lunes, 23 de marzo de 2009

¿QUIÉN QUIERE SER MILLONARIO?

¿QUIÉN QUIERE SER MILLONARIO?
Por Rogelio Zambrana
La película de producción británica ¿Quién quiere ser millonario? es sin duda merecedora de los tantos galardones que ganó. La cinta expone la trágica vida de un muchacho indio llamado Jamal (Ayush Mahesh Khedekar). En el transcurso de la narración el director y productor expone la realidad desnuda de la India, principalmente los problemas de sus gentes.

La secuencia que Danny Boyle usó, fue muy pedagógica, quizás su enorme éxito se deba a esto. Los problemas sociales de la India son encarnados y sobrellevados por Jamal, lo cual resultó altamente formativo para el público. Los problemas sobresaltados son principalmente cuatro: Situación precaria de la niñez y de la mujer; los conflictos entre religiones (hindú- musulmana); el crimen organizado y la mala distribución de la riqueza. De paso el director encarna los valores del país en la gente más pobre y sufrida, en Jamal y Latika (Tanvi Ganesh Lonkar), su eterno amor.

Jamal gozaba de buena niñez antes que una bandada de fanáticos hinduistas mataran a su madre. La personalidad del niño estará marcada por esta “estable” niñez, fruto de su vínculo maternal, ya que se comportará más civilizadamente que su hermano mayor, Salim (Azharuddin Mohammed Ismail Sheikh). Nos damos cuenta sin embargo que carecía de padre, por el hecho que se dedicó junto a su hermano a vivir de la basura en un botadero. A partir de ahí se crea una historia de mutua solidaridad fraternal entre Jamal y Salim, uniéndoseles al poco tiempo Latika.

Esta relación de solidaridad entre los niños pasará por los tantos problemas mencionados anteriormente, hasta que en un momento por las circunstancias se separan. Salim formará parte de un grupo de crimen organizado; Latika se convertirá en concubina del jefe del mismo grupo, y Jamal según parece, trabajará en una compañía de publicidad telefónica, muy comunes en la India. A los años éste encuentra a Latika, y para llegar a ella concursa en un programa de televisión, el cual consiste en una serie de preguntas relativamente difíciles, pero que Jamal responde a cabalidad partiendo de su experiencia en la calle.

Lo interesante de la película es su visión de la realidad a través de la niñez marginada y oprimida. Es una crítica a la sociedad opresora, ya que la cinta muestra los valores humanos en la clase oprimida y devastada por la corrupción de los que tienen el poder. Pero más interesante es la concepción de la vida como un juego, en el cual para muchos (incluyendo a pobres, como fue el caso de Salim) el objetivo vital es ser ricos y poderosos, para otros, conseguir amar sin razones.


Noviciado Loyola
Rogelio David Zambrana Madriz
Panamá, Panamá, 2009

AL OTRO LADO

AL OTRO LADO


Por Rogelio Zambrana


En sus tres partes, el documental “Al Otro Lado” trata de la migración en el mundo de hoy. Gustavo Loza resalta en sus historias algunos de los problemas que afectan a la niñez cuando sus progenitores migran. Los escenarios de migración que escoge son México- E.E.U.U, Cuba- E.E.U.U, Marruecos- España. Quiero referirme en esta glosa -muy mínimamente- a tres cuestiones que resuenan en mí luego de haber visto el largometraje: el porqué de la migración, quiénes son los que migran, y las consecuencias psicológicas y sociales de la niñez que tiene padres migrantes.

El hombre -todos sabemos- es nómada desde sus orígenes. Las causas de la migración serán muchas, pero todas se nutren de necesidades básicas humanas: alimentación, libertad de locomoción, libertad de expresión, recreación, vivienda, afecto, etc. El hombre migra entonces, por necesidad.

En nuestras sociedades modernas, donde cada vez se hace más estrecha la línea que divide a países pobres y ricos, la migración sirve como una vía de escape para sinnúmeros de personas que carecen de estas necesidades fundamentales. En tal situación, los primeros que migran en busca de soluciones a sus problemas, son las cabezas de familia, los responsables de satisfacer las demandas familiares; luego, cualquiera que se sienta abatido por la situación del país de origen.

El problema de la migración de hoy, a diferencia de la de hace muchos años, es la burocracia migratoria que los países sostienen. Esta burocracia es más exigente obviamente, en los países mejor ubicados económicamente, y es a disfavor de los migrantes de países menos afortunados. Esta situación hace mucho más difícil la migración legal, y consecuentemente, la migración se vuelve peligrosa cuando se hace ilícitamente. Por tanto, los que migran no son familias completas, sino los más aptos, que suelen ser –como había dicho anteriormente- las cabezas de familia. Este gravamen posee consecuencias que se matizan menos en unas situaciones que en otras. Pues bien, Gustavo Loza expone algunas de estas situaciones en sus tres historias.

Enumeraré primero las consecuencias sociales y psicológicas de la migración: desintegración familiar, violencia intrafamiliar en los que se quedan, ansiedad, depresión y trastornos de conducta. “La migración reestructura de manera significativa las relaciones familiares: ocasiona cambio de roles, implica la presencia de problemas académicos o de conducta en los pequeños que se quedan al cuidado de los abuelos cuando los padres emigran, dificultades y tensiones en las relaciones de pareja, cuestiones que incluso la reunificación familiar no resolverá por sí sola (Fresneda, 2001)”.

La historia de Prisciliano, el niño michoacano, expone las dificultades que pasan los niños cuando se le asignan roles de familia que sobrepasan sus capacidades: ¡ahora eres el hombre de la casa!, escuchamos en el largometraje al ser “abandonado” por su padre. De igual forma, resalta los problemas académicos que conlleva el trauma de la separación paterno- filial.

Por otro lado, las historias de Ángel, el niño cubano, y Fátima, la marroquí, víctimas también de la ausencia paterna, apuntan no a los problemas del niño en sí, sino los problemas que son desplazados en ellos por las madres que se han quedado solas. Ángel sentía la angustia de la madre, la cual no tenía por lo visto, relaciones amorosas estables. Ángel no podía por tanto, más que añorar al padre perdido. Fátima también sentía la angustia de la madre, y se vio que esta última desplazaba sobre ella cierta agresión que seguramente, era producto de la identificación de la prole con el padre.

Veo muy necesario la creación de estos filmes para la formación de la conciencia popular. Estos temas, por la materia que tratan, no son atractivos para el público. Lo que se debería de hacer, es volverlos atractivos, así alcanzarían mayor popularidad.

miércoles, 18 de marzo de 2009

MIS EJERCICIOS ESPIRITUALES


SÍNTESIS EXPERIENCIAL DEL MES DE EJERCICIOS ESPIRITUALES

Rogelio David Zambrana Madriz

No hay mejor manera de evaluar una experiencia religiosa que partiendo de los frutos que ha dejado en la vida corriente, más que la mejor forma, la única. El inconveniente está en que los frutos no aparecen al inicio de la primavera, sino mucho después. Por eso se me hace comprometido la elaboración de este material.

Los Ejercicios como una reestructuración de la personalidad: Dentro de la personalidad consideraré la memoria, el entendimiento y la voluntad, típico de san Ignacio y su época. Memoria porque precisamente, los Ejercicios Espirituales trabajan en su gran mayoría el pasado de las personas; aunque es imposible cambiar los hechos históricos, la forma de releerlos es particularmente nueva, o más bien, hacemos una lectura generalizada. Entendimiento porque, si no hay una nueva forma de entender lo viejo y lo nuevo, a lo largo, la estructuración del yo bio-psico-social se reordena por el mismo hecho de ver desde “lejos” la historia personal y humana en general. Esto hace posible, durante y luego de los Ejercicios, tender a valorar los hechos desde Dios y el mayor bien posible.

Sócrates decía que imposible conocer el bien, y luego no practicarlo. Aunque se le ha contradicho muchísimas veces, tiene sus razones, al menos desde su experiencia él fundamentó tal consideración con su vida. Esto tiene que ver con la voluntad, la tercera parte de la personalidad. Para que pueda haber un cambio en la voluntad, que es lo que más importa, la memoria y el entendimiento son básicos, pues las acciones estarían vacías. Por ello el conocimiento previo a la acción es importante. En el mes de Ejercicios he desarrollado muchos conocimientos que mueven la voluntad a hacer el bien.

Dichos conocimientos generaron en mi cambios muy generales, y por lo dicho anteriormente, sin carga experiencial todavía, salvo algunas actitudes puntuales que no me corresponde a mi juzgarlas. De hecho, me sentí en los Ejercicios Espirituales como un pequeño pez que sólo ha nadado en uno de los océanos del planeta, el cual no ha recorrido en su totalidad, y más aún, sabe que nunca lo hará. Y un día se dio cuenta que hay todavía más océanos, los cuales tampoco conocerá y experimentará en su totalidad. O como un hombre que al estar parado en la cima de una montaña a la que divisa desde otra montaña, viera que hay otra más, y después de esa, muchas más en el horizonte. Hay tantas que piensa que es imposible subirlas todas en lo que le queda de vida. Tanto el pez como el hombre, sin embargo, se sienten muy bien de estar en esos lugares, limitados, pero con vista amplia hacia todas las direcciones, se sienten seguros de que más allá de todo hay Alguien que está más cerca de ellos que ellos de sí mismos.

Los conocimientos adquiridos son -fundamentalmente- personales. En primer lugar, acerca del invaluable hecho de ser persona, llamado al bien, a la felicidad, a hacerme hijo de Dios. Inherente a este, la conciencia de que hay otros que son lo mismo que yo. Luego, conocimiento de mis obstáculos a mi vocación, mis afecciones desordenadas. Por último, conocimiento de mi deseo de vivir como religioso, y de los medios que pongo para llevarlo a cabo.

lunes, 16 de marzo de 2009

PEQUEÑO MANUAL DE ACOLITADO


PEQUEÑO MANUAL DE ACOLITADO

Por Rogelio Zambrana


I. INTRODUCCIÓN


El presente manual se ha elaborado con el fin de servir de guía segura para el buen ejercicio del ministerio de acolitado en la Parroquia Sagrada Familia, Managua, Nicaragua. El acólito tiene que estudiarlo y aprenderlo, para que con ello adquiera o afiance sus conocimientos teóricos y prácticos. El conocimiento de estas lecciones se evaluarán para conocer si el monaguillo puede ser instituido como acólito oficial en la parroquia, en el caso contrario se tendrá en supervisión.

1. ¿Qué es Litúrgia?

La Litúrgia es el modo de ofrecer culto a Dios; una serie de ritos con los cuales se ofrecen a Dios oraciones santas. La actividad litúrgica más importante en la vida del cristiano es la Eucaristía o la Santa Misa, en la cual Jesucristo se ofrece para nuestro bien. Otros ritos litúrgicos son por ejemplo los bautizos, los matrimonios, las confirmaciones y el rezo de las horas canónicas (Laúdes, Vísperas y Completas). La Liturgia la hacemos todos, el sacerdote, los monaguillos, la asamblea, los lectores y el coro. Los monaguillos son indispensables en el buen engranaje de los rituales litúrgicos.

2. ¿Cómo debe ser la litúrgia?


Como la santa Misa es la fuente de la Iglesia, la Litúrgia debe prepararse y ejecutarse de la mejor manera posible. Todo se debe hacer solemnemente porque es Cristo el que se ofrece por nuestra salvación. Es por eso que a los fieles laicos injertados a la Iglesia por el bautismo deben estar concentes del misterio que se realiza para nuestra salvación. Los monaguillos deben ser colaboradores del orden en la Liturgia, ellos son los que facilitan y alimentan la armonía en los cultos ofrecidos a Dios. La solemnidad y la alegría son los mejores instrumentos con los que pueden contar los monaguillos para ser inspiradores de la devoción en la asamblea de Dios.

3. Ministerio del acolitado

Los monaguillos o acólitos deben ser niños que por su buen comportamiento y preparación son admitidos a colaborar con el sacerdote en el altar. Los monaguillos se deben destacar por su buena diciplina y afabilidad. El no corresponder con estos requisitos es preferible que no suba al altar sino que se quede en la Asamblea, todo para que la Santa Misa se celebre con la Solemnidad que se merece. Para eso se han elaborado ciertas normas internas que de no cumplirse, el monaguillo irregular tendrá que cumplir el elemento correctivo que señale la norma.
4. Institución de nuevos monaguillos
Al igual que la preparación necesaria para hacer un trabajo civil, al futuro monaguillo se le debe capacitar para que pueda ejercer correctamente su ministerio, para luego ser admitido como un monaguillo oficial. La preparación es un trabajo serio, por tanto, el monaguillo debe portarse bien, colaborando en todo con el tutor. El orden en las reuniones es de vital importancia, así como la asistencia. Las reuniones son los sábados a las 5:00 p.m. o la hora que haya indicado el tutor. Antes de la institución se tendrá un retiro espiritual en el cual no se puede faltar. La celebración de la Institución se planeará con el párroco.

II. CONCEJOS PARA UNA BUENA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

1. Traer la sotana y el roquete limpio. Preferiblemente traer zapatos negros o cafés. Traer peinados tradicionales. Manos limpias y uñas aseadas y cortas.
2. Presentarse 15 minutos antes de la Santa Misa. Sólamente el monaguillo que use incensaio deberá venir 30 minutos antes.
3. Consultar la nómina o el rol en la sacristía o con Don Oscar.
4. Al monaguillo que le corresponada usar incensario en la semana deberá percatarse que haya carbón y gas. Lo mismo al monaguillo que use naveta deberá comprobar si hay o no incienso para toda la semama.
5. Al monaguillo que le toque llevar la Cruz deberá traer guantes blancos y observar que la Cruz esté limpia antes de la Misa.
6. Todos los monaguillos deben estar 5 minutos antes de cada celebración litúrgica en formación preestablecida esperando al sacerdote celebrante.
7. Los monaguillos mayores deben velar por el buen funcionamiento de la litúrgia, sea antes de la celebración, en la celebración como después de la celebración.
8. Todos los monaguillos deben estar atentos en las celebraciones litúrgicas, no deben dormirse o distraerse. Cada quien adquiere un cargo o una función que debe ser realizada en su tiempo y en calidad.

III. Funciones para cada monaguillo

1. Uso del Incensario y naveta
1. Sólamente se usa incensario en los días domingo y en las solemnidades. Los días jueves sólo se usa al exponer al Santísimo en la custodia.
2. Se usa incensario en la procesión de entrada, a la hora del Evangelio, en el ofertorio y en la Consagración.
3. El incienso y la naveta deben estar prácticamente listos al comienzo de la segunda lectura. A penas se entone el canto del Aleluya se dirigen al sacerdote celebrante que está en la Sede. El monagillo que lleva incienso sale de la sacristía y se dirige al lado izquierdo del sacerdote. El monguillo que lleva naveta se levanta de su silla y se dirige al lado derecho del sacerdote. Esto quiere decir que se entrecruzarían para ubicarse correctamente. Ambos hacen reverencia al sacerdote y se arrodillan. Por último ambos monaguillos deberan levantar los instrumentos a una altura considerable al celebrante, luego levantarse con cuidado, hacer reverencia y ubicarse en sus respectivos puestos.
4. Al monaguillo que lleva incensario se le recuerda que no debe quedarse en la lectura del Evangelio, sino irse a ajustar el incensario para que esté óptimo para el ofertorio.
5. Entre el canto del ofertorio el monaguillo que lleve incensario junto con el que lleve naveta deberán estar listo a que el sacerdote termine de preparar el altar para exponerle con solemnidad los instrumentos. Recuerden la posición formal y adecuada. A la hora de incensar al pueblo el monaguillo debe ponerse delante del altar y cuidar que se encuentre en el centro del mismo.
6. Entre el canto del Santo los monaguillos que lleven incensario y naveta deberán ubicarse enfrente del altar, sobre la segunda grada.Recuerden que deben ir conjuntamente para dar armonía al rito. Cada quien debe conservar su lado a la hora de arrodillarse. Por último harán juntos reverencia. El que lleve naveta se irá a su silla y el que lleve el incensario irá a botar el carbón del incensario, luego lo guardará en la sacristía y se sentará en su lugar.
2. Uso del Misal El monaguillo que use el Misal debe prepararlo antes de la Misa con la ayuda del Sacerdote celebrante si es necesario.

1. Ritos iniciales: Aunque usualmente el celebrante lo domina de memoria, deberá tomarse en cuenta por cualquier situación improvista. Se en cuentran en la página _______.

2. Acto Penitencial: Al igual que los ritos iniciales no deben obviarse. Se encuentran en la página _______.

3. El Gloria: Si no hay coro en las Misas dominicales o solemnidades deberá prepararse el gloria. Se encuentran en la página _______.

4. Oración colecta: Es la primera oración base de la Santa Misa. Esta varía según el Tiempo litúrgico y el carácter de la Misa (difuntos, quince años, Misas votivas, Misas Rituales).

5. Credo: Se reza los días domingo y en solemndades. Hay dos versiones que encuentran en la página _______.

6. Preces u oración de los fieles: Estas se rezan en todas las misas siempre y cuando se deseen. Se leen de la revistas mensuales, del libro de preces o del misal. Se encuentran en la página _______.

7. Oración sobre las ofrendas: Es la segunda oración medular de la Santa Misa. Se lee luego de la preparación del altal para la liturgia eucarística.

8. Prefacio: Es la proclamación anterior a la oración consacratoria. También varía según el Tiempo litúrgico y el caácter de la Misa. Se encuentran en la página _______.

