre, y su horizonte apuntando hacia la igualdad desde la transformación social.

Desde esta óptica, la filosofía es la puesta en práctica de la inteligencia, facultad psíquica-biológica que nos permite adaptarnos a cualquier ambiente con el fin de sobrevivir. Necesitamos de una estructura cognoscitiva para desarrollarnos. Sin embargo, hay algo más propio de la filosofía, su esencia más radical. Filosofía no es el hecho de conocer la fundamentalidad y horizonte de la estructura propia del pensamiento. No es conocer lo que cada uno piensa. La filosofía es la facultad de cuestionar o problematizar precisamente esa fundamentalidad y horizonte del pensamiento propio. En otras palabras, la filosofía es esencialmente filosofar, es una acción. No es un cúmulo de ideas más o menos coherentes, es la disciplina de escrutar nuestras ideas por medio de la experiencia de deconstrucción y construcción del conocimiento en general. Propiamente dicho, filosofar es cuestionar lo que nosotros llamamos la realidad, que en síntesis es nuestra concepción del yo, del mundo y los otros.

Tanto la fundamentalidad como el horizonte de nuestra forma de pensar no están separados de esa “nuestra realidad” que hemos construido a lo largo de la vida. De hecho son la misma cosa si lo vemos históricamente. Pero a la hora de filosofar tanto nuestro fundamento como nuestro horizonte no deben anteponerse a la crítica filosófica, más bien debe de existir una predisposición a aceptar que estos pueden ser modificados de raíz. Si se hace filosofía desde las ideas propias ya establecidas no se está estrictamente filosofando sino simplemente se reafirma lo que uno cree. Para hacer filosofía, para filosofar se necesita contrastar nuestras ideas con ideas distintas. No significa necesariamente un contraste con ideas ya hechas, de otros, más bien es un contraste con ideas nuevas fruto del razonar, que no es otra cosa que usar el principio lógico de causalidad: toda causa tiene un efecto.

El único supuesto para filosofar es darse la libertad de cuestionar lo que hasta ahora ha sido incuestionable. La libertad es la que posibilita la creatividad con la que se construirá –desde la realidad o experiencia– los fundamentos y el horizonte filosóficos nuevos. Esto no significa que nuestras ideas anteriores eran inconsistentes, más bien significa que ahora entiendo y comprendo su consistencia de una mejor manera. Aunque también puede significar un cambio de total de paradigma cuando se confirma que mis ideas o filosofía estaban sin fundamentos racionales. Entonces filosofar es, radicalmente, una liberación y recreación de las estructuras mentales con el fin de comprender por qué pensamos lo que pensamos.

La necesidad de filosofar es intrínseca  a nuestra naturaleza. La realidad, o lo que hemos venido llamando como mi concepción del mundo, de los otros y el yo cambia constantemente aunque no nos demos cuenta. La vida de alguna manera nos exige ir configurando nuestra concepción, nuestra filosofía de vida. El mundo y los otros van modelando nuestras ideas y comportamiento, nuestras estructuras mentales, o lo que ya hemos llamado nuestra fundamentalidad y horizonte filosófico. Además, por qué no decirlo, van configurando el filosofar mismo. Esta “realidad” condiciona de por sí nuestro pensamiento. Pensamiento que se desarrolla a través del contraste de nuestras estructuras mentales o conceptos consigo mismos. De alguna manera es este ensimismamiento hace que nuestro pensamiento esté condicionado.

De ahí la necesidad que tiene el filosofar de la libertad, de permitirse una crítica sin sesgos de ningún tipo. Filosofar es entonces recrear nuestra concepción de realidad desde la libertad. La libertad a fin de cuentas es la que permite que el razonamiento contemple mayores posibilidades que justifiquen con mayor certidumbre nuestras ideas. Por lo tanto, filosofar es maximizar la posibilidad de conocer más certeramente la realidad.

En conclusión, filosofía es radicalmente filosofar. Es de-construir y construir permanentemente nuestra fundamentalidad y horizonte filosófico. Sirve para liberar las estructuras mentales, las tramas del pensamiento donde se forman los criterios y juicios con el fin de pensar y vivir con la mayor libertad posible evitando los condicionamientos de la experiencia del mundo y de los otros.

