martes, 30 de junio de 2009

CASTIDAD JESUÍTICA


VOTO DE CASTIDAD
ROGELIO ZAMBRANA

“Cada vez es más clara la implicación profunda de la Castidad con toda la evolución de la persona humana” (CG XXXI). Su implicación es tan profunda porque está dentro del corazón del hombre, donde están: sus deseos, anhelos, sentimientos, afecciones y propósitos.

La Castidad es una forma, estilo de vida. “Determina” la conducta de la persona. Aunque hablamos de determinación en sentido negativo cuando se vive como algo impuesto o simplemente necesario; en cambio, si se le toma como total libertad, consistirá en un camino que se “quiere” seguir.

La Castidad, por supuesto, no es lo mismo que el celibato. La Castidad está por encima del celibato. La Castidad es una actitud espiritual de pureza, decencia, recta intención, bondad de pensamientos, no sólo en materia sexual sino, en todo lo moral que hay en el hombre, la totalidad de su obrar consciente. El celibato en cambio, es el propósito o voluntad de abstenerse a tener relaciones sexuales- genitales. Por lo tanto, no es necesario ser célibe para ser casto, y viceversa. En el caso del ministerio sacerdotal (rito católico latino) se pide tanto la Castidad como el celibato.

El sacerdocio ministerial exige la Castidad y el celibato. No es una propuesta sino un imperativo. Se ha llegado a decir que el que no tiene vocación para el celibato, no tiene vocación para el sacerdocio. Dejando un lado la polémica que esto supone, quiero señalar las implicaciones que esto tiene en el desempeño del sacerdocio.

Muchos, y quizás la mayoría de jóvenes que entran en los Seminarios y Noviciados tienen un gran aprecio por todo lo que supone el Orden sacerdotal, por eso la vocación. Aunque miran con recelo ese “pequeño” detalle del celibato; detalle que a lo largo del tiempo se convierte en una cruz muy pesada si no se le ha trabajado. Por ello, sería conveniente ver las condiciones y aptitudes de los candidatos al Orden en materia psico- afectiva; de esta manera se guarda la salud personal y la buena imagen Eclesial ante el Mundo, condición necesaria para el profetismo.

Según la C.G. XXXI, el celibato es un sacrificio. Es la renuncia a algo valioso y fundamental para la persona humana. La Congregación General XXXIV dice al respecto, que el voto de Castidad conlleva a la no intimidad conyugal, a la negación del deseo de tener hijos, y a la vinculación afectiva. Son de las experiencias más ricas de la vida. “Otras alegrías no menos profundas entrarán en su vida, pero no podrán eliminar del todo el sentimiento de carencia… lo acompañarán, la cruz, la futilidad, la angustia y la muerte”. (14) “El celibato es una herida que se lleva” dice Karl Rahner.

Hay dos formas sin embargo, de entender un sacrificio. Creo que dependiendo de cómo se entienda y viva, será sano o insano. Puede ser un sacrificio en pos de un objetivo personal (inmanente), o bien, un sacrificio en pos a un objetivo colectivo (trascendente). Mientras el sacrificio u oblación tenga un carácter trascendental, tendrá mucho mayor valor moral que si es fruto de un proyecto personal. El celibato es una entrega sobrenatural dice la C.G. XXXI. Sobrenatural porque está por encima de uno de los impulsos vitales- naturales más exigentes del ser humano, la procreación. Por eso, antes de ser antinatural, es sobrenatural, importante notarlo.

La C.G. XXXI dice que el celibato libera el corazón del hombre de un modo especial. No podemos negar que el celibato posee un fin práctico. Sin embargo, sería un error reducirlo a su sentido utilitarista. Más bien, se debe resaltar su carácter de consagración. La consagración no es sólo un ofrendarse a Dios y a su causa, sino un ser recibido también por Él. Esto implica una relación profunda entre Dios y la persona, que repercutirá en efecto, en las relaciones interpersonales y con las cosas. No hay que olvidar que la Castidad no sólo trata de la relación con las personas, sino con la naturaleza, y las cosas creadas por el hombre. Corolario, lo que libera al corazón del hombre no es la simple renuncia a un bien, sino la vinculación afectiva profunda con Dios. También, si el celibato se vive como represión de una necesidad, se le dará demasiada importancia a la carencia que de hecho supone. En cambio, si se vive como una consagración, se engrandecerá su carácter oblativo.