9. Plegaria eucarística: Es la plegaria de la consagración del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Termina con la doxología. En el Misal se encuentran cuatro principales, luego otras cuatro extras, tres plegarias de la reconciliación y cuatro plegarias para niños. Se encuentran en la página _______.

10. Rito de comunión: Comienza con el Padre nuestro y termina cuando el sacerdote come la cena del Señor junto a los fieles. Se encuentran en la página _______.

11. Oración tras la comunión u oración postcomunión: Es la última oración de la Santa Misa.

12. Bendición final: Si hay bendición solemne se encuentran en la página _______ o si no en la página _______ aparece la bendición común.

3. Preparación del altar

La función del monaguillo Preparador consiste en trasladar el Cáliz con la patena, los copones y las vinajeras de la credencia al altar. Esto debe hacerse con mucho cuidado. Se hace al comienzo de la liturgia eucarística.
Antes de cada misa debe percatarse de que esté todo en orden: Corporal, patena, cáliz, purificador, vinageras (vino y agua) y los copones. Debe también pasar a tiempo el recipiente del agua a la hora de que el sacerdote esté purificando. Y por último trasladar los vasos sagrados de regreso a la credencia.

4. El lavado

El lavado se hace en el lado lateral derecho del altar, se hace una inclinación o reverencia ante el sacerdote; se echa agua sobre las manos (despacio para no tirarla al suelo) y se presenta la toalla desplegada, para que pueda secarse sin tener que desplegarla el sacerdote; al final se vuelve a hacer una reverencia y se deja en su sitio.

5. Patena

Esta es una función secundaria que estará a cargo de los monaguillos que usen la cruz alta y el que use naveta. Sólo si no están los cargos completos se omitirá este orden.
La bandeja de la comunión sirve para que no se caiga ninguna partícula de la Hostia al suelo, porque creemos que en cada parte, por pequeña que sea, está Jesús completamente. Por eso hay que ponerla bien, bajo la boca o bajo las manos de los que reciban la comunión para que no se caiga nada. No hay que volcarla en ningún momento. Al terminar, con mucho cuidado para que no caiga nada, se pone encima del altar, en el lado derecho para que sea purficada.

6. Campana

La campana sirve de llamada de atención a los fieles que participan en la Misa ante algo importante. Se toca para avisar al momento más importante de la Misa: La Consagración, donde Jesús se va a hacer presente bajo las especies de pan y vino. Los momentos oportunos son:
1. Al comienzo de la «Epíclesis» o invocación al Espíritu Santo. El sacerdote lo indica poniendo las dos manos sobre el pan y el vino, en este momento los fieles han de ponerse de rodillas y se toca la campana con un toque.

2. Al elevar el Cuerpo de Cristo. Tras la consagración del pan, el sacerdote muestra a los fieles el

pan consagrado, en este momento se hacen tres toques cortos con la campanilla para que miremos y adoremos a Cristo

3. Al elevar la Sangre de Cristo. Tras la consagración del vino, el sacerdote muestra a los fieles el

cáliz, en este momento se hacen tres toques cortos con la campanilla para que miremos y adoremos al Señor.
4. Tras la segunda genuflexión del sacerdote. Se hace un toque para invitar a los fieles a ponerse en pie.

7. Cruz

Al monaguillo que lleve la Cruz alta se le pide que tenga guantes blancos. La cruz se lleva en la procesión de entrada y en la procesión de las ofrendas. En la procesión de las ofrendas debe tomar la cruz e irse a la parte trasera del templo cuando se termine de rezar el credo, si no hay preces debe ir al comienzo del credo, para darle tiempo a las personas que se formen detrás suyo con el debido orden. También se lleva cruz en las procesiones fuera del templo. No se lleva cruz en la procesión de salida corta, ni salida larga, sólo si el sacedote lo desea. Tampoco se lleva en las procesiones del Santísimo, porque es Jesucristo eucaristía el que preside.

8. Cirios

Los cirios se ocupan en ocaciones solemnes y en precesiones fuera de la parroquia o cuando el sacerdote lo decida. Los cirios son dos, el uno no se desentiende del otro, por tanto los monaguillos que los lleven deben tener un sentido de orientación óptimo para el cargo. Los cirios en las procesiones van a la par de la cruz alta, o si hay evangeliario van a la par de este. En este caso la cruz va al frente de la procesión, siguiendole el incensario y la naveta y después el evangeliario en medio de los cirios.
Los cirios se usan principalmente a la hora del Evangelio. Estos deben ponerse de acuerdo con los monaguillos que usen el incensario y la naveta para que desfilen en el siguiente orden: Cirio, incensario, naveta y el otro cirio. Otra ocación donde se usan los cirios es en los días jueves, en la procesión del santísimo. Los cirios van delante del incensario y la naveta.

III. PROCESIONES

1. Procesión de entrada

1. Ordenarse correctamente antes del último toque de campana.
2. Mantener 3 ladrillos de distancia entre cada uno de sus compañeros.
3. La velocidad no debe ser mayor o menor sino a como se practica.
4. Se debe caminar solemnenemente con postura de monaguillo, viendo hacia el altar y con las manos juntas a la altura del pecho.
5. Al tiempo de subir las gradas, la fila de la izquierda deberá tomar el lado izquierdo del presbiterio y la fila de la derecha el lado derecho del presbiterio.
6. Los monaguillos que lleven el incensario, la naveta, los cirios y la cruz suben sin hacer reverencia cada quien a su posición correspondiente.
7. Los monaguillos que lleven los cargos de misal, preparador, lavado, campana y patena deben formarse en línea ante el altar cada quien en el lado que le corresponda, esperar al sacerdote y arrodillarse junto con él ante el Santísimo, y luego hacer reverencia al altar. Por último hay que dejar pasar al sacerdote y cada quien a su lugar.

2. Procesión de salida larga

1. Todos los monaguillos se deben poner de acuerdo para hacer una procesión en orden. A fin de la oración de la comunión todos los monaguillos paralelamente igual a como se formaron para hacer la procesión de entrada deberán desfilar cada quien con su pareja hacia abajo del presbiterio. Al llegar abajo todos se darán la vuelta hacia el altar para esperar al sacerdote, para luego desfilar hacia la puerta principal del templo.
2. Los monaguillos que lleven incienso, naveta y cruz no desfilarán con sus utencilios sólo si la situación lo amerita.

3. Procesión de salida corta

1. Al fin de la oración de comunión todos los monaguillos deberán formarse al lado derecho del altar cada quien con su pareja establecida y viendo hacia el pueblo. Luego, cuando el sacerdote haga reverencia al crucifijo todos deberán hacerlo junto a él, y por último darán media vuelta de forma simultanea hacia la sacristía. Por último darán gracias a Dios por la celebracióm junto al sacerdote.
2. Los monaguillos que lleven incienso, naveta y cruz no desfilarán con sus utencilios.

4. Procesiones fuera de la Parroquia

Este tipo de procesiones requiere de mucho cuidado y experiencia. La formación es más variada y tiene mucha importancia seguir un orden según el tamaño del monaguillo. Se lleva cruz alta, incienso, naveta y cirios. Se pueden omitir todos estos cargos si la situación lo requiere. Los monaguillos son los que dirigen la procesión, por tanto la velocidad debe ser tomada en cuenta. Siempre se debe ir al lado derecho de la calle para no poner en peligro a la gente y a ustedes mismos.

V. Tipos de reverencia

1. La reverencia común se hace estando en pie, delante de lo que voy a reverenciar y se inclina la cabeza despacio. Se hace esta inclinación ante el obispo o al sacerdote durante la Misa, cada vez que me acerco a entregarle algo, a ponerle el libro o a lavarle las manos. Por el sacramento del Orden sacerdotal ambos representan a Jesucristo, y esta es una manera de honrar a ese Jesús que representan. También se debe hacer ante el Altar porque está consagrado y representa a Jesucristo que se ofrece en él. Y ante el Crucifijo que preside.
2. La genuflexión se hace de la siguiente manera: Se adelanta como medio metro el pie izquierdo sobre el derecho, y baja la rodilla derecha hasta que toque el suelo. Se hace siempre que pases por delante del Sagrario, al comenzar y al terminar la Misa.
3. En genuflexión profunda se está cuando se permanece arrodillado. Debe hacerse durante la Consagración eucarística y cuando el Santísimo esté expuesto en la custodia. Es un signo de adoración y contemplación.


VI. Normas generales para cada celebración litúrgica

1. Traer la sotana y el roquete limpio.
2. Estar en silencio, guardando la postura de monaguillo.
3. No comer, ni beber, ni mascar goma.
4. No levantarse por ningún motivo, cuando no sea el momento señalado por la liturgia.
5. Cumplir el rol preestablecido
6. Tomar con cuidado los objetos sagrados.
7. Asegurarse de que todo esté en orden y limpio antes de cada celebración.
8. Si se cumplen tres días de inasistencia a las reuniones semanales sin constancia alguna de su falta, el monaguillo además de que no puede acolitar en la semana, se le pondrá una pena de suspención mayor según lo juzgue el tutor o el sacerdote.
Cualquier incumplimiento de estas normas y otras diciplinas dará cuentas de que el monaguillo no es idóneo para ejercer el ministerio. Por tanto se tendrá suspendido por el lapso de tiempo fijado por el tutor o por el sacerdote. El monaguillo mientras cumple su sanción tendrá que asistir a Misa y presentarse ante el tutor o el sacerdote para hacerle ver que está cumpliendo su corrección. Solo así podrá seguir en el camino de la perfección obtenida con el servicio a Dios y a los demás en el altar.

VII. Ritual de institución para nuevos monaguillos

1. En la misa de institución los monaguillos que se admitirán al ministerio podrán participar de la procesión de entrada.
2. Los monaguillos que serán instituidos se sentarán en la primera fila de las bancas del templo, junto con sus familiares.
3. Después de la homilía el tutor presentará al sacerdote y a la asamblea a los monaguillos que se han preparado para der instituidos.
El tutor puede decir las siguientes palabras: “Que se pongan de pie los llamados al ministerio de monaguillos”. Padre N. y miembros de la parroquia N. Estos jóvenes miembros de la parroquia han pedido desempeñar el ministerio de monaguillo durante nuestras celebraciones litúrgicas. Se han preparado durante muchas semanas, mediante estudios y práctica, y ahora están listos para ser llamados al servicio de la mesa de Dios.
El sacerdote que preside puede decir: “Gracias N. por el trabajo que has hecho al prepara a estos monaguillos para sus deberes importantes. En el nombre de todos los miembros de la parroquia, tengo el placer de llamarlos al ministerio del altar. Los invito a todos ustedes a mostrar su aprobación y apoyo con aplusos”.
Oración: “Hermanos y hermanas vamos a rezar todos aquí para todos los que desean ser monaguillos aquí. Le pedimos que les colme de bendición y que los fortalezca para servirlo fielmente en esta iglesia”. (pausa para orar). “Dios misericordioso, tu hijo Jesucristo vino a nosotros, no para ser servido, sino para servir a sus hermanos y sus hermanas con amor. En su nombre, te pedimos que bendigas + a estos jóvenes que han sido llamados al ministerio de monaguillos. concédeles permanecer fieles en su ministerio. Que su reverencia en esta casa sagrada nos de un ejemplo de verdadero culto, y que su ministerio generoso te dé gloria. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor”. Amén.

Si el párroco lo juzga conveniente puede en este momento dar al monaguillo instituido un signo de su institución. Puede ser una cruz, una medalla, ponerle el roquete o un abrazo de bendición.






PEQUEÑO SUMARIO DE ENSEÑANZA SOCIAL DE LA IGLESIA

PEQUEÑO SUMARIO DE ENSEÑANZA SOCIAL DE LA IGLESIA

Por Rogelio Zambrana


Este trabajo es producto de las clases de Enseñanza social de la Iglesia impartidas a los catequistas que se forman en el Centro Catequístico de la Arquidiócesis de Managua, Nicaragua. Es un trabajo que condensa con una visión amplísima la enseñanza de la Iglesia sobre algunos temas sociales. Es la interpretación del Evangelio por parte de los Papas de los últimos tiempos lo que conforma principalmente este compendio. No es un tratado de sociología o de teología, sino una iluminación doctrinal referente a las relaciones entre las personas y las naciones en materia social, que la Iglesia ha elaborado con ayuda de las ciencias sociales, insertando así, la verdad evangélica y los principios morales en el mundo.

La realidad social es muy complicada y requiere de mucho estudio y especificación al momento de brindar soluciones concretas. Al respecto, la Iglesia confía ese trabajo a las autoridades correspondientes. Este sumario es solo una iluminación social, y no una guía de soluciones concretas, así como lo han dicho los santos Padres acerca de la doctrina. Esto no quiere decir que sea un aporte cualquiera a la sociedad, porque muchos sectores de la misma se han dado a la tarea no sólo a nivel regional, sino a nivel internacional de desacreditar a la religión, pero sobre todo a la Iglesia Católica Romana, que es la que más se ha involucrado en temas sociales por naturaleza de su misión integral y no parcial con el hombre. Ante éstas dificultades que se acrecientan cada vez más, la Iglesia como Madre y Maestra de los pueblo sostiene y afirma su origen y misión: “La Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más excelente, todos cuanto habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo. A esta Iglesia, columna y fundamento de la verdad, confió su divino salvador una doble misión, la de engendrar hijos para sí y la de educarlos y dirigirlos, velando con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos, cuya superior dignidad miró siempre la Iglesia con el máximo respeto y defendió con la mayor vigilancia”. (M. M. 1).

Por tanto, además de administrar los sacramentos a los adeptos, - y como una consecuencia de anunciar el Evangelio -, la Iglesia debe denunciar el pecado; (Cf. Mt. 21, 12- 17) , acto humano contrario a la dignidad del mismo hombre, que por naturaleza no sólo afecta al infractor, sino que sus consecuencias alcanzan a toda la humanidad. Pecado no es solo fallarle a Dios, o darle la espalda al amor de Dios, también es fallarle al mismo hombre, a nosotros mismos, seres que tenemos una dignidad grandísima e inherente. Pecado es sinónimo de falta, de desorden, de maldad o acto inmoral; tiene consecuencias negativas por ser un acto desordenado, así como un desorden en un elemento de un ecosistema natural afecta a su totalidad, así el desorden de una persona o de una institución humana en una sociedad, afecta el equilibrio de la misma. Con el pecado no solo está en riesgo la salvación y la felicidad eterna, sino la temporal también.

El evidente cisma que existe entre el Estado y la religión desde hace siglos es un posible obstáculo para ignorar cualquier incumbencia de la religión en materia de relaciones sociales. El problema en sí, a nivel general, es la individualidad de las gentes o de las instituciones humanas al momento de tomar decisiones para el bienestar de toda la sociedad, más que una individualidad material y egoísta, es una disgregación de tipo intelectual, un obviar el todo humano. Cada día que pasa, las ciencias humanas y científicas confirman la importancia de la unidad entre ellas: así como la física requiere de la matemática, así la arquitectura requiere de la ingeniería. Lo mismo pasa con el hombre en sí, como ser corpóreo- espiritual: ha de vivir integralmente, vivir según su naturaleza, que exige libertad, verdad, amor, justicia, rectitud y clama principalmente por Dios; si el hombre no respeta su constitución y sus máximas aspiraciones, se vuelve un ser disgregado intelectualmente, y seguramente desarrollará un juicio incompleto, por lo tanto errado. Este secularismo a nivel social, disgrega el pensamiento humano, y hace omisión de muchos parámetros importantísimos para obtener la paz y el bienestar social, como es el caso de ignorar o tildar como retrograda a la religión, la cual es un elemento necesario para el desarrollo humano, no sólo como agente moralizador, sino como cumbre de todo proyecto de vida humano, pues así como todo proviene de Dios, así mismo todo fluye hacia Él. Es por ello que la Iglesia, conociendo por la razón y la fe esta realidad, a formado un magisterio que aspira a enriquecer el proyecto social humano desde la luz de la fe en Dios.

Es pues, misión de todos nosotros hombres de buena voluntad apreciar el trabajo de los santos Padres, y darle pronto estudio, principalmente aquellos a los cuales el Señor ha llamado a su mies, sacerdotes amigos, a los que estamos en proceso para ser sacerdotes, a los catequistas, a los amigos que van a ser empresarios, políticos, médicos, profesores, ingenieros, arquitectos, a la vieja generación y a la futura generación de trabajadores que forman el cuerpo social de la humanidad.

I. Introducción a la Enseñanza Social de la Iglesia

El hombre es un ser social. Desde sus inicios el hombre no ha estado sólo (Gen. 2, 18- 22), y no puede estarlo por su constitución corporal, psíquica- espiritual. El hombre hecho a imagen y semejanza de Dios (Gen. 1, 26) posee en su naturaleza características que lo hacen un ser social, como lo es: la racionalidad y la inteligencia, que le han permitido formar sociedades. El hombre primitivo para poder sobrevivir y satisfacer todas sus necesidades materiales, como el alimento, la protección, la educación, y las necesidades espirituales como el amar, el sentirse amado y la religión, se ha agrupado y formado comunidades que le han permitido desarrollarse y crear estructuras sociales cada vez más complejas, pasando de la horda al clan, luego a la tribu, a las civilizaciones y a las sociedades post-modernas tales como las conocemos hoy. Uno de los fundamentos del desarrollo social del hombre es la familia. La comunidad familiar es el núcleo e inicio de toda macro- sociedad. En la familia común el individuo adquiere la vida, un nombre, una cultura, una educación, en fin, sus derechos, que, aunque son inherentes a todo ser humano en la familia comienzan a cumplirse, y adquieren también deberes. Es importante notar que la familia, a veces no son los padres biológicos, sino, la comunidad de personas que están al tanto de nuestro desarrollo, y luego de esa cuantiosa preparación, las personas con quienes convivimos. Es en sociedad donde el hombre se planifica y realiza.

