viernes, 24 de abril de 2009

FE Y JUSTICIA


FE Y JUSTICIA


Por Rogelio Zambrana

Antes de ingresar a la Compañía de Jesús, el binomio fe y justicia y sus implicaciones eran parcialmente desconocidas para mí. Recuerdo bien que en el campamento vocacional de candidatos del dos mil seis, en Santa María Chiquimula, Guatemala, el P. Ignacio Lange S.J. nos llevó una serie de revistas ignacianas para que leyéramos y luego expusiéramos a todos, entre ellas había una que trataba de este misterioso binomio. Fue tanta la impresión que me dio el ver esas dos palabras juntas que no dudé en apartar la revista para mí. Recuerdo que devoré la revista y la expuse tan bien a los demás, que me gané una buena reputación como expositor. Ahora me doy cuenta del porqué del reconocimiento de mis compañeros.

En dicha ocasión, contaba con mi experiencia eclesiástica. Los tres años que estuve en el Seminario no me habían mostrado explícitamente que la fe implica en sí misma la promoción de la justicia social como una pastoral puntual, indirectamente claro que sí. Pero me encuentro con una Orden religiosa que ha optado por la promoción de la justicia, y al mismo tiempo se hace acreedora de una rica experiencia espiritual. Eso causó en mí un asombro lleno de curiosidades y a la vez cuestionador. Pero no estaba tan desubicado, más bien compartía el pensamiento de la mayoría de los católicos. Consideraba a la fe como el producto de mi experiencia con Dios, y la justicia, no más que la caridad, y como mucho, una iluminación a la realidad social a la luz del Evangelio. Pero ver a una Iglesia comprometida con la gente oprimida por las estructuras sociales, y con planes concretos para apoyar su proceso de liberación, me era algo novísimo. Es más, me causaba alegría conocer esa parte de mi Iglesia.

Desde ese momento aprecié más a la Compañía de Jesús, porque me era tan racional que la fe implicara la promoción de la justicia. Pero bien, no todo fue agrado. Desde la vez de mi exposición, pude ser conciente de las grandes dificultades que conlleva esta forma de ver nuestra misión, que no son distintas a las dificultades que pasó Jesús en su ministerio en la tierra, ya que precisamente es Jesús la raíz de nuestra forma de proceder. Las dificultades se agravan, ya que el trabajo queda en manos de hombres débiles como yo mismo.

Pero lo más importante, ¿qué es para mí justicia? Lo justo parte de una realidad concreta, brota de una situación de insatisfacción, inconformidad, reclamo, en otras palabras, de una situación de negativa, de una negación de la vida, principio positivo absoluto. Como bien se sabe, la vida humana y sus manifestaciones es aniquilada de diferentes formas, es lo que podemos llamar factor negativo o de muerte. Pues bien, el clamor de la vida ante la injerencia del factor muerte es lo que yo llamo justicia. Lo que quiero decir es que la justicia no es algo abstracto que se construye de principios universales, es algo más vivo, es una voz humana, una lágrima humana, un esfuerzo humano por lo justo, por la vida. La justicia por tanto, es ante todo, la defensa de la vida y sus manifestaciones. ¿Y no es acaso la fe, la manifestación más significativa de la vida? Ahí su relación y su profunda unidad e implicación.

Jesús dijo y sigue diciendo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10, 10). Aquí se abre un dilema, quizás la causa de que la fe y justicia se vean muchas veces como conceptos aislados. ¿Qué vida nos vino a dar Jesús? ¿Una vida eterna asegurada en el Paraíso, o una vida plena desde ya en la tierra? Al menos la primera es cierta de primeras, pero no puede ser posible que nuestra vida actual sea un continuo morir, una agonía dilatada, una negación de la vida, como si nuestra vida terrena estuviera disociada con la vida celestial que nos espera. ¿No es acaso la misma vida? Pues bien, Jesús sigue siendo nuestro paradigma. Él trató de hacer la vida de los que estaban a su alrededor más digna. Curó enfermos, alimentó multitudes, pero sobre todo, trataba a los demás con respeto y cariño. Defendió a la mujer adúltera, a los niños, sacó de la ignorancia a mucha gente, incluyéndome a mí. Ilustró con su ejemplo el Reino de Dios, infundió un mensaje de esperanza, y sobre todo nos amó hasta el extremo. Evangélicamente es evidente que Jesús parte de un cambio en el corazón del hombre para promover la justicia, lo demás es secundario. La Congregación General XXXII lo dice claramente también: “No es suficiente trabajar en la promoción de la justicia y en la liberación del hombre en el plano social, debe ser atacado por nosotros desde la raíz, el corazón del hombre”.

Desde una crítica constructiva a la fuerza política- religiosa de su tiempo, siempre enfocada al cambio del corazón del hombre, Jesús promocionó la justicia, encarnando en sí mismo el clamor de los oprimidos, de los afectados, de los ignorados, marginados y minusvalorados, e hizo tan pública su demanda que todos, romanos, griegos y judíos, pudieron leer su sentencia de muerte en la cruz.


NOVICIADO LOYOLA, 2009.

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