domingo, 14 de noviembre de 2010

HÁBLAME DE LA INMORTALIDAD: DIÁLOGO CON INMANUEL KANT

Por Rogelio Zambrana

- Has venido a la hora exacta. ¿Cómo estás?
- Bien…, estoy muy bien. He estado escribiendo sobre cómo construir una paz perpetua… Estoy viejo Rogelio, quiero dejarle algo al mundo.
- Suena interesante. Y sí…, estoy seguro que has hecho bastante por él. ¡Mira qué cielo el de esta noche!
- Está bello…, no puede haber nada mejor que esto… Mira, se pueden ver las nebulosas, nuestra vía láctea se formó de una de ellas.
- Sí, las veo. Leí tu escrito sobre ello. ¡Cierto que es hermoso!
- Tan hermoso como la ley moral que está en nuestro interior…
- Inmanuel, ya que hablas de interior, ayúdame con mis dudas sobre la inmortalidad del alma. Me aventajas en un par de años, pero veo que no te preocupas en lo que pueda pasar. ¿Cómo puedes creer en un alma inmortal? Quiero creer, al menos así, pasaré lo que me queda de esta vida más tranquilo.
- Con gusto te ayudo, pero te advierto a que alejes de ti los prejuicios que puedas tener sobre mí. Después de escribir la Crítica a la razón pura me he quedado con la fama de complicar los temas, pero no, a ver… tú pregúntame.
- Pues como te he dicho… me inquita la muerte eterna, siempre me ha dado miedo, aún siendo muy joven. Sin embargo, siento que tengo esperanza en la inmortalidad, por algún lado sé que la tengo.
- Querido Rogelio, has dicho algo muy importante y fundamental: esperanza. Yo he pasado mucho tiempo pensando sobre estos temas, a ver si puedo mostrarte el camino que he recorrido. A lo mejor encuentras ese lado que te dé la tranquilidad anhelada.
- De acuerdo Inmanuel, muéstrame cómo llegaste tú. De verdad que deseo demostrarme a mi mismo que soy más que la nada.
- Bueno, entonces, lo que queremos es demostrar la inmortalidad del alma. Pero antes, tengo que explicarte qué es demostrar, por lo tanto, la forma de cómo conocemos los seres humanos.
- Te escucho Inmanuel.
- Seguramente has escuchado hablar de la intuición, la facultad de conocer sin intervención del pensamiento. Pues, no es así. El conocimiento no es pura intuición, pero tampoco puro pensamiento, puros conceptos. Mira, los conceptos sin intuiciones son vacios; pero intuiciones sin conceptos son ciegas. Sin embargo, sólo con el concepto es que conocemos. (Cfr. Zubiri, 1992:74)
- ¿Quieres decir que la intuición necesita de una estructura conceptual para poder llegar a ser conocimiento? Si es así, ¿cómo se forman los conceptos?
- La experiencia Rogelio. Con la experiencia conoces que el calor dilata los cuerpos, por ejemplo. De la experiencia elaboramos juicios empíricos que nos permiten sintetizar en conceptos. Hay, sin embargo, unos conceptos que son fundamentales; los que forman las estructuras conceptuales que nos permiten conocer. Aristóteles les llamó categorías. Son condiciones para conocer. Por ejemplo, el concepto o categoría de la cantidad; te permite conocer o enjuiciar un objeto por su pluralidad o singularidad. Pero, no significa que haya distinción entre los conceptos y el conocimiento, todo ser es inteligible precisamente por ser, y todo lo objetivamente inteligible es. Las categorías, por tanto, no se descubren por evidencias inmediatas o intuiciones, sino partiendo de un objeto. (Cfr. Zubiri, 1992:82-83)
- A ver, quieres decir que el entendimiento no hace las cosas, pero si hace que ellas sean objetos para él... ¿Estoy bien?
- Sí, exactamente. Acá nos acercamos más al tema que nos interesa. El entendimiento no es un concepto nada más, el entendimiento es un "yo pienso". El "yo pienso" hace de las cosas objetos de conocimiento. (Cfr. Zubiri, 1992:84) ¡Esto es algo trascendental! Nuestro yo es un "yo trascendental". El entendimiento no depende de la cosa, sino, depende de nosotros mismos; es mi propia sensibilidad, es decir, que yo sea sensitivo, lo que dicta de antemano los caracteres que ha de poseer una cosa real para ser percibido. (Cfr. Zubiri, 1992:87)