En las sociedades hay una organización política y social que se controla a través de las instituciones tales como la educativa, la familiar, sanitaria, militar, la religiosa, y la institución civil o Gobierno, que se compone de los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial y electoral, (al menos en las naciones democráticas como la nuestra), de las cuales, todas tienen la tarea de hacer valer los derechos y deberes de los hombres que componen la sociedad. El fin de una sociedad debe ser el desarrollo íntegro de la persona humana. “El hombre es necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales” dice el Papa Juan XXIII. Sin embargo, todo este mecanismo pro- hombre está al margen de leves y drásticos cambios por diversos motivos: como el desarrollo de la tecnología, el crecimiento de la población, la acumulación desigual de la riqueza, desastres naturales, guerras civiles o motivos más personales como la avaricia de las personas que se les ha dado poder de gobernar, todos ellos, unos evitables y otros inevitables, la mayoría de veces, hacen desvirtuar el propósito de las instituciones sociales, y hacen imposible la vida digna entre los pueblos. Por ello, continúa el Papa bueno, como le llamaban, “la Santa Iglesia ha deducido principalmente en el último siglo una luminosa doctrina social para ordenar las mutuas relaciones”.

A la doctrina social de la Iglesia se le llama también enseñanza social o magisterio social, nace del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias comprendida en el mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo, y en la justicia con los problemas que surgen en la vida de la sociedad. El origen del pensamiento social se sitúa en esta experiencia de contraste que los cristianos viven entre algunos elementos del mundo social, político y económico y las exigencias éticas derivadas del Evangelio. El mensaje del Evangelio tiene una profunda dimensión antropológica de búsqueda del sentido más hondo de la vida que nos abre a nuevas exigencias en relación a nuestros prójimos, especialmente de los más pobres, a ejemplo de Jesús. El Papa Juan Pablo II explicaba que la Enseñanza social de la Iglesia “no es una tercera vía entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista; y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones menos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia. No es tampoco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena , y a la vez trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana”. (S.R.S. 41; 7). La ESI (abreviatura de enseñanza social de la Iglesia) es un juicio moral sobre las materias de orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona, la salvación de las almas, utilizando todos y sólo aquellos medios que sean conformes al Evangelio. También son orientaciones, valores y criterios éticos que el magisterio pontificio y episcopados locales nos han entregado a los católicos para ayudarles a discernir desde su fe las acciones a asumir frente a los diversos problemas sociales, económicos y políticos. Son principios conforme a la verdad y la justicia, como los llamó el Papa León XIII o Inmutables principios derivados de la recta razón y del tesoro de la revelación divina como también los llamó el Papa Pío IX en la Quadragessimo Anno. Para ello menciona el Concilio Vaticano II es “deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que... pueda responder a las perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida (...) Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones”. (G. S. 4).

En Mt. 22, 15- 22 tenemos un ejemplo de que Jesús dio iluminación doctrinal a las realidades políticas y sociales de su tiempo, así mismo, la Iglesia tiene el deber de contrastar las enseñanzas evangélicas con la vida social de hoy en día con ayuda de las ciencias sociales y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia. Son cuatro los elementos a tomar en cuenta para contrastar el Evangelio con la realidad social:

1. La lectura y comprensión del Evangelio. 2. La actualización de esa comprensión a la cultura real. 3. La relación entre la fe, Evangelio y la sociedad 4. La percepción y análisis de la realidad.

Le corresponde a cada bautizado en comunión con sus pastores hacer lectura de la ESI y establecer líneas de acción en su comunidad. Para ello es importante ultimar sintéticamente el objeto material de la ESI, que son los problemas sociales, políticos y económicos, y el objeto formal, que es la dignidad de la persona humana. Es la igual dignidad de la persona la que exige estabilidad y bienestar para todos. La finalidad de la ESI es por tanto, orientar e iluminar la vida social hacia los valores evangélicos: amor, justicia, paz, libertad, austeridad, bien común e igualdad de derechos, para construir la sociedad del amor, como decía el Papa Pablo VI.

II. Fuentes o fundamentos de la ESI

Antes de tocar temas específicos es importante asentar las bases: conocer los cimientos y estructuras de la siempre nueva doctrina. Éstos fundamentos son el sustrato de todo el pensamiento social de la Iglesia, son las fuentes de las cuales la Iglesia saca y a la misma vez garantiza la autenticidad de su iluminación. Es muy importante su conocimiento para mejor entender el resto del presente trabajo.

En primer lugar, la enseñanza social de la Iglesia basa su doctrina en la persona humana, en el valor de la persona humana, en su dignidad. Ésta dignidad encuentra su fundamento último y primero en ser imagen y semejanza de Dios, dotado de razón o facultad de análisis, inteligencia o facultad de abstracción, de voluntad o capacidad de querer o desear y de libertad que es la capacidad de decidir. En la misma dignidad se basa su igualdad de derechos y deberes. Al fin, todos sabemos que es la persona humana es la que sufre, la afectada y la que busca ser feliz.

En segundo lugar está la comunidad humana, que se funda en la capacidad de alteridad (hacia el otro) que posee la persona. Es en alteridad donde el “yo” se descubre ante todo con facultades analíticas, intelectuales y volitivas, pero también es el lugar donde se autorreconoce semejante al otro, naciendo la comunidad, que es el ámbito privilegiado de la fraternidad y la solidaridad. Es pues fundamento insustituible valer la sociabilidad del ser humano a la hora de predicar cualquier doctrina social.

En tercer lugar están las Sagradas Escrituras, un fundamento muy distinto a otros proyectos de bienestar social. La ESI se fundamenta en la revelación divina contenida en las Sagradas Escrituras. La Biblia es la historia de salvación impresa donde Dios se manifiesta al hombre en su vida. En toda la Santa Biblia Dios ha dejado su magisterio o enseñanzas acerca de cómo ha de ser la vida social del hombre, no sin antes darse a conocer Él. Desde el libro del Génesis vemos como Dios se revela a Abrahan (Gen. 12, 1- 4) como un Dios personal, cercano, que se da a reconocer, un Dios que se liga al hombre por medio de promesas (Gen. 26, 23), un Dios que está con el hombre en todos los ámbitos de su vida. A Moisés Dios le da su nombre, signo de posesión para el pueblo de Israel (Ex. 3, 11- 14), es el hombre próximo a su Dios. Los israelitas pueden estar seguros, que su Dios está ahí, junto a ellos, dispuestos a actuar en la historia social y política de su pueblo. Siguiendo con el ejemplo de Moisés, su misión consistía poder dar el paso de un estado menos humano a uno más humano para el pueblo, este hecho apunta en dirección de lo que Dios quiere para los hombres, no sólo para el pueblo del Antiguo Testamento, sino para la humanidad entera de todos los tiempos. Un ejemplo bíblico de enseñanza social es el decálogo de los mandamientos (Ex. 20, 1- 7), imperativos válidos para todas las generaciones, creyentes o no creyentes. La naturaleza religiosa de los hombres en todos los tiempos ha hecho brotar mandamientos de igual calibre, prueba de la única voluntad de Dios para toda la humanidad. Dios se preocupa por los derechos fundamentales del judío: la vida, la propiedad de bienes, la honra, la paz y armonía, contenidos específicamente en el código de la alianza (Ex. 21, 22, 23). Otro ejemplo son los profetas, que denuncian las injusticias, como Jeremías (Jr. 7, 1- 15) e Isaías (Is. 1, 21). Es necesario, sin embargo, aclarar que lo que se encuentra en flor en el Antiguo Testamento, se vuelve un fruto dulce en el Nuevo testamento. Por ejemplo, la ley del Talión (Ex. 21, 23- 36) del Antiguo testamento es superada por la ley del amor del Evangelio. Jesucristo proclama la supremacía del hombre sobre la ley (Mc. 2, 27). Las bienaventuranzas (Mt. 5, 1- 12) son signos de la nueva doctrina, controversiales por su mensaje para el pueblo judío, como la supremacía de la persona antes que el culto, la calidad de relación del hombre y la mujer, la autenticidad y firmeza de las palabras y de la vida, el desarme de la violencia, la voluntad de ser solidario y la superación de toda barrera interpersonal y social. Jesús se preocupa por los marginados, por los niños, (Mc. 3, 13- 16), por los publicanos (Mc. 2, 13- 17) y las mujeres (Jn. 4, 1), (Mc. 7, 21), también accede a la gente pudiente (Mc. 3, 1), (Mc. 10, 17- 31), todo parte de la venida del Reino de los cielos. Este Reino que llega con las enseñanzas de Jesús, que libera el corazón del hombre, no es un Reino espiritual sino real. El Evangelio es pues, el fondo de la ESI, es el sustento de toda doctrina social cristiana, el amor a Dios y al prójimo la sostienen. El Reino de Dios está aquí, Jesús ha revelado al Padre. La ESI es parte de esa revelación, como una interpretación fiel del mensaje evangélico.

Luego, están las enseñanzas de los Santos Padres. Entre ellos están los Padres Apostólicos (S. II): San Ignacio de Antioquía, San Policarpo etc.; los Padres Apologétas: (S. II b. - III), que enseñan que la fe es razonable e implica una fundamentación radical en el mundo: Tertuliano, Teófilo de Antioquía, Justino, San clemente, el cual dijo en una discusión acerca de la salvación de los ricos: “No son las riquezas las malas, sino la pasión del alma”; están también los Padres Griegos (S. IV- V): San Basilio, San Juan Crisóstomo, etc. Y por último los Padres Latinos (S. IV- V): San Hilario, San Dámaso, San Ambrosio, San Jerónimo. A continuación una breve apreciación de sus enseñanzas: Los bienes han sido creados por Dios para todos los hombres. Si los bienes son comunes en cuanto al uso, la persona al tenerla como propiedad debe ser gerente de la misma, haciéndola producir para el bien común. El consumo de los bienes debe satisfacer adecuadamente las necesidades básicas, lo superficial (lo que está más allá de las necesidades básicas) debe destinarse a los pobres. La usura es condenada terminantemente. En política dijeron que el origen del poder es Dios; se debe obediencia a las autoridades en todo lo que no va contra el orden querido por Dios; el fin de la actividad política es el bien de la comunidad; el emperador también está sometido a la voluntad de Dios; el uso de la fuerza y de la coacción debe ser proporcional al fin buscado y respetando la dignidad de la persona humana. De todas ellas se nutre la ESI para iluminar la vida social.

Por último está el Magisterio eclesiástico y pontificio. En la ESI hay elementos permanentes como la vida, la dignidad y la libertad y otros que son cambiantes de acuerdo al dato histórico. La ESI tiene en cuenta esos datos y con las ciencias sociales elabora una enseñanza específica a nivel local o general llamado Magisterio eclesiástico. El Magisterio pontificio en materia social es prácticamente nuevo, nace con la Rerum Novarum (R. N) del Papa León XIII en 1891 que trata sobre la situación de los obreros. Así sucesivamente, los Papas, movidos por la exigencias de la sociedad y la radicalidad del Evangelio continuaron escribiendo las cartas encíclicas para los bienaventurados lectores, de las cuales se han sacado valiosos frutos. Esas cartas son las siguientes: Quadragesimo Anno. (Q. A) Pío XI. 931. Sobre la restauración del orden social. Mater et Magistra. (M. M) Juan XXIII. 1961. Sobre el desarrollo social. Pacem in Terris. (P. T) Juan XXIII. 1963. Sobre la paz de los pueblos. Ecclesiam Suam. (E. S) Pablo VI. 1964. Misión de la Iglesia. Gaudium et spes. (G. S) Concilio Vaticano II. 1965. Sobre la Iglesia en el mundo actual. Populorum Progressio. (P. P) Pablo VI. 1967. Sobre el desarrollo de los pueblos. Humanae Vitae. (H. V) Pablo VI. 1968. Sobre la regulación de la natalidad. Laborem exersens. (L. E) Juan Pablo II. 1981. Sobre el trabajo humano. Sollicitudo Rei Socialis. (S. R. S) Juan Pablo II. 1987. Sobre el desarrollo de los pueblos.

III. El método de la ESI

El Papa Pablo VI en la encíclica Octogesima Adveniens afirma que los cristianos viven en situaciones políticas, sociales, económicas, culturales, ideológicas muy diversas, por lo que es muy difícil que el Papa pueda ofrecer una palabra única y aportar soluciones universales ante problemas tan diversos y particulares. El sujeto responsable junto con el Papa y jerarquía son las comunidades cristianas que viven en situaciones concretas a los que deben responder desde su fe. ¿Cómo? ¿Cómo se hace doctrina social? ¿Cómo los cristianos articulan y conectan el Evangelio con la realidad social?. Los Papas a partir de Juan XXIII han concordado en un método que trabaja con la realidad (el ser) y su ideal (el deber ser), para que el cristiano responda a los obstáculos de la construcción del bien común, máximo ideal para la sociedad que quiera crecer integralmente.

En primer lugar está el ver, que consiste en realizar un análisis objetivo del problema. Este paso implica el uso y asimilación crítica y creativa de datos, aportes, teorías e hipótesis de las ciencias sociales y humanas, en cuanto medios auxiliares para observar, comprender y expresar la realidad que percibimos. Vale notar que los problemas que muchas veces percibimos son consecuencias de problemas mayores y desapercibidos.

Luego, es necesario realizar un juicio objetivo, esclarecer el problema mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio y deducir a partir de principios de reflexión y normas de juicio lo que va en contra de la ley natural, moral y divina. El juzgar implica la mediación racional - generalmente filosófica - con que la tradición cristiana ha plasmado las categorías éticas del Evangelio, para - según el Papa Juan Pablo II - orientar las actitudes de los cristianos.

Como tercer paso está el actuar, que comienza con un discernir en forma personal y social con la ayuda del Espíritu Santo las líneas de acción que pueden realizarse de modo de alcanzar el mayor bien posible. Luego, en comunión con los Obispos responsables, ver las opciones y compromisos que conviene asumir para realizar las transformaciones sociales, políticas, y económicas que se considera de urgente necesidad. El Papa Juan Pablo II afirma: “La doctrina social de la Iglesia está orientada hacia la práctica”.

Éste último paso, el celebrar, engloba de manera total a los primeros. Consiste en la celebración de los sacramentos y la vida eclesial. Este no espera a los pasos anteriores, pero sí alcanza mayor realización por parte de la sociedad al verse libre del oprobio, como sucedió con la Pascua judía, (Ex. 12, 21- 28) así toda sociedad puede celebrar con mayor entusiasmo su alianza con el Rey del mundo. (Cf. Sal. 40).

Este método no implica cuatro etapas sucesivas y relativamente autónomas, más bien, sólo acentúa los aspectos propios y parciales de un proceso que está profundamente interrelacionado e interconectado, donde cada paso supone e implica a otro. Así el ver la realidad implica la percepción, el análisis y el estudio de los problemas sociales. Es decir, en el ver ya está implicado el juzgar. Cabe señalar que es un método aplicable a todo escenario, sea pequeño o grande, sea político, económico e incluso religioso, y que sus respuestas, resultados y propuestas son principios a tomar en cuenta. Sus fuentes o fundamentos son inalterables e inmutables, por tanto, también su iluminación, salvo cuestiones contingentes o de carácter accidental, como asuntos temporales. Debemos tomarlo con mucha seriedad. (Mt. 7, 15- 23).

El método no es fácil, requiere de algunos requisitos, como un gradual y profundo proceso de conversión que permita acercarnos lo más posible a mirar la realidad con los ojos de Dios. La realidad es siempre mayor, más compleja y amplia que lo que nuestra mirada percibe. Siempre somos sujetos que atisbamos lo que nos rodea desde nuestros intereses personales, profundos, subconscientes, o más superficiales, haciendo que “los otros” desaparezcan rápidamente de nuestras percepciones. Es por eso necesario un proceso de conversión que llegue a las capas profundas del corazón, es lo que Pablo dice a los cristianos de Roma: “no vivan según los valores de este mundo, sino que váyance transformando con la nueva mentalidad, para discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, aceptable y perfecto”. (Rom. 12, 2).

