jueves, 16 de junio de 2011

CONOCIMIENTO, ARTE Y DIOS

Rogelio Zambrana

Conocimiento, arte y Dios.[1] La persona humana no conoce las cosas tal como son en sí mismas, sino que conoce en tanto la persona es. Dicho de otro modo, las cosas no se presentan "puras", más bien, según la percepción personal. Dicha percepción posee características propias de la naturaleza humana, según los sentidos humanos. Posee también características propias de la cultura y el lenguaje. Además, más profundamente, la percepción humana está influenciada por la historia personal de cada quien. En fin, la percepción humana con la cosa percibida forman una totalidad que le llaman realidad.

La filosofía y la ciencia en general, han tratado de ordenar nuestra percepción de la realidad, tratando que sea lo más universal posible: que sea verdadera. En otras palabras, que un mayor número de personas puedan ubicarse y comunicarse desde una misma percepción de la realidad; que un mayor número de personas estén de acuerdo según los datos de los sentidos y la lógica de la inteligencia. Lo más universal a que se ha llegado le llaman conocimiento objetivo, en cuanto se aproxima más al objeto de conocimiento. A lo menos universal le llaman conocimiento subjetivo, en cuanto es un conocimiento personal, particular, propio del sujeto, como una opinión. Sin embargo, los métodos científicos y filosóficos no han bastado para expresar la realidad: la compleja síntesis entre lo subjetivo y lo objetivo de la percepción humana.

El ser humano, no obstante, es en sí mismo un deseo impetuoso de conocimiento, una aspiración hacia lo enteramente y realmente verdadero, que tiene su origen y fundamento en los deseos profundos de conocerse a sí mismo. El hombre, admirado ante la realidad que se le esconde o ante la realidad que le arrebata, -que no puede interpretar con el lenguaje lógico o el científico-, no se amedranta, sino que explora dicha realidad transcribiéndola, transportándola, con un lenguaje inventado, nuevo, creado: el lenguaje artístico.

Con el arte la persona comunica lo intangible, lo sublime, lo más profundo de sí mismo, de la realidad. Al fin, todo se vuelve artístico. El artista comunica lo verdaderamente real de la realidad que se nos oculta o que se nos arrebata con un lenguaje nuevo. Ante dicha interpretación, el artista mengua su afección de conocimiento; sin embargo, su deseo insaciable siempre le impide quedar satisfecho. 

Cuando el artista interpreta la realidad como ordenada por Dios, pero como realidad personal que se comunica, el artista es un místico. El místico lleva a cabo la plenitud de su obra, en cuanto su sed insaciable de conocimiento se une a la fuente infinita de verdad. La realidad personal del humano se une a la realidad personal de lo divino, consumándose cualquier deseo de cualquiera otra posibilidad, que no esté ordenada hacia el conocerse a sí mismo desde la comunicación con la divinidad.



[1] Reflexión ante la lectura del poema Jesús, de Ángel Martínez Baigorri, S.J.
 Cfr. Paasche, Rosamaría. (1993) Introducción a la poesía de Ángel Martínez Baigorri, S.J. Místico conceptista del siglo XX. UCA Editorial: Managua. P. 206.