martes, 23 de noviembre de 2010

LA RISA COMO PRUEBA DE LA INMORTALIDAD DEL ALMA EN BERGSON

Rogelio David Zambrana Madriz

La realidad es cómica cuando se la concibe temporalmente como sucesión espacializada: como una versión rígida y perecedera de la vida. En cambio, cuando se la intuye como duración elástica y tensionante, el hombre prueba la inmortalidad de su espíritu, riéndose de todo lo que le indica lo contrario.
Bergson inicia su filosofía analizando el tiempo. Se da cuenta que la ciencia positiva concibe el tiempo como sucesión, producto de los determinados estados de conciencia. Sin embargo, según la libertad humana, el tiempo es duración. (Zubiri, 1992: 161) La diferencia está en que el tiempo como duración, además que admite la libertad humana, es más fiel a la experiencia de la conciencia, que experimenta el tiempo emocionalmente. Por ello, la filosofía nace de una concentración del pensamiento sobre la base de una emoción pura. (Zubiri, 1992: 164) La ciencia que se interesa por lo práctico, por el bienestar, espacializa el tiempo, pero oculta la realidad, que es duración. Por ello, como retroacción a la vida práctica, y por puro amor a la realidad, nace la filosofía (Zubiri, 1992: 167).
La ciencia positiva ha elaborado, también, una realidad virtual formada por relaciones simbólicas y conceptuales –de realidades únicas– que constituyen esquemas prácticos útiles para fines de "progreso". Sin embargo, cuando nos situamos frente a frente a la realidad, en y por sí misma, suelta de toda relación con otras realidades: podemos intuir la realidad absoluta, el hecho inmediato. (Cfr. Zubiri, 1992: 169). Absoluta no quiere decir rígida e inmóvil, sino lo contrario. Para Bergson, la realidad consiste en esta interna movilidad que es la duración y no las meras relaciones con las cosas. La sustancia de lo real es la duración. (Cfr. Zubiri, 1992: 199)
El hombre puede conocer el hecho inmediato, la realidad absoluta, por intuición. La intuición es un acto humano primario, que ubica al hombre dentro de las cosas. (Cfr. Zubiri, 1992: 174) La intuición funciona como una especie de simpatía o simbiosis, un consentir las cosas mismas, permitiéndonos aprehenderlas inmediatamente como son. (Bergson, 1899) La misma intuición no es pasividad, rigidez sino máxima actividad, en el sentido que ella misma va corrigiendo sus visiones de la realidad. (Cfr. Zubiri, 1992: 175) La intuición, en tanto, es un acto cuya índole consiste en durar. (Zubiri, 1992: 178)
Ahora bien, la realidad como duración no es propia solamente de la conciencia, sino que abarca toda la realidad del ser humano. El cuerpo también experimenta la duración de la realidad como algo, no que está en el cuerpo, sino que pasa por el cuerpo. (Cfr. Zubiri, 1992: 180) Los gestos y todos los movimientos corporales son de acuerdo al espíritu, que es esencialmente duración. El espíritu –dice Bergson según Zubiri– se va abriendo paso por las estructuras somáticas en la medida en que ellas se lo permiten; una acción que se va insertando en la materia. De esta forma, –continúa–, no hay razón ninguna para que esta acción cese cuando haya cesado la materia. (Zubiri, 1992: 194) El espíritu como duración es inmortal.
La realidad que generaliza la ciencia no es propia solamente de unos pocos científicos. Los seres humanos hacemos nuestra ciencia cuando de una u otra manera generalizamos la realidad. Cuando dejamos de intuir las cosas por sí mismas y las recreamos según nuestros intereses. De hecho, estas acciones constituyen lo cómico. Lo cómico viene a ser la intuición de las realidades rígidas y generalizadoras inventadas por el hombre. Para que el hombre pueda ser consciente de esto, necesita una anestesia momentánea del corazón –dice Bergson. Necesita dirigirse a la inteligencia pura: siempre por la intuición. (Cfr. Bergson, 1899) Se puede decir que lo cómico es propio de la intuición. En tanto más natural es la rígida realidad percibida, más cómica es; en la medida que es un acto inconsciente y no forzado.
La intuición, por tanto, además que es el medio de conocimiento por excelencia, también, percibe la realidad como cómica cuando ésta está oculta por las supra-realidades artificiales formadas por el hombre. Ahora bien, esas construcciones humanas afectan todavía más la realidad intrínseca del hombre. La vida, que reta al hombre a sobrevivir, va creando –dice Bergson– cierta rigidez del cuerpo, del espíritu y del carácter, rigidez que la sociedad quisiera eliminar a fin de que sus miembros tuviesen la mayor elasticidad y la más alta sociabilidad posibles. (Cfr. Bergson, 1899) Por ello, la intuición percibe estas realidades como cómicas, y la risa será una forma de liberar la rigidez. Quizás desde esta concepción se puede rastrear una respuesta a la cuestionante científica de por qué la risa tiene el mismo origen que el llanto: ambos mecanismos tienen una función catártica, en cuanto quieren renovar al hombre de las frustraciones que la vida ofrece.  
Pero la risa tiene un significado aún más profundo que servir como un mero mecanismo de emancipación psicológica. El espíritu avisa a través del cuerpo la inmortalidad de la existencia. Es el espíritu como duración el que se resiste a la rigidez. Para Bergson, allí donde la materia logra condensar exteriormente la vida del alma, fijar su movimiento, desterrar, en fin, la gracia, obtiene enseguida un efecto cómico. Nos reímos siempre que una persona nos da la impresión de una cosa. La risa, por tanto, viene a rejuvenecer, a dar sentido de inmortalidad a la mortífera rigidez de la fría materialidad.  (Cfr. Bergson, 1899)
La risa, pues, es propia de la inmortalidad del espíritu que es duración, y no sucesión material y mortal. De forma misteriosa, la risa avisa la inmortal condición del espíritu humano. A través de la intuición cómica de las falsas realidades, la risa nos prueba que el alma humana está más allá de una concepción materialista propia de las ciencias positivas.