Bibliografía


Ellacuría, I. (1985). Función liberadora de la filosofía. Estudios Centroamericanos. (435-436): 45-64.

EL CAMINO DE LOS SENTIDOS

Por Rogelio Zambrana

Abriendo lentamente los ojos despertó ante el sol impetuoso el hombre nuevo. Dava era un muchacho que perdía la memoria; su mente no podía sostener los recuerdos por mucho tiempo, así que cada día era nuevo otra vez. Pero este día parecía ser especial, Dava tenía un vago recuerdo que asaltó su mente en cuanto vio el gran árbol bajo el cual posaba, divisó a lo largo el pueblo desde la colina donde se encontraba e inmediatamente el recuerdo lo inundó y lo conmovió de tal manera que de un salto se puso en pie. Era para él algo inquietante, algo único hasta ahora en su vida; sin embargo, no lo podía traducir, era un impulso que no significaba nada, pero le movía las entrañas con tanta fuerza que parecía anularlo. Comenzó a gritar, a llorar, a correr sin dirección, su espíritu parecía expandirse y contraerse, parecía moverse en su interior como algo extraño a él que le empujaba hacia afuera. De pronto paró, tiró su ropa y se acostó en tierra, cerca de una vertiente de agua; boca arriba con brazos y piernas extendidas comenzó a ser consciente de sí mismo, aguantó la respiración hasta donde pudo y exhaló hasta más no poder. De esta forma se tranquilizaba mientras miraba las nubes pasar y se percataba del olor de las flores a su alrededor; mientras sentía el calor de la tierra y la presión que ejercía su cuerpo contra la grama. Gustaba también el sudor que se metía en su boca; escuchaba a las abejas rondar por derredor, unas veces más fuerte otras más débiles. Parecía un solo sonido, otras veces más de uno. Fue capaz por primera vez de sentir el calor de sus entrañas y los límites de sus extremidades. Después sus pensamientos acompañaban uno a uno los latidos del corazón: parecía una danza con ritmo firme. Este recuerdo había generado en Dava una serie de experiencias que le mostraban la vida como nunca antes la había experimentado. Había colores, sabores, sonidos, calor, frescor y la conciencia de la posesión de sí mismo. ¿Qué era aquel recuerdo que poderosamente inundó la mente de Dava?

Una sonrisa se posó sobre el hombre nuevo, ahora nuevo de verdad. Dava reía con mucha emoción, reía por el sol y por las aves, por la picazón del monte y porque podía ver cómo aparecía el rojo de su piel al rascarse con avidez. Podía ver la punta de su nariz y sentir el ardor del estómago hincándole por hambre. Entretanto, la risa se le apagó cuando una gran nube apagó al brillante sol volviendo la naturaleza gris. Un viento fuerte y frío comenzó a correr y Dava fue de prisa por su ropa. En tanto caían gotas de agua sobre su rostro, parecía que agua salía también de sus ojos. Dava se entristeció; lloraba porque el sonido se volvió monótono, no se escuchaba más que los repiqueteos del agua que chocaba contra la tierra. Lloraba porque el frío hacía temblar su cuerpo con tanta intensidad que dejó de sentir los latidos de su corazón. Los colores ya no se gustaban, y los olores se volvieron gélidos. Todo lo confundía la lluvia, nada podía diferenciar ya. Dava pensó por primera vez en la crueldad, en la maldad y en la soledad. De pronto aquel recuerdo le inundó de nuevo, e inmediatamente se formó una bella figura delante de él; podía oler un suave insumo y escuchar una hermosa voz, pero no lograba distinguir con exactitud qué era aquello. Dava entró en trance de búsqueda otra vez; aquel recuerdo le movía el espíritu hacia algo que no sabía qué era. De repente todo se iluminaba con los relámpagos que devolvía los colores a la naturaleza, y los fuertes truenos se diferenciaban del continuo bombardeo de las gotas que caían a tierra. El sonido de la lluvia se volvió rítmico, y el agua adquirió olor y gusto. Pero nada de esto le hacía recordar con precisión qué era aquel recuerdo; sólo era consciente de su feroz intensidad.