 - Pero, me acabas de decir que la cosa es lo que es; y que desde ella elaboramos nuestro mundo de objetos, nuestro conocimiento. ¿No acentúas demasiado la función del yo en el entendimiento?
- Lo que quiero acentuar es que al fin, lo que conocemos, es un objeto formado por nuestro entendimiento, y no la cosa en sí misma como ella es. Más adelante te aclararé este punto. ¿Ves el espacio que hay entre la luna y nosotros?
- Pues sí, aunque no sé exactamente cuánta distancia hay. ¿Por qué lo mencionas?
- La distancia es treinta veces el diámetro de la tierra. Y lo menciono porque te hablaré del espacio. El espacio no puede ser objeto del entendimiento por sí solo; el espacio se intuye. No es ni siquiera una intuición empírica, sino la condición intuitiva de toda intuición. A esto le he llamado intuición pura o a priori, no de las cosas, sino de las formas que todas ellas han de aparecer… Pasa lo mismo con el tiempo. No puedes ver el tiempo, pero sí miras las cosas por el tiempo. Ahora, lo que nos permiten conocer estos condicionamientos, es el fenómeno de las cosas, la manifestación de la cosa. La cosa en sí, es el noúmeno, lo que verdaderamente es la cosa, y que no podemos conocerlo.
- ¿Estás diciendo que hay dos realidades, una fenoménica y otra nouménica?
- No exactamente. Hay una realidad, pero no podemos obviar que nuestro "yo trascendental" no puede conocer las cosas como son en sí, sino solamente, a través de la objetualización de las cosas a través de su manifestación espacio-temporal, su fenómeno. (Cfr. Zubiri, 1992:91)
- Entiendo bien… Lo que como hombres entendemos es al fin nuestra última realidad.
- No te apresures, ya vamos cayendo en el tema de nuestro interés. Pero sí, mientras haya hombres, habrá trascendentalidad.
- ¡Cuéntame ya del alma!...
- Está bien, a eso iba. Mira, del alma, así como del mundo y Dios, sólo podemos tener nociones. No podemos tener una intuición empírica de ellos y conceptualizarlos. Una noción es un conocimiento que trasciende las condiciones de posibilidad de la  experiencia.
- Entonces, ¿no podemos conocer al alma, ni al mundo y ni a Dios?
- No podemos, sino solamente por nuestra razón práctica. No los hacemos, por lo tanto, objetos, sino que expresan la totalidad de los objetos en cuanto objetos. En otras palabras, no tiene una función cognoscitiva, sino una función reguladora. (Cfr. Zubiri, 1992:92)
- ¿Qué quieres decir con esto, que el alma, el mundo y Dios no caben en el conocimiento humano; que no puede haber ciencia de ellos, y solamente sirven para regular? ¿Regular qué?
- Espera, te apresuras mucho... sí son importantes. Si fuera de otro modo no insistiría en hablarte de la inmortalidad del alma. El alma, el mundo y Dios son ciencia en cuanto sistematizan los objetos, le dan el carácter de totalidad. A ver… La totalidad de lo intuido externamente es la idea –no concepto–  de mundo. Y la intuición de la totalidad interior, es la idea del alma. Y la totalidad de estas dos totalidades, en una unidad absoluta, más allá de la cual no solamente nada es cognoscible ni siquiera pensable: es la idea de Dios. (Cfr. Zubiri, 1992:93)
- ¡Oh! Eso es tan hermoso como el cielo estrellado que está sobre nosotros. El conocimiento de los objetos es genial, pero la idea de totalidad, embellece nuestra naturaleza humana. Entonces, el conocimiento comienza por la intuición, sigue por el concepto y termina en la idea. La función de la idea es dar al conocimiento la forma de sistema… Sí me gusta este pensar, pero Inmanuel, siento que hace falta algo más; algo que termine por conectar idea de totalidad con mi trascendentalidad. (Cfr. Zubiri, 1992:93)