También se asoman muchas dificultades, principalmente porque la persona tiene una gran capacidad de autoengaño. Éste seduce y corrompe el juicio de la persona bajo la especie de bien, escondiendo la malicia. El autoengaño lo solemos tener en torno a tres áreas: el poder, que bajo la imagen de servicio público suele buscarse así mismo, el placer sexual, que disfraza bajo mil formas sus ansias de posesión egoísta del otro, y el poder económico, o sea, la tentación de la riqueza. Otro de los problemas de esta toma de conciencia es la exigencia del compromiso coherente, lo que suele tener costos personales, pues demanda sacrificios y esfuerzos que habitualmente evadimos, olvidando que todos los cristianos estamos llamados a la santidad. Pero el mayor peligro que los cristianos solemos enfrentar, principalmente los que se dedican a plantear soluciones a los problemas sociales, es el dualismo, es decir, tener una escala de valores con la que miramos e implícitamente valoramos y enjuiciamos la realidad, y otra escala distinta, vinculada al Evangelio y a la tradición cristiana, que funciona paralela a la primera, pero de forma separada. Separamos la fe de la ciencia. Éste fenómeno suele surgir de la ausencia de relación entre ambos campos y se le reconoce como bilingüismo, pero está actitud, más que actividad literaria se afronta más en la vida diaria de todo cristiano. (Mt. 23, 1- 13). Para superar esta brecha debemos ver y juzgar desde los valores esenciales del Evangelio que no son ajenos a la razón: la opción preferencial por los más pobres y excluidos, la pasión por la verdad, la fraternidad solidaria, y también, conocer más a fondo la relación que existe entre la fe y las ciencias, que es mucho más profunda de lo que parece, para así poder llevar mejor el Evangelio a todos los estratos de la sociedad.

IV. Principios del Bien Común y Destino Universal de los Bienes

La igualdad entre todos los hombres se debe a que dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y porque redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico destino. Es muy cierto que no todos los hombres son iguales en lo que toca a la capacidad física y a las cualidades intelectuales y morales, sin embargo, toda forma de discriminación debe ser abolida por ser contraria al plan divino. Más aún, aunque existen divergencias morales y éticas en la forma de actuar de algunos individuos, la igual dignidad de la persona exige que se llegue a una situación social más humana y más justa en su trata. (Cf. G. S 29). El Principio del bien común o principio de justicia social procede de esta igual dignidad de la persona humana. El Concilio Vaticano II, en la constitución ecuménica Gaudium et Spes numeral 26, define al bien común como “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”. El Papa León XIII, mucho antes, había afirmado que conforme al bien común “el hombre no debe considerar las cosas externas como propias, sino como comunes, es decir, de modo que las comparta fácilmente con otros en sus necesidades”. (R. N. 16). Y el Papa Pío XI en la Quadragessimo Anno dice que “es necesario que la participación de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social pues cualquier persona sensata conoce cuan gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme desigualdad actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y una incontable multitud de necesitados”. Entre las múltiples implicaciones del bien común adquiere inmediato relieve el Principio del Destino Universal de los Bienes, que reza que “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos, en consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la custodia de la justicia y la compañía de la caridad”. (C. A, Juan Pablo II). El texto base para este último principio es (Gn. 1, 28- 31) del Antiguo Testamento, y el Evangelio nos lo afirma con la multiplicación de los panes (Mt. 14, 13- 21; Mc. 6, 30- 44; Lc. 9, 10- 17), la misión universal (Mt. 28, 16), y en el abandono a la Providencia (Lc. 12, 22- 32). El destino universal de los bienes comporta un esfuerzo común dirigido a obtener para cada persona y para todos los pueblos las condiciones necesarias de un desarrollo integral de manera que todos puedan contribuir a la promoción de un mundo más humano.

Ahora bien, el bien común no consiste en sumar los bienes particulares de cada sujeto y la división equitativa para cada individuo como se pensó en un momento, pues se irrespeta otro principio, el derecho a la propiedad privada. Mediante el trabajo, el hombre, usando su inteligencia, logra dominar la tierra y hacerla su digna morada. El Papa Juan Pablo II afirmó: “de este modo se apropia una parte de la tierra, la que se ha conquistado con su trabajo: he ahí el origen de la propiedad privada”. (C. A 51). La propiedad privada no es más que el uso individual que se le da a un bien, “pues se dice que Dios dio la tierra en común al género humano no porque quisiera que su posición fuera indivisa para todos, sino porque no asignó a nadie la parte que habría de poseer, dejando la delimitación de las posesiones privadas a la industria de los individuos y a las instituciones de los pueblos”. (R. N. 6). En otras palabras la propiedad privada tiene su razón de ser en la tierra que Dios le ha dado al hombre para su administración, en la inteligencia y el trabajo humano. Entonces, es la libertad y el trabajo humano lo que me da derecho a tomar posesión de un bien para provecho personal, sin que éste afecte a los demás. Esto no quiere decir, como nunca lo ha afirmado la tradición cristiana, que la propiedad privada posea un valor absoluto e intocable, al contrario, la ESI exhorta a reconocer la función social de cualquier forma de posesión privada en referencia al bien común. Juan Pablo II dice que: “sobre toda propiedad privada hay una hipoteca social”. Es más, el momento actual de la historia nos obliga a reconocer que el principio del destino universal de los bienes y la función social sobre toda propiedad privada se extiende también al progreso económico y tecnológico.

La actuación concreta del principio del destino universal de los bienes cambia según los diferentes contextos culturales y sociales, por tanto, implica una precisa definición de los modos, del cómo se va a actualizar ese principio, de los límites o las normas por las cuales se ha de regir, y los objetos, que son los fines que persigue. Es responsabilidad del Estado el cumplimiento de este principio por antonomasia, como lo es del mismo modo el promover el bien común, es más, la construcción de la sociedad bajo la égida del bien común es la razón de ser de la autoridad política. El método que ocupa la ESI es un buen complemento pedagógico para hacer cumplir ambos principios es casos concretos y muy particulares. La capacidad propia de la persona o de la nación, sus necesidades, y sobre todo la justicia como rectora de toda buena decisión, son factores que deben de tomarse en cuenta al construir bajo éstos principios universales la sociedad. He aquí algunas exigencias del bien común: facilitar trabajo al mayor número de personas; evitar las categorías sociales privilegiadas; mantener una adecuada proporción entre salarios y precios; hacer accesible al mayor número de ciudadanos los bienes materiales y culturales; equilibrar el incremento económico con los servicios generales básicos; ajustar las estructuras de producción con los progresos científicos y técnicos; preparar también un mejor porvenir a las futuras generaciones; evitar la competencia desleal entre los diversos países en materia de expansión económica y cooperar eficazmente al desarrollo económico de las comunidades políticas más pobres. (Cf. M. M 79; P. T 57). Como una exigencia del bien común y del destino universal de los bienes está también la llamada expropiación. La expropiación es un mecanismo coercitivo que pretende resolver con justicia las desigualdades en la posesiones privadas, principalmente en lo que se refiere a tierras de cultivo. Consiste en la confiscación parcial o total de un bien y se da únicamente en casos extremos y de total necesidad. El Papa Juan Pablo II lo afirma y lo condiciona refiriéndose a tierras ociosas de la siguiente manera: “el bien común exige pues, algunas veces la expropiación si, por el hecho de su extensión, de su explotación deficiente o nula, de la miseria que de ello resulta a la población, del daño considerado producido a los intereses del país, algunas posesiones sirven de obstáculo a la propiedad colectiva” (P. P 24). Una sociedad que en todos sus niveles quiere estar al servicio del ser humano es aquella que se propone como meta particular el bien común. El bien común abarca a todo hombre sin discriminación alguna, tanto en las exigencias del cuerpo como las del espíritu.

V. Principios de solidaridad y subsidiaridad

“Existe en cada uno de nosotros un doble amor: uno que nos realiza y vela por nuestro propio bien, y otro que nos elimina y busca el bien del otro. Ambos están incluidos en el mandamiento divino: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Mt. 22, 39). El primero bebe agua para vivir. El segundo comparte o aun entrega el agua para que el prójimo viva. Los dos amores son correctos y buenos y están destinados a actuar el uno como el freno del otro”. (Obispo Fulton Sheen, Paz en el alma, 1949). Tengamos como telón de fondo este rico pensamiento para captar con mayor profundidad la temática.

Todos conocemos la realidad económica mundial: las naciones altamente industrializadas exportan, sobre todo, productos elaborados, mientras que las economías poco desarrolladas no tienen para vender más que productos agrícolas y materias primas. Gracias al progreso técnico, los primeros aumentan rápidamente de valor y encuentran suficiente mercado. Por en contrario, los productos primarios que vienen de los países subdesarrollados sufren amplias y bruscas variaciones de precio, muy lejos de esa plusvalía progresiva. (Cf. P. P). A todo esto los cristianos estamos llamados a iluminar la realidad, y a presentar acciones concretas para remediarla, pues “la fe sin obras está muerta”. (St. 2, 15- 16).

El principio de solidaridad es un elemento fundamental e imprescindible a la sociabilidad de la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derecho, al camino común de todos los hombres y de todos los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. La solidaridad es una verdadera y propia virtud moral, se ubica en la dimensión de la justicia, en la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, de tal manera que todos seamos responsables de todos. El bien común - recordemos - es la garantía en la estabilidad y productividad del destino universal de los bienes del que todos nos beneficiamos, por tanto el principio de solidaridad “consiste en que todas las sociedades de orden superior deben de ponerse en una actitud de apoyo, promoción, e interdependencia respecto a las menores”. (Q. A, Pío XI). La fundamentación bíblica se encuentra en el misterio de la encarnación, muerte, y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, Él nos redimió por solidaridad con el género humano. Además está su iluminación doctrinal: (Lc. 12, 13- 21). Pablo VI en un discurso en Bombay mencionó: “El hombre debe encontrar al hombre, las naciones deben encontrarse así como hermanos y hermanas, como hijos de Dios. En esta comprensión y amistad mutua, en esta comunión sagrada, debemos igualmente comenzar a actuar a una para edificar el porvenir común de la humanidad”. Y es que, entre los pueblos no hay una dependencia, sino una interdependencia, la cual debe ser una relación de verdadera y propia solidaridad ético- social, de lo contrario, la misma interdependencia podría convertirse en nuevas formas de explotación. En tanto, una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias como se ha visto en nuestras sociedades polarizadas, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad, y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales con miras al bien común.

Del principio de solidaridad se desprende el principio de subsidiaridad, que consiste en el deber social que sociedades superiores adquieren en orden al bien común, para apoyar y promover el desarrollo e interdependencia de las sociedades menores. La sociedad que es subsidiaria es una sociedad solidaria, y si no hay solidaridad entre las naciones, muy difícilmente habrá bien común. La diferencia de ambos principios radica en que cuando entre las sociedades todos tienen partes iguales o gozan de similares condiciones sociales y económicas, lo que se da entre ellas es solidaridad, en cambio, si una sociedad tiene mejores condiciones que la otra, a demás de ser una sociedad solidaria es subsidiaria, ello va a depender si, de los arreglos o convenios que se realicen. “Éste deber - menciona el Papa Juan Pablo II - (solidaridad y subsidiaridad) concierne en primer lugar a los más favorecidos. Sus obligaciones - continúa el pontífice - tienen sus raíces en la fraternidad humana y sobrenatural, y se presentan bajo un triple aspecto: deber de solidaridad, en la ayuda que las naciones ricas deben de aportar a los países en vías de desarrollo, deber de justicia social, enderezando las relaciones comerciales defectuosas entre los pueblos fuertes y débiles, deber de caridad universal, por la promoción de un mundo más humano para todos, en donde todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sea obstáculo para el desarrollo de los otros”. (C. A.) En la Populorum Progressio el Papa Pablo VI menciona: “ningún pueblo, puede pretender guardar sus riquezas para uso exclusivo. Cada pueblo debe producir más y mejor, a la vez para dar a sus súbditos un nivel de vida verdaderamente humano y para contribuir también al desarrollo solidario de la humanidad. Ante la creciente - continúa el Papa - indigencia de los países subdesarrollados, se debe considerar como normal el que un país desarrollado consagre una parte de su producción a satisfacer las necesidades de aquéllos. Lo superfluo de los países ricos debe servir a los países pobres”. A todo esto, hay personas o naciones que no hayan suficiente razón para cumplir estos principios, y más bien afirman que harían un mal mayor si los cumpliesen; es menester recordarles que la misma experiencia justifica la razón de ser de dichos principios: la interdependencia natural de las personas y de los pueblos. Está bien saber que el bien común no solamente consiste en tener la voluntad de ser solidario, sino en hacerlo de una manera razonable y responsable. Por ello es importante reconocer que la subsidiaridad tampoco consiste únicamente en desprenderse de algún bien, sino que es mejor “que los ciudadanos de estas naciones - aconseja el Papa Juan XXIII refiriéndose a las naciones que son subsidiadas - se instruyan perfectamente en el ejercicio de las técnicas y en el cumplimiento de sus oficios, y, por otra, puedan poseer los capitales que les permitan realizar por sí mismos el desarrollo económico con los criterios y métodos propios de nuestra época”. (M. M. 163). Por otra parte, “un programa es más y es mejor que una ayuda ocasional dejada a la buena voluntad de cada uno - menciona el Papa Pablo VI refiriéndose a los países donantes -. Supone, estudios profundos, fijar los objetivos, determinar los medios, aunar los esfuerzos, a fin de responder a las necesidades presentes y a las exigencias previsibles”. (P. P). Con el ejercicio de éstos principios lo que se trata es de construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza o religión o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de la parte de los hombres y de la naturaleza insuficiente dominada, un mundo donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico Epulón. Por ello, hay que luchar contra el aislamiento, el nacionalismo, el racismo, y el poder por el poder, no por el servicio, que son todos ellos, obstáculos para el bien común.

VI. Iluminación doctrinal: Política

El hombre como ser social establece relaciones personales con sus semejantes para desarrollarse y realizarse plenamente; de igual manera establece relaciones políticas cuando se trata de relaciones entre sociedades o Estados, lazos necesariamente requeridos en materias de orden económico, social y cultural, para el progreso de las partes contrayentes. El Papa Pablo VI nos explica la formación de esta última: “El hombre, constituye su destino a través de una serie de agrupaciones particulares que requieren, para su perfeccionamiento y como condición necesaria para su desarrollo, una sociedad más vasta, de carácter universal: la sociedad política. - Y asegura que - Toda actividad particular debe colocarse en esta sociedad ampliada, y adquiere con ello la dimensión de bien común”. (O. A. 24). La sociedad política nace pues de la necesidad de establecer relaciones jurídicas tanto dentro de una sociedad, entre los ciudadanos y las autoridades, como fuera de ella, cuando se trata de relaciones internacionales, con el objetivo de garantizar y promover el principio del bien común. Es importante conocer que el Estado es la institucionalidad de una nación, mientras que el Gobierno es la administración del Estado. El Gobierno es el personal que conduce a la nación según la constitución del Estado hacia su desarrollo. Luego, a ambos se refiere la DSI cuando trata de iluminar las conciencias, pero principalmente a las autoridades del Gobierno, que después de todo son los encargados de hacer las leyes del Estado. También es importante saber que la política tiene varios sentidos o significados. Se le reconoce como una doctrina, como una ideología o como una opinión referente al gobierno de los Estados y comunidades en su sentido amplio, y también se le considera una profesión, en su sentido más estricto y específico, pero de cualquiera de las dos formas, política no deja de ser una industria o un campo privilegiado que se da el mismo hombre para bien de todos.

En este campo la Iglesia es portadora de una rica enseñanza, comenzando que apoya y justifica la actividad política como un bien necesario, que lamentablemente es mal vista por muchas generaciones de personas que han visto un mal uso de ella, personas que han abusado y desvirtuado la noble actividad, que por naturaleza demanda servicio y equidad. “El que quiera ser el primero que sea servidor de todos” (Lc. 22, 26), dice el Señor Jesús. La Iglesia recuerda también que Dios mismo es el origen de toda autoridad política, al respecto dice el Papa León XIII retomando al Apóstol de los gentiles: “Toda la autoridad que los gobernantes poseen proviene de Dios, según enseña San Pablo: Porque no hay autoridad que no venga de Dios (Cf. Rom. 13,1- 2). - Enseñanza del Apóstol que San Juan Crisóstomo desarrolla en estos términos - : ¿Qué dices? ¿Acaso todo gobernante ha sido establecido por Dios? No digo esto - añade -, no hablo de cada uno de los que mandan, sino de la autoridad misma. Porque el que existan las autoridades, y haya gobernantes y súbditos, y todo suceda sin obedecer a un azar completamente fortuito, digo que es obra de la divina sabiduría. (Cf. Rom. 13,1- 6). En efecto - continua el Papa -, como Dios ha creado a los hombres sociales por naturaleza y ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y a cada uno con un mismo impulso eficaz, encaminado al bien común, resulta necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija; autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor”. (Immortale Dei, 1885, no. 120,). En el Evangelio Jesús mismo debate con Poncio Pilato el origen de su autoridad como gobernador romano en la provincia de Jerusalén (Jn. 19, 8- 11). Entonces, siguiendo este orden jerárquico del poder, el Papa León XIII en la carta encíclica Rerum Novarum nos dice que “el Estado es el que pide la recta razón de conformidad con la naturaleza, por un lado, y aprueban, por otro las enseñanzas de la naturaleza divina”. Pues, nos vuelve a afirmar el Concilio Vaticano II que “la comunidad política nace para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y propia”. (G. S. 74). Y refiriéndonos al bien común, no puede haberlo cuando se omiten los principios religiosos en la legislación de las leyes.

