domingo, 14 de noviembre de 2010

EL CAMINO DE LOS SENTIDOS

Por Rogelio Zambrana

Abriendo lentamente los ojos despertó ante el sol impetuoso el hombre nuevo. Dava era un muchacho que perdía la memoria; su mente no podía sostener los recuerdos por mucho tiempo, así que cada día era nuevo otra vez. Pero este día parecía ser especial, Dava tenía un vago recuerdo que asaltó su mente en cuanto vio el gran árbol bajo el cual posaba, divisó a lo largo el pueblo desde la colina donde se encontraba e inmediatamente el recuerdo lo inundó y lo conmovió de tal manera que de un salto se puso en pie. Era para él algo inquietante, algo único hasta ahora en su vida; sin embargo, no lo podía traducir, era un impulso que no significaba nada, pero le movía las entrañas con tanta fuerza que parecía anularlo. Comenzó a gritar, a llorar, a correr sin dirección, su espíritu parecía expandirse y contraerse, parecía moverse en su interior como algo extraño a él que le empujaba hacia afuera. De pronto paró, tiró su ropa y se acostó en tierra, cerca de una vertiente de agua; boca arriba con brazos y piernas extendidas comenzó a ser consciente de sí mismo, aguantó la respiración hasta donde pudo y exhaló hasta más no poder. De esta forma se tranquilizaba mientras miraba las nubes pasar y se percataba del olor de las flores a su alrededor; mientras sentía el calor de la tierra y la presión que ejercía su cuerpo contra la grama. Gustaba también el sudor que se metía en su boca; escuchaba a las abejas rondar por derredor, unas veces más fuerte otras más débiles. Parecía un solo sonido, otras veces más de uno. Fue capaz por primera vez de sentir el calor de sus entrañas y los límites de sus extremidades. Después sus pensamientos acompañaban uno a uno los latidos del corazón: parecía una danza con ritmo firme. Este recuerdo había generado en Dava una serie de experiencias que le mostraban la vida como nunca antes la había experimentado. Había colores, sabores, sonidos, calor, frescor y la conciencia de la posesión de sí mismo. ¿Qué era aquel recuerdo que poderosamente inundó la mente de Dava?

Una sonrisa se posó sobre el hombre nuevo, ahora nuevo de verdad. Dava reía con mucha emoción, reía por el sol y por las aves, por la picazón del monte y porque podía ver cómo aparecía el rojo de su piel al rascarse con avidez. Podía ver la punta de su nariz y sentir el ardor del estómago hincándole por hambre. Entretanto, la risa se le apagó cuando una gran nube apagó al brillante sol volviendo la naturaleza gris. Un viento fuerte y frío comenzó a correr y Dava fue de prisa por su ropa. En tanto caían gotas de agua sobre su rostro, parecía que agua salía también de sus ojos. Dava se entristeció; lloraba porque el sonido se volvió monótono, no se escuchaba más que los repiqueteos del agua que chocaba contra la tierra. Lloraba porque el frío hacía temblar su cuerpo con tanta intensidad que dejó de sentir los latidos de su corazón. Los colores ya no se gustaban, y los olores se volvieron gélidos. Todo lo confundía la lluvia, nada podía diferenciar ya. Dava pensó por primera vez en la crueldad, en la maldad y en la soledad. De pronto aquel recuerdo le inundó de nuevo, e inmediatamente se formó una bella figura delante de él; podía oler un suave insumo y escuchar una hermosa voz, pero no lograba distinguir con exactitud qué era aquello. Dava entró en trance de búsqueda otra vez; aquel recuerdo le movía el espíritu hacia algo que no sabía qué era. De repente todo se iluminaba con los relámpagos que devolvía los colores a la naturaleza, y los fuertes truenos se diferenciaban del continuo bombardeo de las gotas que caían a tierra. El sonido de la lluvia se volvió rítmico, y el agua adquirió olor y gusto. Pero nada de esto le hacía recordar con precisión qué era aquel recuerdo; sólo era consciente de su feroz intensidad.