- De hecho lo hay, es el sentimiento moral; algo tan lindo como aquella estrella brillante que sobresale entre todas las demás. El sentimiento moral se realiza en el deber, pero en un deber absoluto, total. La conexión entre el entendimiento y la moral la hace la razón. La razón, a través del sentimiento moral, no nos dice lo que es, sino lo que debe ser. No pienses que es un fenómeno psicológico; está más allá, tanto de lo externo como interno…, sin embargo, la razón misma tiene que intelegirlo con las categorías del entendimiento.  (Cfr. Zubiri, 1992:97)
- ¿Quieres decir que este sentimiento moral –que hace que las cosas no sólo sean, sino también que deban ser–, une inexorablemente el entendimiento y la razón, los objetos y las ideas de totalidad?
- Sí, es más, a una le he llamado razón pura, en cuanto dice lo que las cosas son, y a la otra, razón práctica, que dice lo que las cosas deben ser. Pero ambas son una misma razón.
- De acuerdo, pero me queda una duda más. Lo moral lo percibo en cuanto soy libre y único. Pero mi libertad no me hace creer en el alma, en la inmortalidad, ni en Dios.
- Muy bien… Excelente duda. Pues, tanto el alma (inmortal) como Dios no son conocidos por el sentimiento moral, por el deber mismo; no es algo que percibamos como lo que debe ser porque debe ser, sino que, son condiciones del mismo sentimiento moral, del mismo deber. En este caso, Dios está más allá de todo lo dado y dable: es lo trascendente a todo objeto. (Cfr. Zubiri, 1992:101).
- ¿Cómo queda al fin la inmortalidad del alma?
- Mira…, no puedes entenderla si no puedes verla ni sentirla. Pero su idea está por encima del conocimiento; lo que tienes que hacer es creer en ella. Esta creencia no es un vago sentimiento irracional, sino una necesidad intelectiva, una seguridad de la intelección de lo trascendente. (Cfr. Zubiri, 1992:102)
- Logro entender tu proceso, y te agradezco por todo lo que has dicho, pero siento que quedo en las mismas. ¿Todo se reduce a una creencia, por más que sea ésta intelectiva? - La creencia, querido Rogelio, es el estado del espíritu en que queda la mente cuando por necesidades rigurosamente intelectivas –como las tuyas– trasciende sin comprender el cómo, los límites de lo trascendental. No comprender y no explicar, no significa no intelegir…. Lo trascendente es absolutamente real. En lo trascendente tenemos verdades absolutas. Están fundadas en la primera intelección, de la libertad. (Cfr. Zubiri, 1992:103)
- Es muy emotivo… Pero siento en mi interior un vacío aún. Inmanuel, entiéndeme, no quiero creer solamente. Desde luego, podría creer cualquier cosa, y qué logro, qué certeza encuentro, qué seguridad. La muerte se aproxima; el tiempo, ése que no veo, me está pasando por encima. Amigos míos ya no están, ¿qué me espera?
- Entiende bien esto, "algo es porque debe ser". Nada existe por existir. Existe porque debe ser. Cree, pero sobre todo, mantén la esperanza. El ser humano no es algo meramente dado ni algo tan sólo personal: es algo por hacer. (Cfr. Zubiri, 1992:108)
- Está más claro ahora. Has dejado un corazón inquieto. Me has dicho la verdad, la razón de mi pesadez…, me falta más esperanza… Y ya veo el porqué tu interés en el género humano. Quiero alcanzar esa paz perpetua también.

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Bibliografía

Zubiri, X. (1992). Cinco lecciones de filosofía. Madrid: Alianza Editorial.

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