Bibliografía

-          Zubiri, X. (1992) Problemas fundamentales de la metafísica occidental. Alianza Editorial: Madrid.

-          BERGSON, H. (1899) La risa o sobre el significado de lo cómico. La Revue: Paris. Recuperado en:
www.clownplanet.com/larisa_henribergson.htm

domingo, 14 de noviembre de 2010

¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA? ¿PARA QUÉ SIRVE?

Por Rogelio Zambrana

Hay modos de referirse a la filosofía, entre ellos: como historia del pensamiento humano, una definición escueta de filosofía; como ideología de un pueblo, una definición práctica de filosofía; y como forma de pensar de un individuo, una definición más radical de filosofía. La primera trata de la filosofía como tratado de conocimientos intelectuales, la segunda como praxis social; y la tercera como vivencia personal.

Quedémonos con la definición estricta de filosofía: la filosofía como forma de pensar de un individuo, como vivencia personal. En este sentido, la filosofía es la descripción de la estructura mental o de pensamiento del individuo. Estructura mental que cada quien necesita para vivir y que comprende la teorización del ser: el mundo, los otros y el yo, en otras palaras, mi teoría de la realidad (Cfr. Ellacuría, 1985:50). En dicha estructura mental hay dos elementos primordiales: el fundamento y el horizonte. El fundamento es lo último y lo totalizante, aquello que determina lo que las cosas "son" en último instancia (Cfr. Ellacuría, 1985:54). Y el horizonte es lo trascendental, la dirección de nuestra estructura, hacia el dónde apunta. Ambos elementos se determinan mutuamente, y así mismo, la razonabilidad del persona. Algunos ejemplos no rigurosos pero sí ilustrativos pueden ser: para J.P. Sartre la fundamentalidad es la existencia y su horizonte la libertad. Para Freud, su fundamentalidad pudo haber sido la pan-sexualidad humana, y su horizonte, la superación de los traumas psíquicos para ser feliz. Para Marx la fundamentalidad pudo haber estado en el carácter social y económico del hombre, y su horizonte apuntando hacia la igualdad desde la transformación social.