¿Cómo debe ser la acción política? ¿cuál debe ser su aspiración más firme? El Papa Pío XI responde que “la acción política debe estar apoyada en un proyecto de sociedad coherente en sus medios concretos y en su aspiración, que se alimenta de una concepción plenaria de la vocación del hombre y de sus diferentes expresiones sociales. - Y a la misma vez ratifica que - No pertenece ni al Estado, ni siquiera a los partidos políticos que se cerraran sobre sí mismos, el tratar de imponer una ideología por medios que desembocarían en la dictadura de los espíritus, la peor de todas”. (O. A. 25). El hombre mismo debe ser la aspiración de todo servicio político. Pero cuando la actividad política se desentiende de este principio comienzan a surgir problemas, uno de ellos es la división ideológica. La polarización ideológica es muy común entre todos nosotros los seres humanos, y el tomar partido a nivel político no es la excepción; esto es conveniente sólo cuando se lucha por una perfección política en vistas al bien común, pero cuando hay divisiones de esta clase en una sociedad por puro antojo y capricho, por llevar la contraria de las autoridades, o por obtener poder, quédese claro que se está dañando la unidad nacional, condición necesaria para el desarrollo. Por eso las autoridades deben de buscar esta unidad nacional por medio de una educación humana integral, que no someta a los ciudadanos a presiones de carácter ideológico que generan inmediatamente diferencias y luchas entre los ciudadanos . Por ello “no es justo - dice el mismo Papa - que ni el individuo ni la familia sean absorbidos por el Estado; lo justo es dejar a cada uno la facultad de actuar con libertad hasta donde sea posible, sin daño del bien común, y sin injuria de nadie”.

Como se ha entrevisto, el sistema de gobierno democrático, que da participación a todos los que conforman el órgano social a la hora de tomar decisiones políticas, es consubstancial al proyecto de desarrollo humano integral, pues las personas adquieren poder de hacer valer sus derechos. Juan Pablo II en la Laborem Exercens menciona que el desarrollo político exige que la comunidad entera cultive e interiorice un creciente aprecio por la política entendida como una prudente solicitud por el bien común, y que la participación política no es sólo un derecho, sino también una obligación moral de todo ciudadano. Por tanto nadie puede permanecer indiferente a las grandes decisiones societales que comprometen el destino de los pueblos.

A continuación se mencionan otros de los deberes de las autoridades: “La defensa de la comunidad y de sus miembros, pero en la protección de esos derechos de los particulares deberá sobre todo velarse por los débiles y los necesitados”. (Pío XI, Q. A). El Papa León XII menciona también que “la custodia de la salud pública no es sólo la suprema ley, sino la razón total del poder”. (R. N. 26). Entre otros están además, el buscar la prosperidad de la sociedad y de los individuos, el mantenimiento del orden público, remover las causas de las huelgas, frenar a los agitadores y corruptores de los pueblos, asegurar la propiedad privada, hacer que se respeten los derechos individuales. En la actividad económica le compete establecer un marco institucional, jurídico y político, que garantice la libertad individual y la propiedad, a demás de un sistema monetario estable y servicios públicos eficientes. Y vigilar y encauzar al ejercicio de los derechos humanos en el sector económico, que mejor asegure el resguardo de la dignidad de la persona humana y de cada uno de sus derechos.

Como consejos políticos para una sociedad próspera la Iglesia menciona: “La probidad de las costumbres, la recta y ordenada constitución de las familias, la observancia de la religión y de la justicia, las moderadas cargas públicas y su equitativa distribución, los progresos de la industria y del comercio, la floreciente agricultura y otros factores de esta índole”. (R. N. 38). La modernización del Estado, es precisamente lo que postula el principio de subsidiaridad: que el Estado deje de hacer lo que las comunidades inferiores pueden hacer bien, y en muchos casos mejor que el Estado. La disminución del aparato estatal, de la burocracia que, en muchos casos, actúa más bien como freno que como motor de desarrollo. La disminución del aparato burocrático tiene que ir acompañada de una significación y aumento de la competencia de los servidores públicos.

Un tema controversial para ciertas personas es la relación que ha de haber entre la Iglesia y política. Por ese motivo hay que esclarecer que “la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo”.(G. S. 76). Con respecto al cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio el Papa Pablo VI menciona en la Octagessimo Anno que “no puede adherirse, sin contradecirse así mismo, a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre. No es lícito por tanto - dice el Pontífice - favorecer a la filosofía marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la manera como ella entiende la libertad individual dentro de la colectividad, negando al mismo tiempo toda trascendencia al hombre, y a su historia personal y colectiva. Tampoco apoya el cristiano la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas individuales y no ya como fin y motivo primario del valor de la organización social”. En otra parte resalta que “la fe cristiana es muy superior a estas ideologías y queda situada a veces en situación totalmente contraria a ella, en la medida que reconoce a Dios, trascendente y creador, que interpela, a través de todos los niveles de lo creado, al hombre como libertad responsable”. (O. A. 26- 27).

El Papa Benedicto XVI en su primera encíclica Deus Caritas Est deja muy claro que “la Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco - advierte el Pontífice - no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar (...) La Iglesia es una de estas fuerzas vivas: en ella late el dinamismo del amor por el espíritu de Cristo. Este amor no brinda a los hombres sólo ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma, una ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material”. (D. C. 28).

VII. Iluminación doctrinal: Cultura y Educación

“La Iglesia no considera bastante con indicar el camino para llegar a la curación, sino que aplica ella misma por su mano la medicina, pues está dedicada por entero a instruir y enseñar a los hombres su doctrina... trata a demás de influir sobre los espíritus y de doblegar las voluntades a fin de que se dejen regir y gobernar por la enseñanza de los preceptos divinos”. (R. N. 20). El Papa León XIII en el texto anterior indica notablemente la misión de la Iglesia como depósito de las gracias dadas por la Redención y Revelación de Cristo, autoridad que se extiende a todos los ámbitos de la vida humana. En este tema estudiaremos qué dice nuestra Madre acerca de la cultura y la educación y su relación con la verdad y el bien.

La palabra cultura viene del latín colere que quiere decir cultivar; cultivo del espíritu. Y a nivel académico cultura se refiere a las buenas costumbres de los pueblos del mundo. Es simple reconocer que etimológicamente y positivamente cultura sólo se refiere al cultivo de valores, de valores que perseveran en el tiempo; sin embargo, hoy en día, el término cultura ha sido adoptado para expresar casi cualquier cosa. “Con la palabra cultura - mencionan los Padres Conciliares - se indica, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales, procura someter el orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil , mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente a través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras, grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano”. (G. S. 53). Ésta rica definición de cultura demuestra que existe una contraparte de cultura, la anti- cultura, que a diferencia de la cultura se refiere al cultivo de anti- valores que atenían al naturalmente contra el mismo hombre. La anti- cultura nace de la libertad del hombre a expresarse a como él quiere; haciendo uso de su inteligencia y su trabajo el hombre puede crear anti- cultura, o malas costumbres. El hombre es libre, más sin embargo esa libertad no es ilimitada. Para explicar esta realidad el Papa Juan Pablo II en su encíclica Veritatis Esplendor cita el libro del Génesis, en la narración donde Dios dispuso al hombre el mandamiento que de cualquier árbol del jardín podía comer, mas del árbol de la ciencia y del bien y del mal no, porque el día en que comiera de él, moriría sin remedio (Gn. 2, 16- 17). Entonces, con esta imagen el Papa explica que: “la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El hombre posee una libertad muy amplia, porque puede comer de cualquier árbol del jardín. Pero esta libertad no es ilimitada: el hombre debe detenerse ante el árbol de la ciencia del bien y del mal, por estar llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. Dios que sólo el es bueno, (Cf. Lc. 18, 19) conoce perfectamente lo que es bueno para el hombre, y en virtud de su mismo amor se lo propone en los mandamientos”. (V. E. 35). En otras palabras lo que el Papa quiso decir es que el hombre no puede decidir lo que es bueno o lo que es malo, ello lo ha decidido Dios desde un principio, nosotros sólo podemos decidir entre hacer lo bueno o hacer lo malo, o sea no está en poder del hombre cambiar su naturaleza moral a su gusto, por lo tanto no puede decidir o afirmar que todo lo que crea es cultura, o en otras palabras, que todas sus expresiones y obras son buenas y constructivas. Porque algunas tendencias culturales contemporáneas abogan por determinadas orientaciones éticas que le da al hombre la facultad de decidir sobre el bien y el mal. Estas filosofías apagan la voz de Dios que es la conciencia, donde reside la ley de Dios, que dicta al hombre la naturaleza moral de su pensamiento y comportamiento (Cf. Rm. 2, 14- 15). La conciencia - menciona el Papa en la misma encíclica - es el sagrario del hombre: “La relación que hay entre la libertad del hombre y la ley de Dios tiene su base en el corazón de la persona, o sea, en su conciencia moral: En lo profundo de su conciencia - afirma el Concilio Vaticano II -, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándolo siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal”. (V. E. 54). Pero, ¿por qué se piensa y se hace tanto mal, y los hechores tiene la conciencia tranquila, como sucede con los terroristas, los asesinos, los ladrones? ¿Acaso no tienen conciencia, Dios no les habla?. El Concilio Vaticano II afirma que “muchas veces ocurre que la conciencia yerra por ignorancia invencible, sin que por ello pierda su dignidad. Cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega”. (G. S 16). La conciencia tiene la dignidad de ser un sagrario divino donde Dios mora y escribe su ley, pero son muchos los factores que hacen perder la sensibilidad de la ley divina. Es lo que ocurre con estas tendencias anti- culturales, el pecado se vuelve un “hábito” y se convive normalmente con él. En cambio, la persona obra moralmente bien: “cuando las elecciones de la libertad están conformes con el verdadero bien del hombre y expresan así la ordenación voluntaria de la persona hacia su fin último, es decir Dios mismo: el bien supremo en el cual el hombre encuentra su plena y perfecta felicidad”. (V. E. 74).

Es por eso que la Iglesia recuerda a todos que la cultura debe estar subordinada a la perfección integral de la persona humana, el poder cultivar el sentido religioso, moral y social, la necesidad de enseñar una recta concepción de la libertad, entenderla como una legítima autonomía para obrar según los principios morales, que naturalmente remiten al bien común. Por ello se hace un llamado a las instituciones educativas para que transmitan a los pueblos una sana educación conforme a la verdad y el bien, que es de vital importancia para combatir una sociedad plagada de anti- valores, puesto que a veces, son las mismas instituciones que saturadas de vicio y corrupción transmiten a las gentes sus ideas y creencias.

Siempre referente a la cultura, y conociendo su recta concepción, el Concilio Vaticano II menciona que: “a la autoridad pública compete no el determinar el carácter propio de cada cultura, sino el fomentar las condiciones y los medios para promover la vida cultural entre todos, aun dentro de las minorías de alguna nación. Por ello hay que insistir sobre todo en que la cultura, apartada de su propio fin, no sea forzada a servir al poder político o económico”. (G. S. 59). Y a nosotros, cristianos, los Padres conciliares en la constitución dogmática Lumen Gentium nos exhortan a juntar nuestras fuerzas: “han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas ellas sean conforme a las normas de la justicia y favorezcan en vez de impedir la práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán de valores morales toda la cultura u las realizaciones humanas”. (L. G. 36).

Para terminar la temática, valoremos la importancia que juega la educación. El término educación se deriva del verbo latino educere, que quiere decir conducir fuera, hacia la práctica, y tiene como fin: “la formación del carácter moral con arreglo a las condiciones psicológicas del educando. Se funda en la ética y en la psicología, porque la primera indica la meta y la segunda la ruta. Es el proceso por el cual un individuo o una generación se apropia de los bienes culturales de la comunidad”. (J. F. Herbart, 1776- 1841). Cultura y educación se identifican y se necesitan mutuamente, pues la cultura, esplendor del ser humano, se transmite por la educación. La educación por tanto, está al servicio del hombre, es necesaria y es un deber. Lo mismo sucede con la cultura. Así como el Concilio pone las esperanzas en la educación, así todo hombre debe confiar en que es posible por este medio transformar las costumbres de las gentes, pero antes, hay que luchar por ese derecho, privado para muchos. “Hoy en día es posible liberar a muchísimos hombres de la miseria de la ignorancia. Por ello, uno de los deberes más propios de nuestra época, sobre todo de los cristianos, es el de trabajar con ahínco para que tanto en la economía como en la política, así en el campo nacional como el internacional, se den las normas fundamentales para que se conozca en todas partes y se haga efectivo el derecho de todos a la cultura, exigido por la dignidad de la persona, sin distinción de raza, sexo, nacionalidad, religión o condición social”. (G. S. 60).

VIII. El trabajo en la ESI

El Magisterio social de la Iglesia ve como protagonista del orden social la recta concepción y ejercicio del trabajo. Es bien sabido que el hombre hace su vida con esfuerzo y fatiga (Cf. Gn. 3, 17- 19). El trabajo es el medio de desarrollo humano integral; con sus fuerzas físicas y espirituales el hombre se objetiva en el mundo para sustentarse y perfeccionarse. El trabajo abarca toda la vida del hombre; cuando no se reconoce su importancia como realidad constituyente de la vida, o cuando se hace mal trabajo, toda la vida del hombre se altera, y la existencia se considera despreciable. Es por ello que la Iglesia aporta una nueva visión del a veces considerado yugo para el hombre.

El Papa Juan Pablo II escribió en su tercer año de su pontificado la encíclica Laborem Exercens dedicada totalmente al trabajo humano. En la encíclica el Papa nota claramente que el problema clave de la ética social es la justicia en el plano laboral. El trabajo es una necesidad elemental para todo hombre, y de ahí el aprovechamiento de los más favorecidos. Es por ello que cuando se promueva la justicia en los convenios laborales, en todos los ámbitos que incluyen la triple relación: trabajador - trabajo - empleador, sólo así será posible un desarrollo sostenible.

Antes de continuar, debemos tener claro que el trabajo es un deber y un derecho. “El hombre debe trabajar bien sea por el hecho de que el Creador lo ha ordenado, bien sea por el hecho de su propia humanidad, cuyo mantenimiento y desarrollo exigen el trabajo. El hombre debe trabajar respeto al prójimo, especialmente por respeto a la propia familia; pero también a la sociedad a la que pertenecen, a la nación de la que es hijo o hija, a la entera familia humana, de la que es miembro, ya que es heredero del trabajo de generaciones y, al mismo tiempo, coartífice del futuro de aquellos que vendrán después de él con el sucederse de la historia”. (L. E. 16). San Pablo refiriéndose a unos cristianos que no querían trabajar dijo: “El que no quiere trabajar que no coma”. (2 Tes. 10- 11). Y el trabajo es también un derecho porque el “el trabajo - dice el Papa Juan Pablo II - es, en cierto sentido, una condición para hacer posible la fundación de la familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia, que el hombre adquiere normalmente mediante su trabajo”. (L. E. 10).

Trabajo significa todo tipo de acción realizada por el hombre independientemente de sus características y circunstancias. Pero no todo trabajo es ético, en otras palabras, digno: “El trabajo humano - dice el mismo Papa - tiene un valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es persona, un sujeto consciente y libre”. (L. E. 6). O sea, no hay trabajo sin trabajador, en por ello que el trabajo humano desde el punto de vista objetivo puede ser de algún modo, valorizado y cualificado, y conocerse si este dignifica al hombre o lo degrada. Pues “el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto: el trabajo está en función del hombre, y no el hombre en función del trabajo”. (L. E. 6). Cuando no se cumple este principio la concepción del trabajo está alterada, es inmoral y por lo tanto, injusta, la cual atrasa el desarrollo de la sociedad. El Papa dice que: “la finalidad del trabajo, de cualquier trabajo realizado por el hombre, aunque fuera el más monótono, el más corriente en la escala de modo más común de valorar, e incluso el que más margina, sigue siendo el mismo hombre”. (L. E. 6). Pues, “con toda esa fatiga - sigue el Papa - y quizás, en un cierto sentido, debido a ella, el trabajo es un bien del hombre. Y no es sólo un bien útil o para disfrutar, sino un bien digno, es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta. Porque, mediante el trabajo, el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza así mismo como hombre; es más , en un cierto sentido, se hace más hombre”. (L. E. 9). Que el trabajo hace más hombre al hombre no es una tautología, sino que el Papa quiere decir que lo honra más. Es un hecho entonces que no se puede considerar al trabajo como un yugo, sino como la forma o el medio de realización del hombre. Cuando Dios mandó a trabajar al hombre (Gn. 3, 17), le mostró el camino para reinvindicarse de la caída, y así levantara cabeza; como Padre bueno Dios instruye al hombre, lo hace ser responsable y aprender de sus errores, pero Él, antes de dar solamente órdenes nos da el ejemplo, haciéndonos ver que todo lo ha hecho bueno: Jesús le dice a sus discípulos “Mi Padre sigue obrando todavía” (Jn. 5, 17).