¿Liberación para qué? ¿De qué tenemos que liberarnos? ¿Amores exclusivos? Álvaro Jiménez Cadena S. J. en su libro Psicología para la vida religiosa dice que “El religioso más que nadie, tiene el corazón libre para cultivar hondas y profundas amistades, y para aprender el arte de vivir la Castidad con alegría”. Un corazón libre para cultivar amistades verdaderas, contra las amistades pegajosas, compensatorias, absorbentes e inmaduras. Un corazón libre para amistades donde los impulsos emocionales estén dirigidos por la razón y la voluntad, y no por el capricho y el placer. Entonces, no se trata de liberarse “de”, solamente; la liberación tiene un “para”. Fuera una falsa liberación si se decide a liberarse de, sin una razón producente.

El celibato sacerdotal implica, por lo tanto, una liberación ante todo de cualquier irracional resolución a mantenerse célibe; de esta manera se corre el riego de esconder una intención ambigua. Necesariamente, la conciencia del impulso sexual y de la voluntad de poder, deben estar claros. Se deben superar las concepciones religiosas tradicionales que nieguen la realidad sexual del ser humano, como concepciones maniqueas que disocien y discriminen el lado afectivo- sexual del hombre.

La conciencia de libertad te hace “indefenso” ante las realidades humanas. La duda, aspecto importante de la libertad, te mantiene despierto, te ofrece la conciencia expectante de lo que puede ocurrir. ¿Te reta? Aunque la duda es sólo una luz amarilla, una señal de advertencia ante una situación que escapa de la experiencia. La duda no necesariamente hace optar por lo mejor; la duda es quizás, la primera etapa del discernimiento. No es mala ni buena; indispensable sí, para escindir una situación de riesgo. Malas son las vías por las cuales se optan luego de un mal discernimiento. Cuando la persona elige permanecer en la duda es ya una decisión. Esta opción puede, sin embargo, retener a la persona en su desarrollo personal, afectando su capacidad de enfrentar nuevos retos. Es por ello que el celibato, como una decisión libre, debe hacerse con firmeza, sin dar lugar a retrospectivas; no como quien echa la mano en el arado y luego vuelve a mirar hacia atrás, con añoranzas.

“La Castidad no debe entenderse como exclusivamente ordenada a nuestra satisfacción personal. Es esencialmente apostólica… fuente de especialísima fecundidad espiritual… ofrece pleno dominio de nuestras fuerzas corporales y espirituales… es testimonio evangélico… se da superioridad al Reino de los Cielos”. (C.G. XXXI). La Congregación remarca que el celibato es una liberación “de”, para tener libertad “para”. La liberación no se queda a nivel personal, sino que trasciende a los otros en el apostolado. También da a entender que es fuente de muchas gracias espirituales, aunque no necesariamente son efectos automáticos; nacen de un ofrecimiento sincero, de una aceptación alegre, humilde y firme. Si la Castidad no amplía nuestra capacidad afectiva hacia un amor más pleno, no es evangélica. Se necesita de una fe viva, entendimiento existencial de lo que se ofrece, conocimiento de que lo que se hace trasciende las reacciones naturales: la renuncia a la familia, la soledad, etc. Necesita también, una integración conciente e inconciente de los impulsos y motivaciones.

Para perseverar en el celibato se requiere de una familiaridad con Dios, una constante contemplación de los misterios de Cristo, una vida sacramental, el cultivo del amor fraternal (unión de ánimos), un trabajo apostólico responsable que se vaya adaptando a la evolución de la personalidad. Importante también es la humildad, evitar la presunción de fuerzas para dominar los sentidos.

“El amor consagrado por la Castidad no es estático, debe ir siempre en aumento y tender a su madurez, a la medida de la plenitud de Cristo… al calor de resoluciones tomadas con plenitud y responsabilidad… purificación de las aficiones… controlar diligentemente las tendencias que puedan socavar el dominio oportuno y adecuado de los sentidos y las pasiones… llevar nuestras cargas con interna reverencia”.

PUNTOS PARA TENER PRESENTE:

1. La C.G. XXXIV sostiene que la integración afectiva no hace relación solamente a la sexualidad, sino también al deseo de éxito y realización espiritual.

2. “La Castidad del jesuita no puede ser solamente el fruto de un duro ejercicio ascético… sino del afecto del Señor y el Reino”. “La Castidad es inscribir una ley de gravedad en el corazón: el amor incomparable al Señor”.

3. “El apoyo mutuo entre la Castidad y las tareas apostólicas del jesuita es posible sólo si se trabaja desinteresadamente y sin orientar el trabajo pastoral a su propia promoción”.

4. “La maduración espiritual va de la mano con una adecuada maduración afectiva”. (Integración de fuerzas y emociones… en el ámbito de las relaciones personales… sobre todo en crisis).

5. Se debe: distinguir las mociones, no aislarse de los desafíos y crisis de la vida. Dar expresión apropiada a los sentimientos y a su creatividad. Evitar un estilo de vida y trabajo que suponga excesiva tención afectiva, o precise una represión de sus sentimientos. Cultivar amistades maduras.

