Por Rogelio Zambrana
Hay
modos de referirse a la filosofía, entre ellos: como historia del pensamiento
humano, una definición escueta de filosofía; como ideología de un pueblo, una
definición práctica de filosofía; y como forma de pensar de un individuo, una
definición más radical de filosofía. La primera trata de la filosofía como
tratado de conocimientos intelectuales, la segunda como praxis social; y la
tercera como vivencia personal.
Quedémonos
con la definición estricta de filosofía: la filosofía como forma de pensar de
un individuo, como vivencia personal. En este sentido, la filosofía es la
descripción de la estructura mental o de pensamiento del individuo. Estructura
mental que cada quien necesita para vivir y que comprende la teorización del
ser: el mundo, los otros y el yo, en otras palaras, mi teoría de la realidad
(Cfr. Ellacuría, 1985:50). En dicha estructura mental hay dos elementos
primordiales: el fundamento y el horizonte. El fundamento es lo último y lo
totalizante, aquello que determina lo que las cosas "son" en último
instancia (Cfr. Ellacuría, 1985:54). Y el horizonte es lo trascendental, la
dirección de nuestra estructura, hacia el dónde apunta. Ambos elementos se
determinan mutuamente, y así mismo, la razonabilidad del persona. Algunos
ejemplos no rigurosos pero sí ilustrativos pueden ser: para J.P. Sartre la
fundamentalidad es la existencia y su horizonte la libertad. Para Freud, su
fundamentalidad pudo haber sido la pan-sexualidad humana, y su horizonte, la
superación de los traumas psíquicos para ser feliz. Para Marx la
fundamentalidad pudo haber estado en el carácter social y económico del hombre,
y su horizonte apuntando hacia la igualdad desde la transformación social.
Desde
esta óptica, la filosofía es la puesta en práctica de la inteligencia, facultad
psíquica-biológica que nos permite adaptarnos a cualquier ambiente con el fin
de sobrevivir. Necesitamos de una estructura cognoscitiva para desarrollarnos. Sin
embargo, hay algo más propio de la filosofía, su esencia más radical. Filosofía
no es el hecho de conocer la fundamentalidad y horizonte de la estructura propia
del pensamiento. No es conocer lo que cada uno piensa. La filosofía es la facultad
de cuestionar o problematizar precisamente esa fundamentalidad y horizonte del
pensamiento propio. En otras palabras, la filosofía es esencialmente filosofar,
es una acción. No es un cúmulo de ideas más o menos coherentes, es la disciplina
de escrutar nuestras ideas por medio de la experiencia de deconstrucción y
construcción del conocimiento en general. Propiamente dicho, filosofar es cuestionar
lo que nosotros llamamos la realidad, que en síntesis es nuestra concepción del
yo, del mundo y los otros.
Tanto
la fundamentalidad como el horizonte de nuestra forma de pensar no están
separados de esa “nuestra realidad” que hemos construido a lo largo de la vida.
De hecho son la misma cosa si lo vemos históricamente. Pero a la hora de
filosofar tanto nuestro fundamento como nuestro horizonte no deben anteponerse
a la crítica filosófica, más bien debe de existir una predisposición a aceptar
que estos pueden ser modificados de raíz. Si se hace filosofía desde las ideas propias
ya establecidas no se está estrictamente filosofando sino simplemente se reafirma
lo que uno cree. Para hacer filosofía, para filosofar se necesita contrastar
nuestras ideas con ideas distintas. No significa necesariamente un contraste
con ideas ya hechas, de otros, más bien es un contraste con ideas nuevas fruto
del razonar, que no es otra cosa que usar el principio lógico de causalidad:
toda causa tiene un efecto.
El
único supuesto para filosofar es darse la libertad de cuestionar lo que hasta
ahora ha sido incuestionable. La libertad es la que posibilita la creatividad
con la que se construirá –desde la realidad o experiencia– los fundamentos y el
horizonte filosóficos nuevos. Esto no significa que nuestras ideas anteriores
eran inconsistentes, más bien significa que ahora entiendo y comprendo su
consistencia de una mejor manera. Aunque también puede significar un cambio de total
de paradigma cuando se confirma que mis ideas o filosofía estaban sin
fundamentos racionales. Entonces filosofar es, radicalmente, una liberación y
recreación de las estructuras mentales con el fin de comprender por qué
pensamos lo que pensamos.
La
necesidad de filosofar es intrínseca a
nuestra naturaleza. La realidad, o lo que hemos venido llamando como mi
concepción del mundo, de los otros y el yo cambia constantemente aunque no nos
demos cuenta. La vida de alguna manera nos exige ir configurando nuestra
concepción, nuestra filosofía de vida. El mundo y los otros van modelando
nuestras ideas y comportamiento, nuestras estructuras mentales, o lo que ya
hemos llamado nuestra fundamentalidad y horizonte filosófico. Además, por qué
no decirlo, van configurando el filosofar mismo. Esta “realidad” condiciona de
por sí nuestro pensamiento. Pensamiento que se desarrolla a través del
contraste de nuestras estructuras mentales o conceptos consigo mismos. De
alguna manera es este ensimismamiento hace que nuestro pensamiento esté
condicionado.
De
ahí la necesidad que tiene el filosofar de la libertad, de permitirse una
crítica sin sesgos de ningún tipo. Filosofar es entonces recrear nuestra
concepción de realidad desde la libertad. La libertad a fin de cuentas es la
que permite que el razonamiento contemple mayores posibilidades que justifiquen
con mayor certidumbre nuestras ideas. Por lo tanto, filosofar es maximizar la
posibilidad de conocer más certeramente la realidad.
En
conclusión, filosofía es radicalmente filosofar. Es de-construir y construir
permanentemente nuestra fundamentalidad y horizonte filosófico. Sirve para
liberar las estructuras mentales, las tramas del pensamiento donde se forman
los criterios y juicios con el fin de pensar y vivir con la mayor libertad
posible evitando los condicionamientos de la experiencia del mundo y de los
otros.
Bibliografía
Ellacuría, I. (1985).
Función liberadora de la filosofía. Estudios
Centroamericanos. (435-436): 45-64.
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