Lamentablemente esta exaltación que hace la Iglesia del trabajo humano es sólo una muestra de debilidad en la competencia por el poder económico muy marcado en nuestros tiempos. Para el pensamiento materialista y economicista el trabajo, noble ejercicio, es considerado tan sólo como una mercancía. Para el llamado Darwinismo social el hombre se ve como un instrumento de producción, donde grandes empresas, sobre todo, buscan desesperadamente aprovecharse de las fuerzas físicas y espirituales de los más pequeños y necesitados, simulando oportunidades de empleo dignos, pero que al fin y al cabo no prestan las condiciones necesarias y a la vez justas para un trabajo verdaderamente humano. Más nuevo aún, desgraciadamente, las grandes empresas, generadoras de trabajo a grandes escalas, comienzan a descartar al hombre; la técnica y la mecanización del trabajo suplanta el trabajo del hombre, “quitándole así toda satisfacción y estímulo a la creatividad y responsabilidad” menciona el Papa Juan Pablo II. Por eso la Iglesia mantiene el Principio de la Prioridad del Trabajo sobre el Capital, que dicta que: “el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras que el capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental”. (L. E. 12). En otras palabras el trabajo es más importante que las ganancias, por lo cual se debe dar prioridad al trabajador. Por lo cual la ESI proclama el derecho al trabajo principalmente, y luego los derechos de los trabajadores, necesarios para lograr la justicia laboral:

El trabajador tiene derecho al salario justo: “Puesto que el trabajo es la única fuente de la que obtienen los medios de subsistencia; su remuneración no puede dejarse a merced del juego mecánico de las leyes, sino que debe determinarse según la justicia y la equidad”. (M. M. 18). Son tres los criterios a tomar en cuenta a la hora de determinar el salario al trabajador, que es la remuneración de sus fuerzas y de su inteligencia, en fin de todo el hombre: el sustento de la familia, la situación de la empresa y la necesidad del bien común. Otro derecho es el de poseer propiedades: “Para hacer servir, para sí y para los demás, los recursos escondidos en la naturaleza, - menciona el Papa Juan Pablo II - el hombre tiene como único medio su trabajo. Y para hacer fructificar estos recursos por medio del trabajo, el hombre se apropia, en pequeñas partes, de las diversas riquezas de la naturaleza. Se lo apropia por medio del trabajo y para tener un ulterior trabajo ”. (L. E. 12). La Iglesia al respecto, propone incluso la copropiedad de los medios de trabajo, o sea, la participación de los trabajadores en la gestión y/o beneficios de la empresa, al llamado accionariado del trabajo y otras semejantes. (Cf. L. E. 14; M. M 19). También tiene derecho a prestaciones sociales además del salario: “los gastos relativos al cuidado de la salud. El derecho al descanso, trata del descanso semanal, que comprenda al menos el domingo y además un reposo más largo; es decir, las llamadas vacaciones, una ves al año”. Al mismo tiempo: “derechos a ambientes de trabajo y a procesos productivos que no comporten perjuicio a la salud física y no dañen su integridad moral”. (L. E. 19). El derecho a asociarse en sindicatos que “tengan como finalidad la defensa de los intereses vitales de los hombre empleados en las diversas profesiones”. (L. E. 20). El derecho a hacer huelga, es decir a “la interrupción del trabajo, como una especie de ultimátum dirigido a las autoridades legítimas, y sobre todo, a los empresarios. Este es un procedimiento reconocido por la DSI como legítima en las debidas condiciones y en los justos límites. No se puede abusar de él. El abuso puede conducir a la paralización de la vida socio- económica , y esto va en contra a las exigencias del bien común de la sociedad”. (L. E. 20). A las personas inválidas también se les “debe facilitársele el participar de la vida de la sociedad ”. (L. E. 23). También las autoridades concernientes deben procurar que el trabajador emigrante “no se encuentre en desventaja, en el ámbito de los derechos concernientes al trabajo, respecto a los demás trabajadores de aquella determinada sociedad. El valor del trabajo a de medirse con el mismo metro y no en relación con las diversas nacionalidades, religión o raza”. (L. E. 23). Como conclusión, Dios nos manda a trabajar con amor, así dicta el Evangelio del trabajo, a ejemplo de Jesús, que se hizo hombre, semejante en todo a nosotros (Cf. Flp. 2, 5- 8), que vino al mundo y pasó por el mundo haciendo el bien, como hijo del carpintero y como Dios.

IX. La familia en la ESI

La familia es el núcleo de la sociedad; la estructura base de toda la humanidad. De la armonía de la familia depende gran parte del orden y progreso integral de las naciones. Sin embargo, somos testigos, como lo es el Papa Juan Pablo II, que la familia en los tiempos modernos “ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. (...) La Iglesia, - dice el Papa - consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad, quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda...”. (Familiaris Consortio, 1, 1981,).

Algunos de los problemas que acosan a la familia son: la degradación de algunos valores fundamentales, como el amor, el respeto, la unidad, también está la equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticoncepcional; la errónea concepción del matrimonio como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta; las grandes desigualdades económicas que van de extremo a extremo. A algunos les faltan muchas veces bien sea los medios fundamentales para la supervivencia, y a otros el excesivo bienestar y la mentalidad consumista, junto a la angustia al futuro, quitan a los esposos la generosidad y la valentía para suscitar nuevas vidas humanas, uno de los motivos esenciales del matrimonio, etc. (Cf. F. C. 6). Es Dios que en sus misterios inefables ha querido que el hombre, hecho a Su imagen y semejanza goce de la vocación al amor. La vocación al amor se expresa plenamente como donación total hacia el otro. “Así como tú y yo somos uno”. (Jn. 17, 11). Y la Iglesia afirma y justifica racionalmente que “el único lugar que hace posible esta donación total, es el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor...”. (F. C. 11). El hombre está llamado al amor universal, vocación dada por Dios; está armado para vivir plenamente y felizmente en el amor, no obstante, por razón también natural elige un “depósito” especial de su máximo don; ese depósito es la persona amada, a la cual se une en mutua fidelidad. Los candidatos saben muy bien que por razones espirituales y afectivas sólo es posible donarse a una persona, a como se elige entre Dios o el mundo, o entre permanecer frío o caliente. “Esta fidelidad - prometida -, lejos de rebajar la libertad de la persona, la defiende contra el Subjetivismo y Relativismo, y la hace partícipe de la Sabiduría creadora”. (F. C. 11).

El matrimonio y el amor conyugal es una empresa que está ordenada a un fin que no puede ser mal entendido o ignorado. El matrimonio y el amor conyugal están ordenado al mutuo acompañamiento en el camino de la vida y también “a la procreación y educación de la prole, en la que encuentran su coronación”.( Cf. G. S. 50). En otras palabras, a la formación de la familia. Pertenece a los cónyuges la mayor responsabilidad de la salud y orientación de su compromiso. No obstante, por diversos motivos, existen parejas que suelen verse privada del don de la procreación, por consiguiente privadas de la formación de una familia biológica. Al respecto, la Iglesia dice que “no se debe olvidar que incluso cuando la procreación no es posible, no por esto pierde su valor la vida conyugal. La esterilidad física, en efecto, puede dar ocasión a los esposos para otros servicios importantes a la vida de la persona humana, como por ejemplo la adopción, la diversas formas de obras educativas, la ayuda a otras familias, a los niños pobres o minusválidos”. (F. C. 14). Los cristianos, y más específicamente “las familias cristianas, - menciona el Papa polaco - que en la fe reconocen a todos los hombres como hijos del Padre común de los cielos, irán generosamente al encuentro de los hijos de otras familias, sosteniéndoles y amándoles no como extraños, sino como miembros de la única familia de los hijos de Dios”. (F. C. 36). La dignidad del matrimonio entonces, queda salvaguardada aunque no se pueda dar de forma natural, la formación de la familia.

El matrimonio es también una vocación, posee un valor eudemonológico, encamina a los contrayentes a la felicidad, por tanto, es también un fin en sí mismo, un proyecto finalístico bi- personal. Por ello, refuta el Papa, semejante comunión queda “radicalmente contradicha por la poligamia; ésta, en efecto, niega directamente el designio de Dios tal como es revelado desde los orígenes, porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo”. (F. C. 19). Así, igualmente lo dice el Concilio Vaticano II: “La unidad matrimonial confirmada por el Señor aparece de modo claro incluso por la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que debe ser reconocida en el mutuo y pleno amor”. (G. S. 49). Pero a pesar que el matrimonio es un afán tan deseado suele ser muy difícil sobrellevarlo y más aún finiquitarlo. Pero no debe ser motivo de tristeza y desesperanza. El Papa Juan Pablo II en la misma encíclica anima diciendo que “la comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar.” (F. C. 21).

Los deberes de la familia son expuestos a continuación: La tarea educativa: “tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una nueva persona, que tiene en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación de ayudarla eficazmente a vivir una vida plenamente humana”. (F. C. 36). Como ha recordado el Concilio Vaticano II: “Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta transcendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan”. (G. E . 33). Otro de los deberes de la familia es el “dedicarse a muchas obras de servicio social,... está llamada a manifestarse también en la forma de intervención política, es decir, las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la familia... de otro modo las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia. La llamada del C. V II a superar la ética individualista vale también para la familia como tal”. (F. C. 44). Los padres tienen deberes específicos como “el amor a la esposa madre y el amor a los hijos - los cuales - son para el hombre el camino natural para la comprensión y la realización de su paternidad. Sobre todo, donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible. Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares, como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente donde todavía vige el fenómeno del machismo, o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas masculinas que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares”. (F. C. 24). El Papa, conociendo el amor de la madre, ha querido defender su vocación al cuidado de los hijos en el hogar, menciona que al respecto “se debe superar... la mentalidad según la cual el honor de la mujer deriva más del trabajo exterior que de la actividad familiar. - Y hace un llamado a los padres - Pero esto exige que los hombres estimen y amen verdaderamente a la mujer con todo el respeto de su dignidad personal, y que la sociedad cree y desarrolle las condiciones adecuadas para el trabajo doméstico”. (F. C. 23).

Derechos de la familia: “A existir y progresar como familia, es decir, el derecho de todo hombre, especialmente aun siendo pobre, a fundar una familia, y a tener los recursos apropiados para mantenerla; a ejercer su responsabilidad en el campo de la transmisión de la vida y a educar a los hijos; a la intimidad de la vida conyugal y familiar; a la estabilidad del vínculo y de la institución matrimonial; a creer y profesar su propia fe, y a difundirla; a educar a sus hijos de acuerdo con las propias tradiciones y valores religiosos y culturales, con los instrumentos, medios e instituciones necesarias; a obtener la seguridad física, social, política y económica, especialmente de los pobres y enfermos; el derecho a una vivienda adecuada, para una vida familiar digna; el derecho de expresión y de representación ante las autoridades públicas, económicas, sociales, culturales y ante las inferiores, tanto por sí misma como por medio de asociaciones; a crear asociaciones con otras familias e instituciones, para cumplir adecuada y esmeradamente su misión; a proteger a los menores, mediante instituciones y leyes apropiadas, contra los medicamentos perjudiciales, la pornografía, el alcoholismo, etc.; el derecho a un justo tiempo libre que favorezca, a la vez, los valores de la familia; el derecho de los ancianos a una vida y a una muerte dignas; el derecho a emigrar como familia, para buscar mejores condiciones de vida”. (F. C. 46).

X. La sexualidad humana en la ESI

El oscurecimiento de la verdad sobre el hombre, la información despersonalizada, la concepción individualista y no social de la libertad, la falta de los valores fundamentales sobre la vida, sobre el amor y sobre la familia, agregándole proyectos educativos e informativos sexuales que dejan a un lado el tema de la familia, y de los valores morales, causan en la sociedad y más que todo en la juventud, la banalización del sexo y/o el mal uso de la sexualidad, y por tanto la degradación moral física- espiritual de la persona con el irrespeto al cuerpo, al cual también Cristo vino a redimir y glorificar, (Cf. Lc. 24, 51) y en el cual el Espíritu Santo habita y santifica (Cf. Cor. 6, 15- 20). Y también hiere de manera no menos violenta la vocación y el fin de todo hombre, que es el amor verdadero. Además del daño que produce en el joven, afecta igualmente a la familia y a la sociedad, y más que todo al fruto y no producto del acto sexual, que son los hijos. Es por ende, un problema que nos encierra a todos en un circulo vicioso, donde nos es imposible salir o sanar, si no es con el conocimiento y uso recto de la sexualidad humana, que por naturaleza nos compromete a todos. Con ayuda de los documentos de la Iglesia: Del Pontificio consejo para la familia. Sexualidad humana (S. H): Verdad y significado. Del Cardenal Alfonso López Trujillo. 1995; la encíclica Humanae Vitae (H. V), de Pablo VI, 1968; y la encíclica ya citada Familiaris Consortio (F. C) de Juan Pablo II, estudiaremos este tema, importantísimo, y a veces olvidado o ignorado que tiene mucho que ver con la salud social de nuestro mundo.

Es imposible estudiar la sexualidad humana en su aspecto social y moral, sin comenzar antes con el tema del amor, especialmente del amor que se expresa en el encuentro del hombre y de la mujer. (Cf. Gn. 1, 27- 28). Este amor, primeramente es “es don de Dios; es por esto fuerza positiva, orientada a su madurez en cuanto personas; es a la vez una preciosa reserva para el don de sí que todos, hombres y mujeres, están llamados a cumplir para su propia realización y felicidad, según un proyecto de vida que representa la vocación de cada uno. El hombre, en efecto, es llamado al amor como espíritu encarnado, es decir, alma y cuerpo en la unidad de la persona. El amor humano abraza también el cuerpo y el cuerpo expresa igualmente el amor espiritual”. (S. H. 3). Es evidente, por tanto que el sexo es algo bueno, querido por Dios, y que realiza a la vez, a la persona humana. No nos referimos solamente al acto sexual íntimo, sino también, a todas las expresiones corporales que como hombre y mujer el ser humano realiza. Somos seres sexuados y llamados a realizarnos según nuestra sexualidad o corporeidad, pues “toda forma de amor tiene siempre esta connotación masculino - femenina”. (S. H. 10). Es más, “la sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual con su huella consiguiente en todas sus manifestaciones. Esta diversidad, unida a la complementariedad de los dos sexos, responde cumplidamente al diseño de Dios según la vocación a la cual cada uno ha sido llamado”. (S. H. 13).

El problema está en la mala concepción del sexualidad humana, verla y expresarla como algo placentero y superficial, o como una necesidad puramente biológica y material. Esta concepción y sobre todo su práctica, empobrece al hombre, lo hace esclavo de sí mismo, convirtiendo sus deseos más altos y sublimes en deseos bajos y desordenados, que lo van degradando y enfermando, igualmente en cuerpo y espíritu. Por tanto, “la sexualidad no es algo puramente biológico, sino que mira a la vez al núcleo íntimo de la persona. El uso de la sexualidad como donación física tiene su verdad y alcanza su pleno significado cuando es expresión de la donación personal del hombre y de la mujer hasta la muerte”. (S. H. 3). O sea, en la comunidad familiar, ordenada con el matrimonio, bendición de Dios. Puesto que la persona es sin duda “capaz de un tipo de amor superior: no el de concupiscencia, que sólo ve objetos con los cuales satisfacer sus propios apetitos, sino el de amistad y entrega, capaz de conocer y amar a las personas por sí mismas. Un amor capaz de generosidad, a semejanza del amor de Dios: se ama al otro porque se le reconoce como digno de ser amado. Un amor que genera la comunión entre personas, ya que cada uno considera el bien del otro como propio. Es el don de sí hecho a quien se ama, en lo que se descubre, y se actualiza la propia bondad, mediante la comunión de personas y donde se aprende el valor de amar y ser amado”. (S. H. 9). Cada persona humana es un “don de sí”, una persona única e irrepetible, buena y bella en sí misma que posee un valor y una dignidad personal. La entrega de esta individualidad es el regalo más preciado y bueno que hombre y mujer pueden darse mutuamente. He ahí su valor único y trascendental; por tanto, requiere del más cuidadoso respeto y la necesidad de empeñarse en su cuidado, en su fortalecimiento y en su renovación.

Luego de estudiar la sexualidad humana en su aspecto más general, vamos ahora a tocar su aspecto más específico: los casos de las relaciones sexuales conyugales. El acto conyugal o la unión sexual, el coito, posee dos significados o dos posibles intenciones, - que fuera de ellas dos, las demás son inmorales y deshonestas - : “el significado unitivo y el significado procreador”. (H. V. 12). Inseparablemente de estos dos significados - está claro - está el amor, o la donación también espiritual o psíquica. Ambas intenciones son lícitas solamente, en caso de la relación esponsal o definitiva, por ser más perfecta y ordenada. El significado unitivo trata únicamente del amor comunicado en el acto sexual, sin una intención procreadora. Si hay una intención procreadora, ésta abarca también la primera intención. “Usar este don divino destruyendo su significado y su finalidad, aun sólo parcialmente, es contradecir la naturaleza del hombre y de la mujer y sus más íntimas relaciones, y por lo mismo es contradecir también el plan de Dios y su voluntad”. (H. V. 13). Poseemos ya una base segura para tocar los aspectos no menos controversiales, como lo son los métodos anticonceptivos, la regulación de la natalidad por motivos económicos y sociales, la paternidad responsable, siempre de una manera amplia y sencilla, a la luz de la enseñanza social de la Iglesia.

Los anticonceptivos están en auge en la sociedad actual, su significado más realista es anti- vida. Porque la vida se hace de hecho en la concepción, en la unión del óvulo con el espermatozoide luego del coito. Los anticonceptivos por tanto, son mecanismos - porque los hay desde pastillas, hasta objetos como los condones - que no hacen posible el significado procreador del acto sexual humano. Con el fin de no engendrar hijos, los esposos usan estos mecanismos reduciendo el acto sexual a un acto material, por el hecho de que naturalmente, sin ningún tipo de anti- conceptivos es posible no engendrar hijos, si es el caso de dificultades económicas o sociales. Esta forma natural son los ritmos temporales de la mujer, en los cuales deja de ser fértil por un tiempo, y en el cual la pareja puede aprovechar para mostrarse su amor y guardar la fidelidad mutua sin ningún medio anti- natura. Entre anticoncepcionismo y el recurso a los ritmos temporales hay una diferencia antropológica y moral, dice la Iglesia: “la elección de los ritmos naturales comporta la aceptación del tiempo de la persona, es decir de la mujer, y con esto la aceptación también del diálogo, del respeto recíproco, de la responsabilidad común, del dominio de sí mismo. Aceptar el tiempo y el diálogo significa reconocer el carácter espiritual y a la vez corporal de la comunión conyugal, como también vivir el amor personal en su exigencia de fidelidad”. (F. C. 32). Puesto que todo lo natural es bueno, la pareja recurre a este método dado por Dios para regular formalmente el número de hijos, para poder cumplir con responsabilidad sus obligaciones con ellos, y no darles una mala vida teniendo irresponsablemente a muchos, que no podrán cuidar integralmente. “Dios - pues - ,ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos”. (H. V. 11).