La lluvia pasó de largo y el sol volvió a brillar sobre el rostro de Dava, los colores fueron repoblando la naturaleza, los olores y los sonidos despertaron de su letargo, y con fortuna para Dava, insólitamente, le evocaban muy perspicazmente el recuerdo que se agitaba en su mente. En eso se percató que mientras más era consciente de sus sentidos, el recuerdo se volvía más agudo. Decidió entonces tomar conciencia de cada uno de ellos y así recordar de una vez lo que originaba en él una vida nueva. Estaba muy lejos del pueblo, apenas se veían las casas amontonadas bajo una abundante bruma. Sutilmente llamaba la atención de Dava y decidió bajar a ver. En tanto que descendiera se dispondría a afinar sus sentidos y despertar así el recuerdo, dirigiendo su espíritu hacia aquel misterioso poblado. Una decisión inteligente para un joven que apenas comenzaba a vivir humanamente, recordando.

La silueta que podía alcanzar a ver era sugestiva. ¡Cuánto deseaba tener mejor visión! A los árboles podía apreciarlos en todos sus detalles, y de aquello que le inspiraba no podía tener sino una vaga imagen. Abría los ojos con tanta fuerza y duración que le ardían, sin embargo no le hacía ver más. Pero comenzó a apreciar una mariposa que posaba sobre una margarita; le parecía tan hermoso que quedó paralizado, como si aquello le comunicaba algo. Todo le parecía ahora estar frente a él, ante él. Al parpadear aquello desaparecía instantáneamente, pero regresaba en cuanto volvía a abrir sus ojos. Era fabuloso reconocer el poder de la vista. También se percató que no podía ver más de lo que sus ojos observaban, no sabía qué estaba tras él si no movía su cabeza, aunque sabía que efectivamente había siempre algo. Los colores de la mariposa cambiaban cuando le alcanzaban unos rayos de sol; de un amarillo tierno que reflejaba cuando se encontraba en la sombra, pasaba a un amarillo intenso que cerraba sus pupilas vertiginosamente. Aquello le pareció genial, podía intelegir la belleza de los contrastes. De repente la mariposa alzó vuelo; batía sus alas lentamente pareciendo levitar. Dava se incorporó y trató de seguirla con gran ánimo, no quería perderse las formas que creaba en su recorrido por el viento. En una de esas formó una imagen que coincidía con la silueta de su vago recuerdo. Inmediatamente se hizo cargo de aquello y comenzó a ejercitar su mente probando si con esfuerzo el recuerdo se hacía más presente. Entretanto, la mariposa lo llevó a un rosal. Había bajado bastante por la colina sin percatarse. La mariposa al fin se fundió ante tal cantidad de colores que embellecían aquel lugar. Sin embargo, los aromas que entraban en su nariz eran tan intensos que inmediatamente entró en éxtasis.

Dava se echó al suelo sin importarle dónde; cerró sus ojos y no podía dejar de prestar atención a la inmensa cantidad de aromas que venían a él. Aquello le pareció tan rico que olvidó la mariposa y su interés por el recuerdo. Dava se quedó dormido. Mientras descansaba, en un sueño, se encontraba él fuera de sí. Podía verse dormido bajo el rosal, podía ver las mariposas que se posaban sobre él. Luego, se observaba a sí mismo fuera, frente a él, levitando sobre él como otro Dava, y mientras se situaba en él nada acontecía, era como estar muerto. A Dava le entró miedo y se apresuró a entrar en su cuerpo para despertarse; apenas lo logró se integró asustado. Dava comprendió que la realidad se presenta como algo centrado, donde su cuerpo es a la vez realidad íntima. Gracias a este sentir era consiente de estar en sí mismo. Se mostraba íntimo a sí mismo, diferenciándose de todo lo demás. Los olores regresaron inmediatamente, y ahora se interesó en diferenciar a cada cual, así que trataba de rastrearlos individualmente. De esta manera se dio cuenta que las rosas rojas olían distinto a las rosas blancas, y ambas distinto a las amarillas. Y cada rosa se diferenciaba también de la otra en intensidad, en suavidad y frescura. Mientras caminaba sobre cada planta llegó un momento en que los olores se fundían y costaba diferenciarlos, hasta que una combinación despertó otra vez el recuerdo de Dava. Era una olor que parecía penetraba en todo su ser haciéndole temblar y palidecer. Aquello agitó la sangre de Dava a tal punto que enrojeció y comenzó a sudar; simultáneamente la silueta también aparecía en su mente. Ambas sensaciones le recordaban la misma realidad y producían efectos semejantes. Dava se dio cuenta que estaba más cerca de recordar aquello inquietante; llegaba a veces a pensar que ya lo tenía, pero el recuerdo parecía que daba un salto hacia atrás como escapándose. Otras veces balbuceaba tratando de interpretar aquello, pero la lengua se retraía como arrepentida.

