domingo, 14 de noviembre de 2010

¿SE PUEDE DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DE DIOS?: EL DIOS DE MI EXISTENCIA, EL DIOS DE MI HISTORIA

Por Rogelio Zambrana

No puedo entender la existencia fuera de mi propio acto de existir. Desde esta concepción, el mundo y los otros "son" pero no existen. En otras palabras, la existencia es una experiencia única y se reduce a la existencia misma: existir es yo existo. Existir no significa tener el "ser" en "acto" simplemente; efectivamente, por la experiencia de la existencia percibimos que el mundo y los otros son, y por este mismo hecho las calificamos como "existentes"; sin embargo, es necesario hacer la distinción fundamental entre ser y existir. Por otro lado, mi existencia no es ajena al hecho de que el mundo y los otros sean; es más, en este sentido, mi existencia es existencia porque el mundo y los otros son como son. El hecho de existir, por lo pronto, es ser con el mundo y con los otros. El mundo y los otros formalizan mi informe existencia. Sin embargo, reitero que la existencia radical es una experiencia única: yo existo. El mundo y los otros "existen" entonces, en cuanto son por ellos mismos y en cuanto se revelan a mi existencia.

En este sentido, querer demostrar la existencia de Dios equivaldría a demostrar la existencia de Dios desde mi existencia. Dios es el Dios de mi existencia. No quiero eliminar la posibilidad de demostrar la "existencia" de Dios desde la naturaleza, desde la razón, desde la experiencia de un pueblo como Israel, etc., una existencia válida en cuanto ha configurado mi existencia. Pero en fin, el Dios de mi existencia es único e insustituible. En este sentido, no puedo demostrar la existencia de Dios, ya que mi existencia, radicalmente, soy solo yo. ¿Qué podría decir de Dios de mi existencia? Dios es actualmente él en mi existencia en cuanto lo pienso; y lo pienso como amor, como gratuidad, como consolador, como protector, como fortaleza, como el que olvida, como el que abandona, como al que no quiero, como al que odio, como al que perdono, como al que amo. Dios –repito– en este sentido es el Dios de mi existencia; Aquél con quien comparto mi acto de existir. Sin embargo puedo, mediante mi memoria e inteligencia, hacer un recorrido histórico de lo que ha sido Dios en mi vida. Por ello, así como mi existencia puede rastrearse objetivamente en mi memoria, así puedo hablar de Dios como ser histórico.

El Dios de mi historia es la construcción virtual de lo que ha sido el Dios de mi existencia. A pesar de ser algo "concreto", querer demostrar a otra persona su existencia, es, aún así, imposible. En este proceso intervienen otros factores: como la necesidad de Dios, el hambre connatural del ser humano de Dios; el miedo, el temor, las dudas y hasta la misma razón. Sin embargo, sería una insinuación para que crean en Dios, y no una efectiva demostración de la existencia de Dios. En otras palabras, la persona es la única que se puede demostrarse a sí misma la existencia de Dios.

Empero, la existencia de Dios "sería" una existencia distinta a la que puede ser la existencia de Sócrates o la existencia de Barack Obama. De Sócrates, aunque ahora esté muerto, es posible crearse la idea de su existencia y demostrarla. Con Obama sucede lo mismo, y el hecho que esté vivo, ofrece más argumentos para creer y demostrar su existencia. ¿Pero demostrar a Dios? Parece indicar que la existencia de Dios es cualitativamente distinta, en el sentido que trasciende los límites espacio-temporales en los cuales estamos y somos los seres humanos. La esencia de Dios es la existencia –decía  santo Tomás–. A pesar de lo contundente que puede ser esta afirmación tomista, no deja de ser un argumento racional sobre Dios. En realidad, Dios parece escapar del hombre, en cuanto la existencia se le escapa también, según el Dr. Jorge Alvarado (UCA, Nicaragua).

Bien, el punto es el siguiente ¿acaso es el mismo Dios el que se revela a la existencia humana? En otro sentido, ¿Nos demuestra Dios que él existe? Son preguntas que sólo pueden ser contestadas desde la experiencia de la existencia de Dios en mi vida; y a pesar de la profundidad de la experiencia que pueda llegar a ser, es y seguirá siendo una experiencia personal e intransferible. Por lo pronto, demostrar a Dios es imposible; lo que no es imposible es inducir a que crean en él. ¿Cómo se induce? Con el testimonio manifiesto que provoca creer en Dios, con pruebas aparentemente demostrativas de su existencia, con sugestiones o temores o por necesidad, etc. Sin embargo, a pesar de tantos índices de inducción, el paso a la fe lo da la persona. La fe es el salto abismal que la persona inducida a creer en Dios da, para hacer de Dios una experiencia existencial, la cual es demostrable sólo para la misma persona.

En conclusión, a Dios no se le puede demostrar por ninguna vía natural o racional. Dios escapa de nuestras categorías espacio-temporales. Dios se hace existencia con nuestra existencia, sólo experimentable en mi vida, donde la existencia se mira a sí misma; es en ese lugar donde Dios es y existe y se demuestra a sí mismo. Dios, por eso, es el Dios de mi existencia. Ahora bien, a Dios puedo objetivarlo, así mismo como lo hago con mi existencia. Puedo hacer un recorrido histórico de mi existencia ayudado por mi memoria e inteligencia y elaborar una "existencia" virtual de Dios: el Dios de mi historia; imagen que sin embargo es limitada y abstracta, y no sirve para demostrar su existencia a otros. Sin embargo, esta imagen permite inducir a que crean en Dios; ya sea por el testimonio de un cambio de conducta o forma de pensar más humana, etc., que, con todo, no es suficiente. Lo que verdaderamente puede hacer creer en Dios es la disposición personal, inducida o no, que la persona hace frente al misterio de lo divino: el salto de la fe. La fe es entonces la radical creencia en Dios, donde no se hacen necesarias las pruebas, porque Dios se hace prueba de sí mismo en la vida, que es, inteligencia, sentimiento, volición, conciencia, acción y pasión humanas.   
  

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