lunes, 5 de octubre de 2009

EL DOLOR DE LA AMISTAD

POR ROGELIO ZAMBRANA
La tierra se está secando; luego del diluvio de la última vez, el polvo comienza a emerger, desea volar, liberarse de donde una vez el viento lo sacó, al desierto…
Quiero,
en estas palabras, hacerte una breve descripción del proceso tan venturoso que es la amistad. Considero esto una empresa imposible, pero es el espíritu el que insiste en profundizar en lo oscuro de las emociones, o en la luz exorbitante de los sentimientos -a veces es lo mismo-… en los demonios que deambulan a mi alrededor.

Querida amiga: todo es relación. Lo más simple no es la unidad, sino la relación; es más, la unidad se forma de la relación… Yo soy relación, tú eres relación, Dios es relación. La relación personal, de tú a tú, es lo más excitante que puede existir. Nada exige más al ser humano que una relación personal con su semejante. Pueden haber relaciones varias en el mundo humano, infinitas, pero no todas son personales. Y dentro de las que son personales hay una que sobresale por ser más que todas: la amistad. Las amistades verdaderas, -que si son dos son demasiadas, y tres insostenibles- son intercambios de fuerzas elementalmente propias que se mezclan y fusionan con las fuerzas del otro, que igualmente ofrece su ser en sus palabras, en su cuerpo, en su sentir más profundo, más imperioso, en su intimidad más secreta, allá donde la racionalidad se vuelve sentimiento, y donde el sentimiento alcanza el grado de inexpresable, inenarrable, cuando sólo una mirada lo puede articular.

¡La amistad siempre será un misterio porque es tan compleja! Sin embargo, parece lo más sencillo. Si escrutamos su origen, nos llevaría a la fuerza del instinto, que más que animal, es un impulso reflexivo automático que genera mil reacciones que poseen la misma carga, la misma dirección, todas dirigidas a inflamar el ego, a reafirmar la unidad personal ante la presencia de otro tan, pero tan semejante. Hay conciencia de injerencia mutua, como de una irrupción en la conciencia del otro. Es una experiencia de desarme voluntario, un desnudar el apetito, sin pudor ni vergüenza, hacia la máxima expresión del carácter original, génesis de la personalidad más natural y placentera. En el caldo de la amistad fluctúan la historia individual, tanto la consciente, pre- consciente e inconsciente; cada estado psíquico busca transparentar al otro para hacer más perceptible la integridad del nuevo ente familiar. Como una forma de altar, el yo personal se inmola por el tú que resuena en sus más elementales estructuras.

Con mucha razón muchos sabios y santos han dado preferencia a la amistad, sobre el amor netamente erótico. Sin embargo, es injusto “purificar” la amistad del carácter erótico, fuerza primaria que integra hasta la médula del los huesos a la persona humana. El erotismo es la potencia vivificadora de la existencia que deriva de nuestro ser enteramente sensual, sexual y sexuado. Contiene en sí el ímpetu que seduce a la vida sobre la trágica y operante realidad de muerte. Así que resulta inadmisible el querer castrar la amistad de su fuerza operativa. Resulta imposible una amistad no erotizada, ya que una amistad necesita ser creativa, vitalizante, excitante, siempre nueva, luchadora y hasta molesta, para perpetuarse a través de la muerte. ¡La amistad siempre será una guerra, donde la victoria consiste en seguir luchando!

Precisamente, la lucha que está implícita en la amistad, dinamiza la síntesis siempre nueva de los amantes hacia una perfección. Pues la amistad es perfectible ilimitadamente. De hecho, la misma muerte, más cuando es la ofrenda de la vida, eleva a la amistad a una categoría sagrada, destellando a terceros sentimientos místicos de complacencia existencial, cargados de un erotismo subliminal proyectable en su eticidad más íntimamente relacional. Son muchas las personas que cargan eróticamente sus vidas desde ejemplos maravillosos e impactantes de un amor manifestado en su máxima expresión, a favor de la vida del amado, en todos sus sentidos.

La amistad no es algo vago o pasajero, no es accidental ni contingente. Es todo lo contrario. La amistad es un arrebato existencial que hincha el ser hacia un horizonte absolutamente fijado, pero a la vez inalcanzable: el otro. El otro es esencialmente incomunicable, hasta el punto de ensordecer las pulsiones híbridas que se han puesto en común los amantes. Este silencio dentro de la amistad; este misterioso sentimiento de infecundidad dentro de los más altos albores de la vida, es común y repetitivo a lo largo de toda la experiencia de fusión existencial. La muerte está como sustrato de toda relación humana. Parece que la muerte es siempre la puerta de la vida. En la amistad se muere por dejar entrar al otro y formar una nueva identidad compartida. Se muere, luego, a la apetencia incontrolable que busca irrazonablemente el éxtasis infinito y egoísta en la posesión espiritual y carnal del otro. Y por último, se muere a la fe de una absoluta unidad mutua, que desvanece la individualidad personal, principio y fin de la amistad. La amistad verdadera impacta a la individualidad más originaria, la estremece y vapulea, pero nunca asimila la savia inmaculada que sólo la conciencia personal puede gozar: el "yo" del otro. Así que, en la amistad se comparte el gozo de la individualidad; individualidad que muchas veces desentierra el amante.

La amistad verdadera es inmortal, pero no está exenta del dolor característico de la presente mortalidad. El dolor de la amistad es el dolor más gravoso, porque entra en lo más profundo del alma, allá donde nadie puede escuchar el llanto, o ver las lágrimas. Sin duda alguna, el dolor de la amistad es el dolor de estar muriendo, porque una parte de uno se arranca, paralizando el corazón y la vida. Lo único que queda es la ausencia; mucho menos que su sombra, pero más que la nada: la amistad.

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