Dava trató de refugiarse en su mente alejando de sí aquellas experiencias. Aunque el recuerdo era placentero, el esfuerzo por recordarlo era tan intenso que terminaba por agotarlo y producirle dolor de cabeza. Siguió bajando y decidió comer algo, el hambre era más patente ahora. Pudo divisar unas fresas silvestres bajo un barranco; estaba bastante alto como para bajar saltando. Probó descender por distintas partes sin lograrlo, ya que cuando empezaba a bajar las piedras se aflojaban y rodaban hacia abajo. Después de un tiempo, Dava se encontraba más cansado y con más hambre. Repentinamente fue consciente de que la realidad es también un sentir "hacia", su realidad tenía una dirección: aquellas apetecibles fresas rojas que alborotaban más su hambre. En tanto, buscó más formas para poder bajar; encontró unas lianas y las amarró con mucho cuidado en un árbol que estaba justo arriba del barranco. El "hacia" no permitiría que se distrajese, porque una caída sería fatal. Su objetivo era claro, bajar tomando las precauciones posibles. Cuando logró descender, aquel rojo y aquel olor que emitían las fresas le hacían agua la boca, las tomó y comió. Parecía que iba a comérselas todas de una vez. Cuando iba por la quinta su hambre disminuyó notablemente y hasta entonces se dio cuenta del gusto de aquellas frutas; era como una posesión realmente cualificada, un degustar. El placer era más grande mientras más mantenía la fresa sobre su lengua. Incluso la textura y consistencia de las fresas causaban un sentimiento placentero. Tomó una fresa que parecía estar en su punto, sobresalía entre las demás. En tanto la degustaba y percibía su textura y consistencia el recuerdo le abrazó de nuevo, pero ahora en forma fruible. Su persona se extasió con el sabor de la fresa sublimizado por el recuerdo. Dava ya podía, con no poca dificultad, poner frente a sí mismo a aquella silueta, también rastrear su aroma, y ahora, gustarla, poseerla. Sentía que su cuerpo le ayudaba a escrutar el recuerdo, entretanto sus sentidos enriquecían con más referencias la realidad. Cada sentido recubría al otro y el recuerdo era más real. Ahora no se desesperó, sino que trató de contemplar aquellas sensaciones; cada una de ellas tenían una sola dirección. De pronto sintió sed.

Se escuchaba a lo lejos un sonido suave y relajante; un riachuelo bajaba por la colina hacia el pueblo. Dava podía oír el agua corriendo, tenía noticia de él, ya que un par de horas atrás había escuchado algo semejante. Era agua, pensó. Pudo eco-localizar con sutileza aquel sonido que desaparecía cuando cantaba un ave o bufaba el viento al chocar contra los colosales árboles. Poco a poco el sonido del agua corriendo se intensificaba mientras él caminaba. Dava reconoció que mientras más tenía noticia de él más cerca podría estar. El sol estaba en su punto más alto, perpendicular a Dava, provocándole un baño de sudor que regula su temperatura. La realidad para Dava se volvió temperante, era consciente del inmenso calor que sofocaba su garganta y pulmones. No sabía si refugiarse en la sombra de un árbol o seguir adelante. Sin embargo, la sed era más fuerte que su cansancio y la noticia de aquella agua era cada vez más enérgica. A fin vio el agua frente a él y corrió hacia ella, pero infelizmente tropezó con una piedra escondida bajo una hojarasca. Dava sintió la presión en su pie derecho como una realidad presente pero ignorada, una nuda presentación de la realidad. Instintivamente colocó sus brazos paralelamente a su cabeza para protegerse de la inminente caída. Estrepitosamente hizo contacto con la tierra, pero no se golpeó la cabeza. De pronto se apoderó de él un ardor que le hacía fijar la atención en su rodilla derecha. Bajo un entumido dolor, vio que la piel de su rodilla se encontraba rasgada después que empalmara con una roca. Dava sintió un mareo que quería arrebatarle la vista; parecía que todo se oscurecía al ver cómo la sangre se mezclaba con la tierra en su rodilla, pero antes de que se consumara el rapto, cerró los ojos y descansó. Al rato se sintió mejor y comenzó a moverse, con esfuerzo se reincorporó y renqueaba hacia el riachuelo. No podía esperar más, la saliva era espesa ahora.