La lluvia pasó de largo y el sol volvió a brillar sobre el rostro de Dava, los colores fueron repoblando la naturaleza, los olores y los sonidos despertaron de su letargo, y con fortuna para Dava, insólitamente, le evocaban muy perspicazmente el recuerdo que se agitaba en su mente. En eso se percató que mientras más era consciente de sus sentidos, el recuerdo se volvía más agudo. Decidió entonces tomar conciencia de cada uno de ellos y así recordar de una vez lo que originaba en él una vida nueva. Estaba muy lejos del pueblo, apenas se veían las casas amontonadas bajo una abundante bruma. Sutilmente llamaba la atención de Dava y decidió bajar a ver. En tanto que descendiera se dispondría a afinar sus sentidos y despertar así el recuerdo, dirigiendo su espíritu hacia aquel misterioso poblado. Una decisión inteligente para un joven que apenas comenzaba a vivir humanamente, recordando.

La silueta que podía alcanzar a ver era sugestiva. ¡Cuánto deseaba tener mejor visión! A los árboles podía apreciarlos en todos sus detalles, y de aquello que le inspiraba no podía tener sino una vaga imagen. Abría los ojos con tanta fuerza y duración que le ardían, sin embargo no le hacía ver más. Pero comenzó a apreciar una mariposa que posaba sobre una margarita; le parecía tan hermoso que quedó paralizado, como si aquello le comunicaba algo. Todo le parecía ahora estar frente a él, ante él. Al parpadear aquello desaparecía instantáneamente, pero regresaba en cuanto volvía a abrir sus ojos. Era fabuloso reconocer el poder de la vista. También se percató que no podía ver más de lo que sus ojos observaban, no sabía qué estaba tras él si no movía su cabeza, aunque sabía que efectivamente había siempre algo. Los colores de la mariposa cambiaban cuando le alcanzaban unos rayos de sol; de un amarillo tierno que reflejaba cuando se encontraba en la sombra, pasaba a un amarillo intenso que cerraba sus pupilas vertiginosamente. Aquello le pareció genial, podía intelegir la belleza de los contrastes. De repente la mariposa alzó vuelo; batía sus alas lentamente pareciendo levitar. Dava se incorporó y trató de seguirla con gran ánimo, no quería perderse las formas que creaba en su recorrido por el viento. En una de esas formó una imagen que coincidía con la silueta de su vago recuerdo. Inmediatamente se hizo cargo de aquello y comenzó a ejercitar su mente probando si con esfuerzo el recuerdo se hacía más presente. Entretanto, la mariposa lo llevó a un rosal. Había bajado bastante por la colina sin percatarse. La mariposa al fin se fundió ante tal cantidad de colores que embellecían aquel lugar. Sin embargo, los aromas que entraban en su nariz eran tan intensos que inmediatamente entró en éxtasis.

Dava se echó al suelo sin importarle dónde; cerró sus ojos y no podía dejar de prestar atención a la inmensa cantidad de aromas que venían a él. Aquello le pareció tan rico que olvidó la mariposa y su interés por el recuerdo. Dava se quedó dormido. Mientras descansaba, en un sueño, se encontraba él fuera de sí. Podía verse dormido bajo el rosal, podía ver las mariposas que se posaban sobre él. Luego, se observaba a sí mismo fuera, frente a él, levitando sobre él como otro Dava, y mientras se situaba en él nada acontecía, era como estar muerto. A Dava le entró miedo y se apresuró a entrar en su cuerpo para despertarse; apenas lo logró se integró asustado. Dava comprendió que la realidad se presenta como algo centrado, donde su cuerpo es a la vez realidad íntima. Gracias a este sentir era consiente de estar en sí mismo. Se mostraba íntimo a sí mismo, diferenciándose de todo lo demás. Los olores regresaron inmediatamente, y ahora se interesó en diferenciar a cada cual, así que trataba de rastrearlos individualmente. De esta manera se dio cuenta que las rosas rojas olían distinto a las rosas blancas, y ambas distinto a las amarillas. Y cada rosa se diferenciaba también de la otra en intensidad, en suavidad y frescura. Mientras caminaba sobre cada planta llegó un momento en que los olores se fundían y costaba diferenciarlos, hasta que una combinación despertó otra vez el recuerdo de Dava. Era una olor que parecía penetraba en todo su ser haciéndole temblar y palidecer. Aquello agitó la sangre de Dava a tal punto que enrojeció y comenzó a sudar; simultáneamente la silueta también aparecía en su mente. Ambas sensaciones le recordaban la misma realidad y producían efectos semejantes. Dava se dio cuenta que estaba más cerca de recordar aquello inquietante; llegaba a veces a pensar que ya lo tenía, pero el recuerdo parecía que daba un salto hacia atrás como escapándose. Otras veces balbuceaba tratando de interpretar aquello, pero la lengua se retraía como arrepentida.