En este tema, el autocontrol y la virtud de la castidad son de especial observancia. “La castidad no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena. (F. C. 33). La castidad pues, no es solo para los religiosos o religiosas, sino también para que la pareja se realice con responsabilidad, en lo que respecta al control de los nacimientos, y principalmente en orden a la manutención de los hijos que ya poseen. En efecto, “la sexualidad es una riqueza de toda la persona - cuerpo, sentimiento y espíritu - y manifiesta su significado íntimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor. En este contexto es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el significado esponsal del cuerpo”. (F. C. 37). Hay sectores de la sociedad que ven el tema del celibato o la virginidad contrario a la ley natural e incluso a la ley divina, la Iglesia en cambio mantiene que “la virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los cielos”. (F. C. 16). El Papa Pablo VI, en la Humanae Vitae escribe sobre la castidad en el matrimonio de la siguiente manera: “En virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan integralmente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solución de otros problemas; favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge; ayudando a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraizando más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos”. He aquí algunas citas bíblicas: (cf. Rm 1, 18; 6, 12-14; 1 Cor 6, 9-11; 2 Cor 7, 1; Ga 5, 16-23; Ef 4, 17-24; 5, 3-13; Col 3, 5-8; 1 Ts 4, 1-18; 1 Tm 1, 8-11; 4;12). En el caso de la castidad, no sólo del cuerpo sino de la mente y el espíritu, los jóvenes, más que todo, están llamados a “la práctica del pudor y de la modestia, al hablar, obrar y vestir, es muy importante para crear un clima adecuado para la maduración de la castidad, y por eso han de estar hondamente arraigados en el respeto del propio cuerpo y de la dignidad de los demás... los padres deben velar para que ciertas modas y comportamientos inmorales no violen la integridad del hogar...”. (S. H. 56).

Siguiendo con el tema, los padres son los que tienen la libertad, pero también la responsabilidad sobre sus hijos, por lo tanto, “hay que condenar totalmente y rechazar con energía cualquier violencia ejercida por tales autoridades en favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilización y del aborto procurado”. (F. C. 30). Los cuales muchas veces son parte de las condiciones que otros países imponen para poder ellos hasta entonces, ayudar económicamente. Además de estas injustas y macabras condiciones la Iglesia guarda a sus hijos, y a toda la humanidad de muchos métodos e ideologías; aboga, rechaza y advierte: “La educación sexual secularizada y antinatalista, que pone a Dios al margen de la vida y considera el nacimiento de un hijo como una amenaza. La difunden grandes organismos y asociaciones internacionales promotores del aborto, la esterilización y la contracepción. Tales organismos quieren imponer un falso estilo de vida en contra de la verdad de la sexualidad humana. Actuando a nivel nacional o provincial, dichos organismos buscan suscitar entre los niños y los jóvenes el temor con la amenaza de la superpoblación, para promover así la mentalidad contraceptiva, es decir, una mentalidad anti- vida; difunden falsos conceptos sobre la salud reproductiva y los derechos sexuales y reproductivos de los jóvenes. Además, algunas organizaciones antinatalistas sostienen clínicas que, violando los derechos de los padres, ofrecen el aborto y la contracepción para los jóvenes, promoviendo la promiscuidad y el incremento de los embarazos entre las jóvenes”. (S. H. 136). En cambio, la Iglesia propone el tema de la Paternidad responsable, que alivia más y mejor los males que aquejan no solamente la super- población, sino que hace al hombre libre, y por tanto más digno. Muchos sectores de la sociedad se quejan que la Iglesia no toma en cuenta que la persona humana posee como herramienta suya la inteligencia, y por ello, proponen y hacen parecer como medios lícitos, los anticonceptivos artificiales y anti- naturales, que son productos del arte e ingenio del ser humano para su propio “bienestar”. A esto la Iglesia responde que la inteligencia como don de Dios está a favor del hombre y no en su contra, - porque como veremos más adelante sus usos poseen consecuencias negativas -. La Iglesia con el tema de la Paternidad responsable acude con mayor esmero al uso de la inteligencia, de la libertad y de la luz de la razón de cada hombre y mujer.

El amor conyugal exige a los esposos una conciencia de paternidad responsable. En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa: “conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana”. En relación con las tendencias del instinto y de las pasiones, comporta “el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad. En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, se practica “con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido. Comporta sobre todo: “una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia”. (H. V. 10).

Por tanto, no se puede regular los nacimientos de las siguientes maneras: “La interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas (Cfr. G. S 51),... la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer,... toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación,... Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser disculpado por el conjunto de una vida conyugal fecunda”.(H. V. 14). Es lícito, en cambio, “el uso de los medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, a pesar de que se siguiese un impedimento, aun previsto, para la procreación, con tal de que ese impedimento no sea, por cualquier motivo, directamente querido,... tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los periodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales”. (H. V. 15- 16).

Como consecuencias del uso de anticonceptivos está antes que nada “el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad.(...) Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como a compañera, respetada y amada”. (H. V. 17). A esto se le agrega los efectos secundarios de estas pastillas anti- conceptivas, como la infertilización, o el riesgo de que sus futuros hijos salgan deformes o con graves enfermedades, o peor aún las pastillas anticonceptivas que más bien son abortivas, las cuales causas miles de muertes cada día. A este problema la Iglesia llama a que la autoridad pública proponga: “una cuidadosa política familiar y una sabia educación de los pueblos, que respete la ley moral y la libertad de los ciudadanos”. (H. V. 23). Puesto que: “Estas dificultades no se superan con el recurso a métodos y medios que son indignos del hombre y cuya explicación está sólo en una concepción estrechamente materialística del hombre mismo y de su vida. La verdadera solución solamente se halla en el desarrollo económico y en el progreso social, que respeten y promuevan los verdaderos valores humanos, individuales y sociales”. (M. M. 53).

X. Pensamiento humano y la ESI

El ser humano es un espíritu encarnado, un ser que tiene capacidades muy especiales con respecto a los demás seres vivos. Inteligencia, voluntad, raciocinio y libertad son facultades que hacen de él un ser capaz de reflexionar, o sea, un verse a sí mismo con sus capacidades, paralelamente verse frente a las demás personas y el mundo. Genera pues, - el hombre -, pensamiento e ideas, y de estos, proyectos, planes y metas. En otras palabras, el ser humano se construye a sí mismo conforme a su pensamiento, según su visión del mundo o filosofía, pasa entonces del pensamiento a la acción, de la idea al acto, del espíritu a la extensión, he ahí su singularidad. Y, ¿Qué tipo de pensamiento es capaz de generar el hombre?. Es una actividad muy diversa, que a lo largo de la historia ha ido evolucionado y depurándose, varía según el tiempo, el lugar, y según la experiencia personal del hombre quien reflexiona. Desarrolla por tanto pensamientos muy variados y a veces con grandes contrastes que van de un extremo al otro, sin embargo, hay una línea que sigue cada una de ellas: la búsqueda de la Verdad. La búsqueda de lo correcto, de lo seguro, de lo bueno y lo mejor. Busca la verdad y con ello el bienestar. A pesar de esta constante tan firme y general, por la propia libertad, el hombre ha deambulado por toda su historia, y ha desarrollado pensamientos muy contrarios a ella y a sus frutos, encontrando más bien, malignidad, confusión y por lo tanto malestar, tanto en el campo personal como social.

A todo esto, el cristiano está seguro que esa Verdad, - propósito de todo pensamiento y acción humana -, la ha encontrado en Cristo nuestro Señor, el que vino a dar la luz que todo hombre necesita. (Cf. Lc. 4, 16 - 19). Vino a dar vista a los ciegos y verdad a los ignorantes. Él es la plenitud de la revelación, el camino a la verdad y a la vida, que con su redención en la cruz restaura y santifica también al mundo entero. Dios, quien da la vida material, también nos da la vida en el espíritu que todo hombre anhela desde el principio. El pecado nos apartó de esa vida en el espíritu, pero Cristo rompió el muro que nos dividía (Cf. Lc. 23, 44- 46). Es pues, la verdad, Cristo mismo, el logos, la palabra hecha carne, la voz de Dios, que da la vida en abundancia, la vida en la verdad (Jn. 10, 10). Una vida que comienza aquí, con un mundo más verdadero y justo. Es pues, tarea de la Iglesia, continuadora de la misión de Cristo, que con la luz del Espíritu tiene la obligación dada por el divino maestro (Cf. Mt, 28, 18- 20), de enseñar la verdad, purificar y completar en todos los tiempos el pensamiento del hombre, a ejemplo de San Pablo, apóstol de los gentiles, de los paganos, de los “sabios” (Cf. 1 cor. 1, 17, 31).

El objetivo de este tema es estudiar en forma muy amplísima las discrepancias entre las filosofías en boga, y que están desvirtuadas por distintos motivos, y la enseñanza de la Iglesia tomada del evangelio y de su posterior reflexión, llamada a veces, filosofía cristiana. Ya el Papa León XIII nos alertaba “según el aviso del Apóstol, por la filosofía y la vana falacia (Col 2,18) suelen ser engañadas las mentes de los fieles cristianos y es corrompida la sinceridad de la fe en los hombre”. (Aeterni Patris, León XIII, 1879). Es importante recordar que la vida refleja mejor la forma de pensar de la persona. A veces no conocemos bien nuestra orientación filosófica, pero la práctica nos la identifica muy bien.

Uno de los males más comunes y más arraigados en nuestras sociedades es la filosofía que dicta que el hombre es incapaz de conocer la verdad, llamada Agnosticismo, hiere de manera inminente la vocación de todo hombre a acercarse cada vez más a la verdad. El hombre, vive más humanamente cuando siente la urgencia de conocer la verdad de las cosas y de su propia existencia, para comprender su sentido y orientar su realización. Al dudar de esta realidad, el hombre, o vive inquieto y pierde su calma, o se hecha para atrás y se desentiende de los primeros principios a la hora de tomar decisiones fundamentales en su vida. En esta situación el hombre abandona lógicamente a ese Dios personal, verdad que es un misterio, y se vuelve un indiferente. A veces, éstas son personas que no tienen una educación religiosa, o han recibido una educación propiamente agnóstica o indiferente en temas de religión. En otras ocasiones, son personas que se sintieron traicionadas por la religión o por el mismo Dios, y dudaron de Su existencia o de Su obrar en el mundo. En este punto, la experiencia humana universal, nos enseña que el conocimiento humano se abre al misterio, a la verdad, en una búsqueda que no se detiene, y que no puede basarse en el orgullo de quien piensa que todo está llamado a caer en el propio poder; que el camino de la razón, partiendo de la experiencia natural del mundo, lleva a reconocer la existencia de Aquel que es Principio y Fin de todas las cosas, pero precisamente como Aquel cuya Verdad es más grande que las fuerzas de la razón humana, no alcanza a conocerlo tal como es. Para aquellos que quieren comprender a Dios tal como es: “Conocemos a Dios tanto más perfectamente en esta vida, cuanto más entendemos que Él excede la comprensión de nuestra inteligencia”. (Santo Tomás de Aquino).

Otra filosofía más fatal todavía dice que la verdad no existe, el llamado Relativismo. Protágoras, siglos antes de Cristo decía: “El hombre es la medida de todas las cosas”. No hay verdad, el hombre es libre de hacer lo que quiera, no hay precepto alguno, ni morales, ni éticos, ni religiosos. Todo es relativo al mismo hombre. Es un pensamiento libertino, inconsciente y desalmado. Ambos pensamientos paralizan el movimiento de la razón y la libertad de la conciencia humana. Surge así una desconfianza ante la capacidad del hombre de alcanzar la verdad, una indiferencia para la cual todas las posiciones son opiniones igualmente válidas y, por ende, irrelevantes. Este Relativismo o Agnosticismo, convertido en fuerza social dominante, paraliza el pensar humano libre, el recurso de la conciencia a la verdad, y deja al hombre en el ámbito de la sola razón instrumental. “La Iglesia, por su parte, defiende esta dinámica de la razón, la búsqueda de la verdad, contra su posible paralización, y anima a los filósofos a confiar en la capacidad de la razón humana, a no perder la pasión por la verdad última y el anhelo por su búsqueda. Por otra parte, como testigo de Cristo, tiene también la responsabilidad de indicar aquello que le parece incompatible con la verdad revelada, en relación con Dios, el hombre, su libertad, etc., prestando así una ayuda al pensamiento humano”. (Benedicto XVI). Está claro entonces, que el hombre es capaz de Dios, es capaz de la Verdad, por tanto es justo confirmar que “existen diversas formas de verdad, evidencias inmediatas, verdades experimentales o de carácter filosófico y religioso, verdades en las relaciones interpersonales, a través de cuyo conocimiento el hombre pretende alcanzar, al final, la verdad misma de su persona y la realización de su vida”. (Benedicto XVI). Pues también en nuestro tiempo, parece dominar una reducción de la reflexión filosófica a verdades parciales y provisionales, prescindiendo de la cuestión radical sobre la verdad de la vida personal, del ser y de Dios y rechazando la apertura de la razón a una verdad que pueda trascender las fuerzas naturales del hombre.

El Agnosticismo y el Relativismo han hecho poner el interés del hombre no en la verdad, ni en los principios, sino en la materia; no al crecimiento espiritual, sino al crecimiento económico: nacen entonces filosofías como el Materialismo, que rechaza el lado espiritual de todo hombre; el Consumismo, que cree en un hombre que es lo que posee, un ser inconforme con lo que tiene, y que se realiza con tener más y lo mejor posible; y el Utilitarismo, que en palabras de Juan Pablo II engloba “una civilización basada en producir y disfrutar; una civilización de las cosas y no de las personas; una civilización en la que las personas se usan como si fueran cosas”. Por ello, el desarrollo de la civilización contemporánea está vinculado casi únicamente a un progreso científico- tecnológico, apartándose cada vez con mayor rapidez de los valores: he ahí la causa de los grandes problemas sociales de nuestro mundo. Los principios, la dignidad del hombre, sus derechos, están precedidos por algo que se llama interés material y egoísta a la vez, que ciega la mente de muchas de las personas. A esto Cristo nos dice que “No sólo de pan vive el hombre” (Mt. 4, 4). Por sólo pensar en crecimiento material y económico y no en los valores y principios morales que son verdaderos e inherentes a todo ser humano, y son cognoscibles gracias a todas nuestras facultades, el hombre se viene destruyendo, creando en las sociedades estructuras de pecado o pecado estructurado, que son incluso aceptadas, tales como formas de gobierno, sistemas económicos o sistemas de regulación de la natalidad que contradicen la dignidad del hombre, esto, debido a la mala formación de la conciencia o una conciencia laxa, pensamientos errados que son insertados en la sociedad por la mala educación.

Como una consecuencia de este Materialismo, en las sociedades nace un nuevo fenómeno: el Ateísmo masivo, o sea, un vivir como si Dios no existiera. En palabras de San Juan María Escrivá, es un Ateísmo práctico, porque las personas aun “creyendo” en Dios, viven como si Él no existiera en sus vidas. Antes, el Ateísmo sólo se practicaba en ciertas élites de la sociedad, pero ahora se ha hecho un Ateísmo masivo. En muchas partes del mundo, Dios se ha vuelto un enemigo, una leyenda, una superstición, un tema a veces visto como dañino para el hombre, porque atenta a su dignidad. Carl Marx, por ejemplo, dijo que “la religión es el opio del pueblo”. A esto, “la Iglesia fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas, que son contrarias a la razón y a la experiencia humana universal y privan al hombre de su innata grandeza. (...) La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se opone en modo alguno a la dignidad humana, ya que esta dignidad tiene en el mismo Dios su fundamento y perfección”. (G. S. 21). Es pues, este pensamiento contrario a la misma razón del hombre, y atenta más bien a su propia destrucción, porque sin duda alguna Dios es lo más grande que puede tener el ser humano, es su mayor logro. Wittgestein, filósofo contemporáneo dijo: “Si Dios no existe, entonces es preciso inventarlo”. Aunque es un pensamiento también errado, deja entrever la importancia de Dios en la vida de todo ser humano.