Cuando llegó al riachuelo buscó un lugar donde sentarse. Encontró unas rocas que formaban una poza en la que el agua era cristalina. Tomó agua y su rostro cambió enormemente, parecía un hombre con suerte. Comparó aquella presión en su pie al tropezar con la roca con la suavidad del agua escurriéndose por sus manos. El agua parecía igual de dulce que las fresas. Dava tomó agua hasta quedar lleno y a gusto. Lavó también la herida de su rodilla y se sumergió desnudo en la posa. Dentro del agua su cuerpo parecía renovarse, el agua cubría todo su tamaño. Dava se agitó de alegría removiendo la arena sedimentada; al flotar, ésta picaba su piel estimulándola notablemente. Era una sensación relajante, parecía que el río lo envolvía y acariciaba a la vez. Cuando salió del agua la realidad se volvió fría, así que se vistió rápidamente y buscó filtraciones solares, ya que el río estaba cubierto por la sombra de grandes árboles.

Cuando encontró un lugar soleado pudo sentir cómo regresaba la vida a su piel. De pronto vio su figura sobre el agua y el recuerdo se hizo inmediatamente presente. Dava se movía por un lado y otro y la figura reflejada le seguía a la perfección. Era él mismo, era un reflejo de sí mismo. Podía intelegir esta experiencia: aquello era externo a él, pero la imagen estaba recubierta por su intimidad. Parecía que aquello era exactamente él mismo. Pero qué tenía que ver el recuerdo con esta experiencia. Prontamente se dio cuenta que la silueta de su recuerdo tenía casi la misma forma de su cuerpo reflejado en el agua. Se agachó para tratar de tomar la figura del agua, pero de hecho, era solamente agua. Lo volvió a intentar desesperadamente, pero mientras más agitaba el agua, la figura más y más se deformaba, así que se calmó y contempló su imagen por más tiempo. Se aprehendía a sí mismo y se volvía a sí mismo, se sentía a sí mismo como realidad que vuelve hacia sí. Fue consciente de la reflexión.

Para su sorpresa, una figura que no era la suya se reflejó en el agua, tenía vida propia, se movía a su antojo. Nunca se había sentido tan lanzado fuera de sí como al contemplar aquella figura. También su recuerdo se hizo mucho más patente, podía identificarlo con la nueva figura reflejada en el agua. El reflejo se hacía más grande, lo que impresionó a Dava, hasta que llegó un momento en que igualó el tamaño de su propio reflejo. Dava sintió por primera vez la alteridad: algo que no es él, pero que a la vez se asemeja irreductiblemente. De pronto intuyó que, así mismo como el reflejo era causado por él, algo debía estar también produciendo aquel otro reflejo. Quiso poner frente a sus ojos esa realidad intelegida viendo atrás de él. Se asustó tanto al ver aquello, que brincó hacia el agua y nadó a la otra orilla. Su corazón latía con tanta intensidad que parecía salírsele del pecho. Emergiendo del agua, lentamente volteó a ver otra vez a aquella insólita realidad. Era Mave, una hermosa muchacha. Ella comenzó a llamarlo por su nombre, y aquellos sonidos emitidos le movieron tanto que no pudo evitar cosquilleos en su estómago y el surgir de un helado sudor. El corazón tampoco descansaba. En ese estado de estupor, Dava fue capaz de intelegir todos sus sentires como una unidad que le afectaban poderosamente y le dirigían hacia aquella misteriosa, pero a la vez, familiar figura. Todos los sentidos le habían remitido a ella sin él saberlo.