Dava trató de refugiarse en su mente alejando de sí aquellas experiencias. Aunque el recuerdo era placentero, el esfuerzo por recordarlo era tan intenso que terminaba por agotarlo y producirle dolor de cabeza. Siguió bajando y decidió comer algo, el hambre era más patente ahora. Pudo divisar unas fresas silvestres bajo un barranco; estaba bastante alto como para bajar saltando. Probó descender por distintas partes sin lograrlo, ya que cuando empezaba a bajar las piedras se aflojaban y rodaban hacia abajo. Después de un tiempo, Dava se encontraba más cansado y con más hambre. Repentinamente fue consciente de que la realidad es también un sentir "hacia", su realidad tenía una dirección: aquellas apetecibles fresas rojas que alborotaban más su hambre. En tanto, buscó más formas para poder bajar; encontró unas lianas y las amarró con mucho cuidado en un árbol que estaba justo arriba del barranco. El "hacia" no permitiría que se distrajese, porque una caída sería fatal. Su objetivo era claro, bajar tomando las precauciones posibles. Cuando logró descender, aquel rojo y aquel olor que emitían las fresas le hacían agua la boca, las tomó y comió. Parecía que iba a comérselas todas de una vez. Cuando iba por la quinta su hambre disminuyó notablemente y hasta entonces se dio cuenta del gusto de aquellas frutas; era como una posesión realmente cualificada, un degustar. El placer era más grande mientras más mantenía la fresa sobre su lengua. Incluso la textura y consistencia de las fresas causaban un sentimiento placentero. Tomó una fresa que parecía estar en su punto, sobresalía entre las demás. En tanto la degustaba y percibía su textura y consistencia el recuerdo le abrazó de nuevo, pero ahora en forma fruible. Su persona se extasió con el sabor de la fresa sublimizado por el recuerdo. Dava ya podía, con no poca dificultad, poner frente a sí mismo a aquella silueta, también rastrear su aroma, y ahora, gustarla, poseerla. Sentía que su cuerpo le ayudaba a escrutar el recuerdo, entretanto sus sentidos enriquecían con más referencias la realidad. Cada sentido recubría al otro y el recuerdo era más real. Ahora no se desesperó, sino que trató de contemplar aquellas sensaciones; cada una de ellas tenían una sola dirección. De pronto sintió sed.

Se escuchaba a lo lejos un sonido suave y relajante; un riachuelo bajaba por la colina hacia el pueblo. Dava podía oír el agua corriendo, tenía noticia de él, ya que un par de horas atrás había escuchado algo semejante. Era agua, pensó. Pudo eco-localizar con sutileza aquel sonido que desaparecía cuando cantaba un ave o bufaba el viento al chocar contra los colosales árboles. Poco a poco el sonido del agua corriendo se intensificaba mientras él caminaba. Dava reconoció que mientras más tenía noticia de él más cerca podría estar. El sol estaba en su punto más alto, perpendicular a Dava, provocándole un baño de sudor que regula su temperatura. La realidad para Dava se volvió temperante, era consciente del inmenso calor que sofocaba su garganta y pulmones. No sabía si refugiarse en la sombra de un árbol o seguir adelante. Sin embargo, la sed era más fuerte que su cansancio y la noticia de aquella agua era cada vez más enérgica. A fin vio el agua frente a él y corrió hacia ella, pero infelizmente tropezó con una piedra escondida bajo una hojarasca. Dava sintió la presión en su pie derecho como una realidad presente pero ignorada, una nuda presentación de la realidad. Instintivamente colocó sus brazos paralelamente a su cabeza para protegerse de la inminente caída. Estrepitosamente hizo contacto con la tierra, pero no se golpeó la cabeza. De pronto se apoderó de él un ardor que le hacía fijar la atención en su rodilla derecha. Bajo un entumido dolor, vio que la piel de su rodilla se encontraba rasgada después que empalmara con una roca. Dava sintió un mareo que quería arrebatarle la vista; parecía que todo se oscurecía al ver cómo la sangre se mezclaba con la tierra en su rodilla, pero antes de que se consumara el rapto, cerró los ojos y descansó. Al rato se sintió mejor y comenzó a moverse, con esfuerzo se reincorporó y renqueaba hacia el riachuelo. No podía esperar más, la saliva era espesa ahora.

