sábado, 17 de abril de 2010

LA REFLEXIÓN EN LA PEDAGOGÍA

Rogelio Zambrana

En el mundo de la enseñanza hay modelos educativos que no parten de una concepción crítica del mundo y de la persona que se quiere formar, por lo tanto, sus métodos y contenidos de enseñanza no responden a las necesidades personales y exigencias sociales de los educandos. En este sentido, la pedagogía, arte y ciencia de la educación, debe tratar dichas deficiencias. Mi tesis es la siguiente: un modelo educativo es eficiente, siempre que la enseñanza responda a las necesidades personales y exigencias sociales de los educandos, para lo cual, es necesario reflexionar críticamente acerca del mundo y de la persona que se quiere educar. Esta reflexión, sin embargo, debe ser periódica, con el objetivo de actualizarse constantemente; ya que el mundo y la persona cambian continuamente. Me basaré en el modelo pedagógico contexto, experiencia, reflexión, acción y evaluación de la Compañía de Jesús (pedagogía jesuítica), para demostrar lo importante de la reflexión crítica del mundo y de la persona a la hora de elaborar un modelo educativo eficiente.

El modelo pedagógico contexto, experiencia, reflexión, acción y evaluación de la Compañía de Jesús, asume una concepción del mundo y de la persona universal, original de la espiritualidad ignaciana. Estos cinco pilares sin embargo, inherentemente proporcionan una constante actualización de dichas concepciones de mundo y hombre. En otras palabras, la concepción del mundo y de la persona de la pedagogía jesuítica es universal porque tiene principios universales, pero a la vez es particular, porque se adapta a las realidades particulares en las cuales se va a aplicar. Es en este momento, donde la pedagogía jesuítica constantemente critica su visión de mundo y persona, para así, actualizar sus métodos y contenidos según las necesidades personales y exigencias sociales de la persona. El modelo educativo mismo se encarga de reflexionar críticamente sobre el mundo y la persona que se quiere educar.

Para apropiarse de un conocimiento actual de las realidades hombre y mundo, la pedagogía ignaciana parte en primer lugar del contexto. El profesor y los demás miembros de la comunidad educativa, deben conocer el contexto real de la vida del educando, el contexto socio-económico, político y cultural, el ambiente institucional del colegio o centro educativo, y los conceptos previamente adquiridos que los educandos traen consigo al comienzo del proceso de aprendizaje. Este conocimiento general del contexto ofrece una imagen más clara de la persona y del mundo en el cual se desarrolla la educación, y por lo tanto, un recurso más eficiente para el desarrollo metodológico. De lo contrario, al no tenerse en cuenta el contexto, el modelo pedagógico ofrecería una educación enajenada de la realidad, por lo cual no podría ofrecer una respuesta acertada a las necesidades personales y exigencias sociales del estudiante.

En segundo lugar, la pedagogía ignaciana recurre a la experiencia, que para San Ignacio significa el gustar de las cosas internamente. Esto quiere decir que, tanto las dimensiones afectivas como las cognitivas deben estar implicadas en la educación, porque si el sentimiento interno no se une al conocimiento intelectual, el proceso de aprendizaje no será completamente efectivo. No da el mismo resultado criticar sólo intelectualmente una visión del hombre y del mundo, que hacerlo a la vez, afectivamente. Al tomar en cuenta lo afectivo, la imagen de hombre y mundo será más real y contundente. De lo contrario, al no tomar en cuenta la experiencia, la educación sería en una mera transmisión de ideas, con el peligro de promover ideologías: la aceptación irracional y afectivamente desordenada de ideas.

El tercer paso es la reflexión, la reconsideración seria y ponderada de todos los aspectos antes tratados: contextos, experiencias, y otros temas e ideas relacionados, que ayuden a obtener un significado más profundo del hombre y del mundo. Es un análisis crítico y minucioso de los pasos anteriores. Sin este paso, en un modelo pedagógico, los intereses formativos estarían aislados, sin dirección ni sentido con el cual orientar la acción, el paso cuarto del modelo pedagógico jesuítico. La acción equivale a la manifestación externa de lo ya reflexionado; es la propuesta educativa: métodos y materias, que se elaboran a partir de la reflexión. Es la pedagogía aplicada.

Y por último está la evaluación. La evaluación periódica es un paso esencial en el proceso educativo. En la evaluación se valora si los métodos y contenidos de la enseñanza están acordes con las necesidades personales y las exigencias sociales de los alumnos, que previamente se han apreciado en la reflexión crítica del mundo y de la persona que se quiere formar. La evaluación se concentra en progreso intelectual-afectivo, en las actitudes, prioridades y acciones del estudiante.

Vemos pues, que para que un modelo educativo sea eficiente, que responda a las necesidades personales y exigencias sociales de los educandos, necesita antes: reflexionar críticamente acerca del mundo y de la persona que se quiere educar. Y sobre todo, mantenerse actualizada. En el caso de la pedagogía ignaciana, según los contextos, experiencias, reflexiones, acciones y evaluaciones del proceso educativo.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

1. Pedagogía Ignaciana. Un Planteamiento Práctico. Documentos de la Compañía de Jesús. 1993.


2. Características de la Educación de la Compañía de Jesús. Documentos de la Compañía de Jesús. 1986.

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