Mave cruzó el río y se acercó a Dava de tal forma que aquel quedó paralizado. Todo era más diáfano: aquel apasionante aroma se hizo presente; la figura de su recuerdo estaba frente a él realmente; la armoniosa voz increíblemente parecía le llamase las entrañas. No sabía lo que decía, pero aquello parecía música, nada comparado al sonido de los pájaros o abejas rondando por su oído. Ella le tomó de las manos y Dava sintió que se dividía, no sabía quién era quién. La sensación de alteridad era tan fuerte que él comenzó también a hablarle con sonidos intraducibles para cualquier otro, pero que a ellos les venían bien. Asombrosamente Dava trató de apoderarse de Mave abrazándola fuertemente pensando fundirse en ella, pero acordó consigo mismo que tenerla frente a él era igual de emocionante y deparó en soltarla y contemplarla.

El olor que Mave emitía se impregnó en él y no podía evitar querer atraparlo en su nariz. Trató de gustarlo pero no tenía sabor, aquello era sólo olor. Entonces comenzó a lamer las manos de Mave, sin embargo, tampoco sabían a nada, sólo podía sentir su suavidad y afinadas formas. Entretanto, se dio cuenta de su presencia al levantar la vista y dirigirse a sus ojos. Podía verse reflejado en aquellos grandes y brillantes ojos: parecía prisionero, como si aquello era una gran burbuja de agua en la cual podía, a penas moverse. Inmediatamente todo su cuerpo se abalanzó sobre Mave como si tuviera hambre de ella; juntamente fue consciente otra vez que la realidad era una. Aparentemente cada sentido le daba sensaciones distintas, pero al final todo se fundía en una misma unidad. Había una fuerza que acompañaba cada sentido: la inteligencia. Dava se dio cuenta que sentía inteligentemente y que intelegía sentientemente. Después de esto, los labios de Mave le parecieron a aquellas fresas salvajes y no reparó en probarlos, su gusto era exquisito; y en vez de disminuir su apetito, como pasó con las fresas, lo aumentaba. Mave le respondía también explorando su cuerpo. Aquello se volvió una amalgama de sensaciones y sentimientos que se trasmitían corporalmente en un continuo compartir: era una convivencia, cada uno afectaba al otro radicalmente, el uno era parte del otro. Se acostaron a la orilla del río formando un solo cuerpo; cada quien aunque parecía fundirse en el otro, también era capaz de autodefinirse y tomar posesión de sí; era como una autoposición positivamente convivente. La ocasión era tan intensa que la vida de ambos era formalmente una misma. Dava ya no se definía a sí mismo como un yo individual, sino como un yo consustancial, donde Mave estaba en él también.     

Después de un apasionado rato, ambos quedaron quietos, sólo les bastaba la presencia del otro. Permanecieron acostados uno a la par del otro: Mave con los ojos cerrados y con una sutil sonrisa, y Dava con los ojos bien abiertos, asimilando la grata experiencia. Dava pudo darse cuenta que aquel recuerdo que estaba presente en él desde que despertó, había influido enormemente en todo su día. No la conocía, pero parecía que desde mucho antes ella operaba en su mente y en sus sentidos. Pero hasta que no estuvo real y físicamente ante ella, no pudo vivenciar plenamente ni intencionalmente su recuerdo, nunca antes de constatarse de la realidad de Mave. Nada le había transmitido tanta plenitud como ella; es que originalmente como humano, estaba biológicamente vertido a un medio bióticamente humano. Por ser inteligencia sentiente Dava estaba constitutivamente abierto a la naturaleza, pero nada socorría profundamente su descomunal constitutividad hacia el otro. Ella comenzó por ser un reflejo de sí, y terminó constituyéndolo por completo. 

Era de noche. Los candiles del pueblo podían verse a poca distancia. Con un beso Mave se despidió de Dava, pues se disponía a regresar a su casa. Aquello fue tan intenso que despertó a Dava, éste, repentinamente corrió veloz hacia la colina. Mave sabía hacia dónde iba, y que al día siguiente de una forma u otra, regresaría pasando otra vez por el camino de los sentidos buscándola a ella.

Autor: Rogelio Zambrana.

  
Bibliografía (Marco teórico sobre los sentidos)

-          Zubiri, X. (1980) Problemas fundamentales de la metafísica occidental. Alianza Editorial: Madrid. PP. 99-111.  

-          Zubiri, X. (1986) Sobre el hombre. Alianza Editorial: Madrid. PP. 224-254.



1 comentario:

Karla dijo...

No me canso de leer esto! me enamoré del autor (L)