Cuando llegó al riachuelo buscó un lugar donde sentarse. Encontró unas rocas que formaban una poza en la que el agua era cristalina. Tomó agua y su rostro cambió enormemente, parecía un hombre con suerte. Comparó aquella presión en su pie al tropezar con la roca con la suavidad del agua escurriéndose por sus manos. El agua parecía igual de dulce que las fresas. Dava tomó agua hasta quedar lleno y a gusto. Lavó también la herida de su rodilla y se sumergió desnudo en la posa. Dentro del agua su cuerpo parecía renovarse, el agua cubría todo su tamaño. Dava se agitó de alegría removiendo la arena sedimentada; al flotar, ésta picaba su piel estimulándola notablemente. Era una sensación relajante, parecía que el río lo envolvía y acariciaba a la vez. Cuando salió del agua la realidad se volvió fría, así que se vistió rápidamente y buscó filtraciones solares, ya que el río estaba cubierto por la sombra de grandes árboles.

Cuando encontró un lugar soleado pudo sentir cómo regresaba la vida a su piel. De pronto vio su figura sobre el agua y el recuerdo se hizo inmediatamente presente. Dava se movía por un lado y otro y la figura reflejada le seguía a la perfección. Era él mismo, era un reflejo de sí mismo. Podía intelegir esta experiencia: aquello era externo a él, pero la imagen estaba recubierta por su intimidad. Parecía que aquello era exactamente él mismo. Pero qué tenía que ver el recuerdo con esta experiencia. Prontamente se dio cuenta que la silueta de su recuerdo tenía casi la misma forma de su cuerpo reflejado en el agua. Se agachó para tratar de tomar la figura del agua, pero de hecho, era solamente agua. Lo volvió a intentar desesperadamente, pero mientras más agitaba el agua, la figura más y más se deformaba, así que se calmó y contempló su imagen por más tiempo. Se aprehendía a sí mismo y se volvía a sí mismo, se sentía a sí mismo como realidad que vuelve hacia sí. Fue consciente de la reflexión.

Para su sorpresa, una figura que no era la suya se reflejó en el agua, tenía vida propia, se movía a su antojo. Nunca se había sentido tan lanzado fuera de sí como al contemplar aquella figura. También su recuerdo se hizo mucho más patente, podía identificarlo con la nueva figura reflejada en el agua. El reflejo se hacía más grande, lo que impresionó a Dava, hasta que llegó un momento en que igualó el tamaño de su propio reflejo. Dava sintió por primera vez la alteridad: algo que no es él, pero que a la vez se asemeja irreductiblemente. De pronto intuyó que, así mismo como el reflejo era causado por él, algo debía estar también produciendo aquel otro reflejo. Quiso poner frente a sus ojos esa realidad intelegida viendo atrás de él. Se asustó tanto al ver aquello, que brincó hacia el agua y nadó a la otra orilla. Su corazón latía con tanta intensidad que parecía salírsele del pecho. Emergiendo del agua, lentamente volteó a ver otra vez a aquella insólita realidad. Era Mave, una hermosa muchacha. Ella comenzó a llamarlo por su nombre, y aquellos sonidos emitidos le movieron tanto que no pudo evitar cosquilleos en su estómago y el surgir de un helado sudor. El corazón tampoco descansaba. En ese estado de estupor, Dava fue capaz de intelegir todos sus sentires como una unidad que le afectaban poderosamente y le dirigían hacia aquella misteriosa, pero a la vez, familiar figura. Todos los sentidos le habían remitido a ella sin él saberlo.