EXTRAS:

SEXUALIDAD- PODER- RELIGIÓN

Sexualidad y poder están bastante vinculados. La vida, que es eminentemente sexual, es de hecho un poder. Biológicamente, el mayor poder del hombre es reproducirse, procrear. Adler ve en las pulsiones sexuales la voluntad de poder de dominar a los demás. En otras palabras, el poder de dominar a los demás posee un origen de tipo sexual. Este poder es sin embargo, cualitativamente distinto al poder de la vida, es más, se puede decir que es su contraparte. Freud hablaba del Eros como el impulso vital, y de Tánatos, como el impulso de muerte. Ser sexuados no nos hace ser dominadores. Así que es falsa la proposición que dice que todo poder corrompe, no es más que un derivado de la afirmación: el hombre es malo por naturaleza.

Quiero hacer una relación entre el poder social, que abarca el poder político y económico; y el poder religioso y el poder sexual, que están íntimamente ligados. A diferencia del poder social, el poder religioso y sexual, toca lo más íntimo de la persona, aunque pueden tener también una connotación de tipo social o cultural. No quiero decir sin embargo, que no pueda haber una sensibilidad social muy íntima. Pero ésta estará motivada primeramente por un aspecto más personal que colectivo: los poderes o facultades que integran a la persona tienen un mismo origen psíquico, luego se vuelven distintos según las exigencias del medio.

Como toda persona el sacerdote posee un yo real, forma a como se mira así mismo. También tiene un yo social, forma a como él se ve en los demás. Del autoconcepto de nosotros mismos, dependerá la imagen que nos hagamos de los demás. El sacerdote según su yo social, se ve carente de identidad social, económica y política y sexual en cierto grado. Socialmente no tiene familia, económicamente no produce, políticamente no es partidario, sexualmente no está activo. Sí posee una identidad religiosa enorme. Esta carencia y desigualdad, tratará de compensarla y equilibrarla. Usará su sobrepeso religioso a favor de sus carencias en los otros ámbitos. Allí está el problema. Y como el poder religioso está más ligado al poder sexual que a los demás, no es raro que el sacerdote trate de compensarse mucho más en éste, ya que está más a su alcance, y comúnmente demanda más.

IDEAS SANAS, RELACIONES SANAS, CON UN DIOS SANO

La Antropología filosófica dice que el hombre es uno. Y la unicidad del hombre es incomunicable. Esto no significa que el hombre es asocial, sino que, posee una intimidad que no puede explayar a los demás. Esa intimidad propia traspasa todos los aspectos de la vida, incluyendo la forma de pensar y de sentir.

Ese aspecto incomunicable se va formando y modelando según la historia de cada individuo. Dicho aspecto se expresa, psicológicamente, en el propio auto- concepto, la auto- imagen y la autoestima personal. Estas formas afectan poderosamente la concepción de los otros y de Dios. El ser humano no puede desligar la forma de verse así mismo, con la forma de ver a los demás, incluyendo a Dios.

El Obispo Robinson comienza hablando cabalmente, de las ideas tan personales que tenemos de Dios. Considero que dichas ideas no pueden ser meras dilucidaciones abstractas, sino opiniones y juicios personales. Creo que es precipitado afirmar la relevancia de las ideas, ya que las ideas tienen un origen que puede ser más significativo. El origen de las ideas, en el contexto en que estamos, es múltiple. Si el origen es la asimilación de ideas ajenas, entonces el conocimiento es incompleto, porque carece de experiencia. Cuando su origen son las sensaciones, los sentidos, y más elaboradamente, los sentimientos propios, las ideas serán más completas, porque son experimentadas, pero igualmente, estarán a merced de la calidad de la experiencia. En fin, así como no hay nada en el intelecto que no haya pasado por los sentidos, asimismo, no hay nada en los sentidos que no sea traducido luego por el intelecto. Pero, si las ideas son las que hacen los sentimientos, hay de hecho condicionamientos. Además, si son ideas –en este caso- mal sanas, se derivará en una forma de pensar y actuar malsanos. Es esto lo que se debe evitar.

¿Cómo buscar la verdad- realidad? El autor nos dice que la verdad es la que nos hará crecer. La idea de Dios que me hace crecer es la verdadera. Los juicios de verdad parten entonces de la sanidad personal. Pero no todo termina aquí. Así como no todo se deriva de las ideas, no todo termina en las ideas. Dios pasa de ser una idea, a ser un deseo de vida, de plenitud. Luego, pasa a ser una amistad, para terminar en una auto- donación mutua.

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