Este Materialismo está también inmerso en la religión, de una manera igual de peligrosa y errada: cuando el hombre hace una división entre la fe y la razón. Muchos afirman que lo religioso no tiene nada que ver con lo científico. Ciencia y religión son dos cosas que no se relacionan en ninguno de sus puntos. La razón te lleva a la verdad científica, y la fe a la verdad religiosa. En cambio la Iglesia dice que, “la razón no se contrapone ni contradice a la fe, sino que, al revés, ambas se refuerzan y se debilitan conjuntamente, como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. (Fides et ratio, Juan Pablo II). “Se confirma también aquí el principio según el cual la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona” (F. R. 75). “Como virtud teologal, la fe libera la razón de la presunción”. (F. R. 76). Pasa igualmente con la naturaleza del hombre: “Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una unidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza”. (Deus caritas est. 5, Benedicto XI). Una vez más, la enseñanza de los Padres de la Iglesia nos afianza en esta convicción: “El mismo acto de fe no es otra cosa que el pensar con el asentimiento de la voluntad (...) Todo el que cree, piensa; piensa creyendo y cree pensando (...) Porque la fe, si lo que se cree no se piensa, es nula » Además: Sin asentimiento no hay fe, porque sin asentimiento no se puede creer nada”. (F. R. 79).

De ninguna manera la Iglesia quiere minusvalorar el trabajo filosófico de los pueblos, de los cuales ella misma se enriquece, el Papa Juan XXIII, tratando el tema de la paz entre los pueblos, dice que sí es “...necesario distinguir entre las teorías filosóficas falsas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre y las corrientes de carácter económico y social, cultural o político. (...) Por el contrario, las corrientes referidas, al desenvolverse en medio de condiciones mudables, se hallan sujetas por fuerza a una continua mudanza. Por lo demás, ¿quién puede negar que, en la medida en que tales corrientes se ajusten a los dictados de la recta razón y reflejen fielmente las justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos moralmente positivos dignos de aprobación?”. (P. T. 159). Además de defender la producción de pensamiento, la Iglesia a tratado también, hallando el lado positivo de cada una de las corrientes filosóficas, de ser vínculo de unidad entre ellas, para que mayor enriquezca al ser humano.

XI. La construcción de la paz

Existe el pensamiento de que el bienestar social solamente es posible con la guerra; que la violencia es la única que puede generar rápidos cambios en una sociedad estancada y aficciada por problemas de orden social; que la lucha de clases, ricos y pobres, es el motor de toda sociedad que quiere desarrollarse; que el sometimiento económico de una nación en vías de desarrollo a una desarrollada es la mejor opción para salir de la pobreza; que rechazar ciertos derechos humanos puede generar armonía en la sociedad. Todo ello es falaz, ilusorio y contradictorio con la experiencia histórica. La historia nos enseña que en las guerras se pierde más de lo que se gana, y que eso que se gana si tiene un profundo valor, era posible ganarlo sin tanto dolor y sufrimiento por medios más dignos, igualmente pasa con los otros casos. Lamentablemente al hombre lo ciega su egoísmo y ambición (Gen. 3, 1, 6), y hace casi imposible detener su sed de poder. Pero no todo está perdido, la naturaleza caída y herida por el pecado del hombre ha sido redimida por Cristo, el Príncipe de la paz (Cf. Is. 9,6), Él nos vino a dejar su paz (Jn. 14, 27), pues, es un hecho también que la paz como ha dicho el Papa Juan XXIII es y ha sido la “suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia”. (Pacem in Terris, 1, Juan XXIII, 1963). Pero, en nombre de la paz es que se hace la guerra, se someten los pueblos y se le quitan sus derechos. Es en este punto donde la Iglesia quiere iluminar las conciencias con la luz esplendorosa de la verdad evangélica.

En primer lugar la Iglesia enseña que no puede establecerse ni consolidarse la paz si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios, puesto que Dios mismo nos ha dotado para arreglar nuestras diferencias - que son inevitables - sin optar por medios bélicos. Así como Dios ha hecho leyes físicas para regir el Universo, también ha hecho leyes morales para regir los corazones de los hombres; como seres espirituales no estamos determinados ha hacer siempre la voluntad de Dios como sucede con los astros, sino dotados de libertad, elegimos hacer o no lo correcto; en esa elección está en juego la paz personal y social. Dios “en lo más íntimo del ser humano, el Creador ha impreso un orden que la conciencia humana descubre y manda observar estrictamente. Los hombres muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia”. (Rom. 2, 15), (P. T. 2). Es pues, el hombre siguiendo las leyes más nobles capaz de alcanzar la paz y el bienestar sin la violencia y así obtener la paz que tanto anhela su espíritu.

En tanto, siguiendo las leyes divinas y morales, en segundo lugar, la paz entre todos los pueblos ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. “Son, en efecto, estas leyes las que enseñan claramente a los hombres, primero, cómo deben regular sus mutuas relaciones en la convivencia humana; segundo, cómo deben ordenarse las relaciones de los ciudadanos con las autoridades públicas de cada Estado; tercero, cómo deben relacionarse entre sí los Estados; finalmente, cómo deben coordinarse, de una parte, los individuos y los Estados, y de otra, la comunidad mundial de todos los pueblos, cuya constitución es una exigencia urgente del bien común universal”. (P. T. 7). Con respecto a las relaciones interpersonales, es lógico saber que la paz comienza ahí, en la persona. Si no hay paz en la persona no puede haber ni en la sociedad ni en el mundo. Al respecto hay que vencerse así mismo de los malos deseo: “¿Quiere tu alma ser capaz de vencer las pasiones? Que se someta al que está arriba y vencerá al que está abajo; y se hará la paz en ti; una paz verdadera, cierta, ordenada. ¿Cuál es el orden de esta paz? Dios manda sobre el alma; el alma, sobre la carne; no hay orden mejor”. (San Agustín de Hipona, S. IV).

Con respecto a las relaciones entre el ciudadano y el Estado el Papa dice que “la convivencia civil sólo puede juzgarse ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda en la verdad. Es una advertencia del apóstol San Pablo: Despojándoos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos miembros unos de otros (Ef. 4, 25). Y que esto ocurrirá, ciertamente,- continúa el Papa - cuando cada cual reconozca, en la debida forma, los derechos que le son propios y los deberes que tiene para con los demás. Más todavía: una comunidad humana será cual la hemos descrito cuando los ciudadanos, bajo la guía de la justicia, respeten los derechos ajenos y cumplan sus propias obligaciones; cuando estén movidos por el amor de tal manera, que sientan como suyas las necesidades del prójimo y hagan a los demás partícipes de sus bienes, y procuren que en todo el mundo haya un intercambio universal de los valores más excelentes del espíritu humano”. (P. T. 35).

En este tema las autoridades públicas adquieren total relevancia, pues son ellas las encargadas de velar por la paz de las naciones, el cómo ejerzan su trabajo dependerá en gran parte el bienestar social y mundial, cuando se refiere a las relaciones entre los Estados. El Papa advierte en este punto que “el derecho de mandar que se funda exclusiva o principalmente en la amenaza o el temor de las penas o en la promesa de premios, no tiene eficacia alguna para mover al hombre a laborar por el bien común, y, aun cuando tal vez tuviera esa eficacia, no se ajustaría en absoluto a la dignidad del hombre, que es un ser racional y libre”. (P. T. 40). Así como Cristo trabajó con sus apóstoles para lograr de ellos una afinación de sus deseos con respecto a la verdad, la justicia y caridad para tender al bien común, así el gobernante debe trabajar en la profundidad de los corazones de las gentes para así generar un verdadero cambio que lleve a la paz y al bienestar. Si los gobernantes son un mal ejemplo de esta verdad y principio, y predican lo contrario, la Iglesia recuerda que: “La ley humana tiene razón de ley sólo en cuanto se ajusta a la recta razón. Y así considerada, es manifiesto que procede de la ley eterna. Pero, en cuanto se aparta de la recta razón, es una ley injusta, y así no tiene carácter de ley, sino más bien de violencia”. (Santo Tomás de Aquino).

A todo esto la guerra no tiene ninguna ventaja. Desde la preparación para la guerra la humanidad entera es la que pierde. El Papa al respecto menciona “cómo en las naciones económicamente más desarrolladas se han estado fabricando, y se fabrican todavía, enormes armamentos, dedicando a su construcción una suma inmensa de energías espirituales y materiales. Con esta política resulta que, mientras los ciudadanos de tales naciones se ven obligados a soportar sacrificios muy graves, otros pueblos, en cambio, quedan sin las ayudas necesarias para su progreso económico y social”. (P. T. 109). Como otras consecuencias está el retroceso económico, debido a la carrera armamentista, el endeudamiento de la nación en guerra, la inseguridad social, las víctimas fatales, los heridos, las familias desunidas, la proliferación de enfermedades, los problemas psicológicos que causan en los combatientes, en los niños y demás civiles, etc. Sin embargo, hay quienes siguen pensando que la guerra o la revolución son tan verdaderas y necesarias para lograr la paz. “Queremos - dice el Papa - que estos hombres tengan presente que el crecimiento paulatino de todas las cosas es una ley impuesta por la naturaleza y que, por tanto, en el campo de las instituciones humanas no puede lograrse mejora alguna si no es partiendo paso a paso desde el interior de as instituciones. Es éste precisamente el aviso queda nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII, con las siguientes palabras: No en la revolución, sino en una evolución concorde, están la salvación y la justicia. La violencia jamás ha hecho otra cosa que destruir, no edificar; encender las pasiones, no calmarlas; acumular odio y escombros, no hacer fraternizar a los contendientes, y ha precipitado a los hombres y a los partidos a la dura necesidad de reconstruir lentamente, después de pruebas dolorosas, sobre los destrozos de la discordia”. (P. T. 161- 162).

En conclusión, todos sabemos que “la paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al sólo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia”.(G. S. 78). Donde hay justicia, verdad, amor y libertad, la paz ha de brotar por sí sola como una victoria. Más sin embargo si existe la llamada guerra justa. “Mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de medios eficaces, una vez agotados todos los recursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el derecho a la legítima defensa a los gobiernos” (...) - Pero advierten los Padres conciliares - una cosa es utilizar la fuerza militar para defenderse con justicia y otra muy distinta querer someter a otras naciones. La potencia bélica no legitima cualquier uso militar o político de ella. Y una vez estallada lamentablemente la guerra, no por eso todo es lícito entre los beligerantes”. (G. S. 79). Pero puesta la confianza en Dios y en el hombre “bien claro queda, por tanto que debemos procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo entre las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra. (...) La paz ha de nacer de la mutua confianza de los pueblos y no debe ser impuesta a las naciones por el terror de las armas”. (G. S. 79). “Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra”. (Pío XII).

XIII. Ecumenismo

Siempre que la Iglesia alza su voz en favor del hombre no deja al mismo tiempo de afirmar su compromiso y de llamar a las gentes a aunar esfuerzos en favor de los más débiles y necesitados. En este último tema estudiaremos la naturaleza de la misión eclesiástica con respecto a la demanda de soluciones a los problemas sociales, y su ofrecimiento a ser fermento de unidad entre todos los hombres que buscan a Dios, y consiguientemente la justicia social.

Es importante reconocer a la Iglesia como una congregación de hombres y mujeres que están favor de la humanidad. La Iglesia está formada por hombres y mujeres que a partir de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Hch. 2) comenzaron a predicar la Buena Noticia, que Jesús, hijo de Dios, había muerto y resucitado para salvación de la humanidad entera como lo había prometido Dios desde el principio (Gn. 3, 14- 15). La Iglesia aunque tiene un origen divino es humana, el mismo fundador y cabeza, Dios mismo, se hizo hombre, así que todo lo que es humano a la Iglesia le es familiar. Tampoco puede la Iglesia prescindir de que es una comunidad débil y pecadora, estado del cual se gloría porque exalta el poder y la gracia de Dios en ella, que suscita al igual que en toda la humanidad la sed de perfección espiritual y material. La constitución ecuménica Gaudium et spes del Concilio Vaticano II expresa al mundo la parte más humana y finita de la Iglesia respecto a su inserción y desarrollo en mundo con estas palabras: “Interesa al mundo conocer a la Iglesia como realidad social y fermento de la historia. De igual manera, la Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del ser humano. La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abre nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia. Ésta, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y lenguas de cada pueblo y procuró ilustrarlo también con el saber filosófico.” (G. S. 44). Es impresionante cómo la Iglesia como congregación religiosa desde sus orígenes ha ido de la mano con la humanidad. A pesar de ser una institución joven en comparación con las grandes religiones milenarias se ha abierto paso y ocupa hoy un lugar privilegiado en la búsqueda de una aldea global más humana. Pero la Iglesia no está sola y no es la única; no faltan bienaventurados hombres y mujeres que aunque no pertenecen al cuerpo eclesial, comparten sus deseos y aspiraciones. Es por eso que la Iglesia en los últimos tiempos ha crecido en la conciencia de que la unidad hace la fuerza, y que esta unidad comienza con el diálogo. El Papa reformador de la Iglesia, Juan XXIII, proclama que “ninguno es extraño al corazón de la Iglesia. Ninguno es diferente para su ministerio. Ninguno le es enemigo, con tal que él mismo no quiera serlo. No en vano se llama católica; no en vano está encargada de promover en el mundo: la unidad , las paz, el amor”. (E. S. 88).

La Iglesia por tanto debe dialogar, establecer relaciones para hacer más factibles los resultados de su misión. En primer lugar la Iglesia debe dialogar con todo lo que es humano, dice el mismo Papa: “donde quiera que el hombre busca comprenderse a sí mismo y al mundo, podemos nosotros unirnos a él. Donde quiera que se reúnan las asambleas de los pueblos para establecer los derechos y deberes del hombre, nos sentiremos honrados cuando se nos permite sentarnos entre ellos”. (E. S. 91). El segundo círculo - como los llama el Papa bueno - debe ser el de los que creen en Dios: “es el de los hombres, ante todo, que adoran al Dios único y sumo, al cual también nosotros adoramos; aludimos a los hijos, dignos de nuestro afectuoso respeto, del pueblo hebreo, fieles a la religión que nosotros llamamos del Antiguo Testamento; y después, a los adoradores de Dios según la concepción monoteísta, especialmente de la musulmana, merecedores de admiración por cuanto hay de verdadero y bueno en su culto a Dios; y, por último, también a los seguidores de las grandes religiones afroasiáticas”. Es la apertura de la Iglesia la que la hace tan singular y especial; la Iglesia se reconoce como hija del pueblo hebreo, hermana del pueblo musulmán, y alumna de las grandes religiones asiáticas, africanas y americanas. El tercer círculo es el los hermanos cristianos separados, el cual es el círculo que: “para Nos - dice el Papa - es más cercano, del mundo que se llama cristiano. En éste diálogo que ha recibido el calificativo de ecuménico, está ya abierto”. El cristiano debe luchar por su unidad, y la lucha por la justicia social es un buen medio para la unificación tan deseada por la Madre Iglesia. Con respecto a las diferencias, a veces muy comprometidas e inflexibles, menciona el Papa que “importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica. Porque el hombre que yerra no que da por ello despojado de su condición de hombre, ni automáticamente pierde jamás su dignidad de persona, dignidad que debe ser tenida siempre en cuenta. Además, en la naturaleza humana nunca desaparece la capacidad de superar el error y de buscar el camino de la verdad.”. (P. T. 158). Reconociendo la importancia de la comunicación para llegar a obtener el resultado que la Iglesia pretende con su enseñanza social, termina este pequeño compendio.

La enseñanza social de la Iglesia necesita de medios para llegar la las arterias de la sociedad y así suministrar la buena noticia del Evangelio. Le compete a los Obispos, sucesores de los Apóstoles y a sus colaboradores, los sacerdotes, la misión de bombear esta rica enseñanza, y hoy más especialmente a los fieles cristianos laicos que también están comprometidos con Cristo por el bautismo. Hoy más que nunca la Iglesia necesita de los fieles que están inmersos en la vida pública de una forma más directa, para hacer presente el Reino de Dios en el mundo. La participación de los fieles laicos en la evangelización es una exigencia cada vez más aguda.

La sociedad moderna exige testimonio más que palabras, y una comunidad cristiana que da testimonio de Cristo, es el medio más efectivo para evangelizar, y consiguientemente formar una sociedad justa. Son los cristianos con responsabilidades públicas los nuevos enviados por Cristo, en ellos la enseñanza social de la Iglesia deposita su esperanza. El Papa Juan XXIII por última vez nos alienta:

“Exhortamos de nuevo a nuestros hijos a participar activamente en la vida pública y colaborar en el progreso del bien común de todo el género humano y de su propia nación. Iluminados por la luz de la fe cristiana y guiados por la caridad, deben procurar con no menor esfuerzo que las instituciones de carácter económico, social, cultural o político, lejos de crear a los hombres obstáculos, les presten ayuda positiva para su personal perfeccionamiento, así en el orden natural como en el sobrenatural”. (P. T. 146).

Nota: Este compendio no es una publicación oficial de la Iglesia Católica. Tampoco es una interpretación de la enseñanza social de la Iglesia de forma particular, sino un resumen explicado del magisterio eclesiástico, cuyas adiciones no están de ningún modo exentas de error.

Elaborado por:

Rogelio David Zambrana Madriz.
Profesor de enseñanza media en filosofía y pre- novicio en la orden de la Compañía de Jesús.
Tres de julio del dos mil siete.

Bibliografía básica:

- AA. VV. Once Mensajes (Encíclicas). Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Madrid, España. 2002.

- AA. VV. Manual de Doctrina Social de la Iglesia. Ediciones del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Santa fe de Bogotá, Colombia. 1997.

- AA. VV. Biblia de Jerusalén. Editorial Desclée De Brouwer. Bilbao, España. 1998.

- Apuntes de la cátedra de Doctrina Social de la Iglesia impartida por el P. Padre Rolando Álvarez en el Seminario Mayor Arquidiocesano “La Purísima”, Managua, Nicaragua. 2005.