Desde esta óptica, la filosofía es la puesta en práctica de la inteligencia, facultad psíquica-biológica que nos permite adaptarnos a cualquier ambiente con el fin de sobrevivir. Necesitamos de una estructura cognoscitiva para desarrollarnos. Sin embargo, hay algo más propio de la filosofía, su esencia más radical. Filosofía no es el hecho de conocer la fundamentalidad y horizonte de la estructura propia del pensamiento. No es conocer lo que cada uno piensa. La filosofía es la facultad de cuestionar o problematizar precisamente esa fundamentalidad y horizonte del pensamiento propio. En otras palabras, la filosofía es esencialmente filosofar, es una acción. No es un cúmulo de ideas más o menos coherentes, es la disciplina de escrutar nuestras ideas por medio de la experiencia de deconstrucción y construcción del conocimiento en general. Propiamente dicho, filosofar es cuestionar lo que nosotros llamamos la realidad, que en síntesis es nuestra concepción del yo, del mundo y los otros.

Tanto la fundamentalidad como el horizonte de nuestra forma de pensar no están separados de esa “nuestra realidad” que hemos construido a lo largo de la vida. De hecho son la misma cosa si lo vemos históricamente. Pero a la hora de filosofar tanto nuestro fundamento como nuestro horizonte no deben anteponerse a la crítica filosófica, más bien debe de existir una predisposición a aceptar que estos pueden ser modificados de raíz. Si se hace filosofía desde las ideas propias ya establecidas no se está estrictamente filosofando sino simplemente se reafirma lo que uno cree. Para hacer filosofía, para filosofar se necesita contrastar nuestras ideas con ideas distintas. No significa necesariamente un contraste con ideas ya hechas, de otros, más bien es un contraste con ideas nuevas fruto del razonar, que no es otra cosa que usar el principio lógico de causalidad: toda causa tiene un efecto.

El único supuesto para filosofar es darse la libertad de cuestionar lo que hasta ahora ha sido incuestionable. La libertad es la que posibilita la creatividad con la que se construirá –desde la realidad o experiencia– los fundamentos y el horizonte filosóficos nuevos. Esto no significa que nuestras ideas anteriores eran inconsistentes, más bien significa que ahora entiendo y comprendo su consistencia de una mejor manera. Aunque también puede significar un cambio de total de paradigma cuando se confirma que mis ideas o filosofía estaban sin fundamentos racionales. Entonces filosofar es, radicalmente, una liberación y recreación de las estructuras mentales con el fin de comprender por qué pensamos lo que pensamos.

La necesidad de filosofar es intrínseca  a nuestra naturaleza. La realidad, o lo que hemos venido llamando como mi concepción del mundo, de los otros y el yo cambia constantemente aunque no nos demos cuenta. La vida de alguna manera nos exige ir configurando nuestra concepción, nuestra filosofía de vida. El mundo y los otros van modelando nuestras ideas y comportamiento, nuestras estructuras mentales, o lo que ya hemos llamado nuestra fundamentalidad y horizonte filosófico. Además, por qué no decirlo, van configurando el filosofar mismo. Esta “realidad” condiciona de por sí nuestro pensamiento. Pensamiento que se desarrolla a través del contraste de nuestras estructuras mentales o conceptos consigo mismos. De alguna manera es este ensimismamiento hace que nuestro pensamiento esté condicionado.