Mave cruzó el río y se acercó a Dava de tal forma que aquel quedó paralizado. Todo era más diáfano: aquel apasionante aroma se hizo presente; la figura de su recuerdo estaba frente a él realmente; la armoniosa voz increíblemente parecía le llamase las entrañas. No sabía lo que decía, pero aquello parecía música, nada comparado al sonido de los pájaros o abejas rondando por su oído. Ella le tomó de las manos y Dava sintió que se dividía, no sabía quién era quién. La sensación de alteridad era tan fuerte que él comenzó también a hablarle con sonidos intraducibles para cualquier otro, pero que a ellos les venían bien. Asombrosamente Dava trató de apoderarse de Mave abrazándola fuertemente pensando fundirse en ella, pero acordó consigo mismo que tenerla frente a él era igual de emocionante y deparó en soltarla y contemplarla.

El olor que Mave emitía se impregnó en él y no podía evitar querer atraparlo en su nariz. Trató de gustarlo pero no tenía sabor, aquello era sólo olor. Entonces comenzó a lamer las manos de Mave, sin embargo, tampoco sabían a nada, sólo podía sentir su suavidad y afinadas formas. Entretanto, se dio cuenta de su presencia al levantar la vista y dirigirse a sus ojos. Podía verse reflejado en aquellos grandes y brillantes ojos: parecía prisionero, como si aquello era una gran burbuja de agua en la cual podía, a penas moverse. Inmediatamente todo su cuerpo se abalanzó sobre Mave como si tuviera hambre de ella; juntamente fue consciente otra vez que la realidad era una. Aparentemente cada sentido le daba sensaciones distintas, pero al final todo se fundía en una misma unidad. Había una fuerza que acompañaba cada sentido: la inteligencia. Dava se dio cuenta que sentía inteligentemente y que intelegía sentientemente. Después de esto, los labios de Mave le parecieron a aquellas fresas salvajes y no reparó en probarlos, su gusto era exquisito; y en vez de disminuir su apetito, como pasó con las fresas, lo aumentaba. Mave le respondía también explorando su cuerpo. Aquello se volvió una amalgama de sensaciones y sentimientos que se trasmitían corporalmente en un continuo compartir: era una convivencia, cada uno afectaba al otro radicalmente, el uno era parte del otro. Se acostaron a la orilla del río formando un solo cuerpo; cada quien aunque parecía fundirse en el otro, también era capaz de autodefinirse y tomar posesión de sí; era como una autoposición positivamente convivente. La ocasión era tan intensa que la vida de ambos era formalmente una misma. Dava ya no se definía a sí mismo como un yo individual, sino como un yo consustancial, donde Mave estaba en él también.     

Después de un apasionado rato, ambos quedaron quietos, sólo les bastaba la presencia del otro. Permanecieron acostados uno a la par del otro: Mave con los ojos cerrados y con una sutil sonrisa, y Dava con los ojos bien abiertos, asimilando la grata experiencia. Dava pudo darse cuenta que aquel recuerdo que estaba presente en él desde que despertó, había influido enormemente en todo su día. No la conocía, pero parecía que desde mucho antes ella operaba en su mente y en sus sentidos. Pero hasta que no estuvo real y físicamente ante ella, no pudo vivenciar plenamente ni intencionalmente su recuerdo, nunca antes de constatarse de la realidad de Mave. Nada le había transmitido tanta plenitud como ella; es que originalmente como humano, estaba biológicamente vertido a un medio bióticamente humano. Por ser inteligencia sentiente Dava estaba constitutivamente abierto a la naturaleza, pero nada socorría profundamente su descomunal constitutividad hacia el otro. Ella comenzó por ser un reflejo de sí, y terminó constituyéndolo por completo. 

Era de noche. Los candiles del pueblo podían verse a poca distancia. Con un beso Mave se despidió de Dava, pues se disponía a regresar a su casa. Aquello fue tan intenso que despertó a Dava, éste, repentinamente corrió veloz hacia la colina. Mave sabía hacia dónde iba, y que al día siguiente de una forma u otra, regresaría pasando otra vez por el camino de los sentidos buscándola a ella.

Autor: Rogelio Zambrana.

  
Bibliografía (Marco teórico sobre los sentidos)

-          Zubiri, X. (1980) Problemas fundamentales de la metafísica occidental. Alianza Editorial: Madrid. PP. 99-111.  

-          Zubiri, X. (1986) Sobre el hombre. Alianza Editorial: Madrid. PP. 224-254.