domingo, 14 de noviembre de 2010

PARA LEER LA CONCIENCIA, LEER LA HISTORIA

Por Rogelio Zambrana

Leer es reflexionar. Cuando leemos una obra de Shakespeare, de Nietzsche o los Evangelios, hacemos un ejercicio de reflexión. Si profundizamos en la lectura podemos alcanzar a vernos en algún personaje, en una situación o en el mismo autor de la obra. La obra funciona como un espejo donde nos percibirnos objetivados, "fuera de nosotros mismos". Sin embargo, lo que ocurre es que la obra injiere en nuestra conciencia, afectándola a tal punto que se reconoce a sí misma. Así mismo pasa con la vida. La vida es como un gran libro que tenemos frente a nosotros, en el cual nos reflejamos desde el momento que la leemos a conciencia.

En la conciencia convergen el mundo, los otros y el mismo yo formando una imagen dinámica que se refleja a sí misma, se observa, se conoce. La conciencia no es nada por sí misma; la conciencia puede verse a sí misma cuando, por defecto, es consciente de algo. Cuando la conciencia es conciencia de sí misma se "auto-aniquila". Por ello, la conciencia es concientizar algo, así como la libertad es libertad de algo y la voluntad, voluntad para algo. Dicha imagen formal de la conciencia está siempre definiéndose, ya sea por la lectura de un libro –como decíamos al comienzo–, o por la escucha de una canción, por la compañía de alguien, por la naturaleza alrededor, o por las necesidades personales: fisiológicas, intelectuales o afectivas. Son muchos los factores externos que se confabulan en la conciencia; sin embargo, en la conciencia convergen también facultades inherentes del hombre que la dinamizan aún más, haciéndola una síntesis extraordinaria.

Estas facultades son la libertad, la voluntad, la memoria y la imaginación. La conciencia es, entonces, algo más que conocimiento actual "de algo". La inteligencia junto con la memoria y la imaginación se encargan de relacionar todo lo que es traído a la conciencia, recrearlo, potenciarlo o simplemente descartarlo. Dicho proceso es lo que llamamos pensamiento: el discurrir de la conciencia, el ejercicio de la conciencia. La libertad y la dirección e intención de ésta (la voluntad), dan a la conciencia la propiedad moral del juicio. Con el juicio la persona valoriza aquello que está en la conciencia, dándole sentido. Por lo tanto, la conciencia es también, conocimiento "para algo".  

Si queremos, entonces, leer la conciencia, debemos concientizar, reconocer, mediante el pensamiento, lo que somos y para qué somos. Sin embargo, en este proceso intervendrán incontables factores que condicionarán la lectura, pero que a la vez pondrán a prueba la calidad de la concientización. Para ello, el libro de la vida nos ofrece un elemento más objetivo en el cual podremos releernos con mucha mayor inmediatez: nuestra historia personal. La conciencia personal va quedando concretizada en la historia, en los actos pasados que se derivaron de nuestros pensamientos y procesos de concientización.
La historia personal es el camino que hemos dejado atrás, pero que aún nos pertenece. Podemos ver dónde hemos pasado y las huellas que una vez fijamos. El camino es la imagen de todo aquello que nos ha configurado desde fuera, y las huellas, aquellos espacios donde hemos pasado libremente, afrontando los condicionamientos que quisieron imponérsenos. Para leer la conciencia –o su discurso, el pensamiento– debemos entonces "traer a la memoria" –como decía Ignacio de Loyola–, y observar todo aquello que ha movido a la voluntad a actuar.

La conciencia objetivada en la historia se puede rastrear haciendo un recorrido memorístico de los pensamientos, acciones, sentimientos, deseos y fantasías que han formado nuestra conciencia y configuran lo que es ahora. También nos corresponde ver cómo a nuestro alrededor nuestros pensamientos y acciones han afectado a las personas y al medio. Pero, sobre todo, vale mucho poder hacer memoria de las veces en que hemos examinado nuestra conciencia (el qué y el para qué), el cómo se ha reflejado a sí misma, los motivos por los cuales nos hemos detenido en ella y los efectos que en nosotros, en los otros y en el mundo ha causado. Los momentos en que la conciencia se ha visto a sí misma y se ha "enjuiciado", son los que más importancia y peso tienen en la lectura la vida, porque son los que articulan los restantes.

Nietzsche tiene un precioso aforismo (el 328) en la Gaya Ciencia que expresa bien lo que es una lectura de la conciencia en la historia personal. Y también describe lo que es un buen hombre, aquel que conoce su conciencia. Una buena conclusión para terminar.

La historia de cada día. ¿En qué consiste tu historia de cada día? Mira tus hábitos que la componen: ¿Son el resultado de innumerables pequeñas cobardías e indolencias o el de tu valentía y razón inventiva? Por diferentes que sean estos dos casos, es posible que los hombres en uno y en otro te dispensen idéntico elogio y que, de hecho, les reportes idéntica utilidad. Pero, el elogio y la utilidad y la respetabilidad acaso sean bastante para el que sólo busca tener la conciencia tranquila -¡no lo son para ti, que escudriñas las entrañas, para ti que posees la ciencia de la conciencia! (p.228).

Bibliografía

Nietzsche, Friedrich (1996). La gaya ciencia. México: Distribuciones Fontamara.





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