De ahí la necesidad que tiene el filosofar de la libertad, de permitirse una crítica sin sesgos de ningún tipo. Filosofar es entonces recrear nuestra concepción de realidad desde la libertad. La libertad a fin de cuentas es la que permite que el razonamiento contemple mayores posibilidades que justifiquen con mayor certidumbre nuestras ideas. Por lo tanto, filosofar es maximizar la posibilidad de conocer más certeramente la realidad.

En conclusión, filosofía es radicalmente filosofar. Es de-construir y construir permanentemente nuestra fundamentalidad y horizonte filosófico. Sirve para liberar las estructuras mentales, las tramas del pensamiento donde se forman los criterios y juicios con el fin de pensar y vivir con la mayor libertad posible evitando los condicionamientos de la experiencia del mundo y de los otros.

Bibliografía


Ellacuría, I. (1985). Función liberadora de la filosofía. Estudios Centroamericanos. (435-436): 45-64.

EL CAMINO DE LOS SENTIDOS

Por Rogelio Zambrana

Abriendo lentamente los ojos despertó ante el sol impetuoso el hombre nuevo. Dava era un muchacho que perdía la memoria; su mente no podía sostener los recuerdos por mucho tiempo, así que cada día era nuevo otra vez. Pero este día parecía ser especial, Dava tenía un vago recuerdo que asaltó su mente en cuanto vio el gran árbol bajo el cual posaba, divisó a lo largo el pueblo desde la colina donde se encontraba e inmediatamente el recuerdo lo inundó y lo conmovió de tal manera que de un salto se puso en pie. Era para él algo inquietante, algo único hasta ahora en su vida; sin embargo, no lo podía traducir, era un impulso que no significaba nada, pero le movía las entrañas con tanta fuerza que parecía anularlo. Comenzó a gritar, a llorar, a correr sin dirección, su espíritu parecía expandirse y contraerse, parecía moverse en su interior como algo extraño a él que le empujaba hacia afuera. De pronto paró, tiró su ropa y se acostó en tierra, cerca de una vertiente de agua; boca arriba con brazos y piernas extendidas comenzó a ser consciente de sí mismo, aguantó la respiración hasta donde pudo y exhaló hasta más no poder. De esta forma se tranquilizaba mientras miraba las nubes pasar y se percataba del olor de las flores a su alrededor; mientras sentía el calor de la tierra y la presión que ejercía su cuerpo contra la grama. Gustaba también el sudor que se metía en su boca; escuchaba a las abejas rondar por derredor, unas veces más fuerte otras más débiles. Parecía un solo sonido, otras veces más de uno. Fue capaz por primera vez de sentir el calor de sus entrañas y los límites de sus extremidades. Después sus pensamientos acompañaban uno a uno los latidos del corazón: parecía una danza con ritmo firme. Este recuerdo había generado en Dava una serie de experiencias que le mostraban la vida como nunca antes la había experimentado. Había colores, sabores, sonidos, calor, frescor y la conciencia de la posesión de sí mismo. ¿Qué era aquel recuerdo que poderosamente inundó la mente de Dava?

Una sonrisa se posó sobre el hombre nuevo, ahora nuevo de verdad. Dava reía con mucha emoción, reía por el sol y por las aves, por la picazón del monte y porque podía ver cómo aparecía el rojo de su piel al rascarse con avidez. Podía ver la punta de su nariz y sentir el ardor del estómago hincándole por hambre. Entretanto, la risa se le apagó cuando una gran nube apagó al brillante sol volviendo la naturaleza gris. Un viento fuerte y frío comenzó a correr y Dava fue de prisa por su ropa. En tanto caían gotas de agua sobre su rostro, parecía que agua salía también de sus ojos. Dava se entristeció; lloraba porque el sonido se volvió monótono, no se escuchaba más que los repiqueteos del agua que chocaba contra la tierra. Lloraba porque el frío hacía temblar su cuerpo con tanta intensidad que dejó de sentir los latidos de su corazón. Los colores ya no se gustaban, y los olores se volvieron gélidos. Todo lo confundía la lluvia, nada podía diferenciar ya. Dava pensó por primera vez en la crueldad, en la maldad y en la soledad. De pronto aquel recuerdo le inundó de nuevo, e inmediatamente se formó una bella figura delante de él; podía oler un suave insumo y escuchar una hermosa voz, pero no lograba distinguir con exactitud qué era aquello. Dava entró en trance de búsqueda otra vez; aquel recuerdo le movía el espíritu hacia algo que no sabía qué era. De repente todo se iluminaba con los relámpagos que devolvía los colores a la naturaleza, y los fuertes truenos se diferenciaban del continuo bombardeo de las gotas que caían a tierra. El sonido de la lluvia se volvió rítmico, y el agua adquirió olor y gusto. Pero nada de esto le hacía recordar con precisión qué era aquel recuerdo; sólo era consciente de su feroz intensidad.

La lluvia pasó de largo y el sol volvió a brillar sobre el rostro de Dava, los colores fueron repoblando la naturaleza, los olores y los sonidos despertaron de su letargo, y con fortuna para Dava, insólitamente, le evocaban muy perspicazmente el recuerdo que se agitaba en su mente. En eso se percató que mientras más era consciente de sus sentidos, el recuerdo se volvía más agudo. Decidió entonces tomar conciencia de cada uno de ellos y así recordar de una vez lo que originaba en él una vida nueva. Estaba muy lejos del pueblo, apenas se veían las casas amontonadas bajo una abundante bruma. Sutilmente llamaba la atención de Dava y decidió bajar a ver. En tanto que descendiera se dispondría a afinar sus sentidos y despertar así el recuerdo, dirigiendo su espíritu hacia aquel misterioso poblado. Una decisión inteligente para un joven que apenas comenzaba a vivir humanamente, recordando.

La silueta que podía alcanzar a ver era sugestiva. ¡Cuánto deseaba tener mejor visión! A los árboles podía apreciarlos en todos sus detalles, y de aquello que le inspiraba no podía tener sino una vaga imagen. Abría los ojos con tanta fuerza y duración que le ardían, sin embargo no le hacía ver más. Pero comenzó a apreciar una mariposa que posaba sobre una margarita; le parecía tan hermoso que quedó paralizado, como si aquello le comunicaba algo. Todo le parecía ahora estar frente a él, ante él. Al parpadear aquello desaparecía instantáneamente, pero regresaba en cuanto volvía a abrir sus ojos. Era fabuloso reconocer el poder de la vista. También se percató que no podía ver más de lo que sus ojos observaban, no sabía qué estaba tras él si no movía su cabeza, aunque sabía que efectivamente había siempre algo. Los colores de la mariposa cambiaban cuando le alcanzaban unos rayos de sol; de un amarillo tierno que reflejaba cuando se encontraba en la sombra, pasaba a un amarillo intenso que cerraba sus pupilas vertiginosamente. Aquello le pareció genial, podía intelegir la belleza de los contrastes. De repente la mariposa alzó vuelo; batía sus alas lentamente pareciendo levitar. Dava se incorporó y trató de seguirla con gran ánimo, no quería perderse las formas que creaba en su recorrido por el viento. En una de esas formó una imagen que coincidía con la silueta de su vago recuerdo. Inmediatamente se hizo cargo de aquello y comenzó a ejercitar su mente probando si con esfuerzo el recuerdo se hacía más presente. Entretanto, la mariposa lo llevó a un rosal. Había bajado bastante por la colina sin percatarse. La mariposa al fin se fundió ante tal cantidad de colores que embellecían aquel lugar. Sin embargo, los aromas que entraban en su nariz eran tan intensos que inmediatamente entró en éxtasis.

Dava se echó al suelo sin importarle dónde; cerró sus ojos y no podía dejar de prestar atención a la inmensa cantidad de aromas que venían a él. Aquello le pareció tan rico que olvidó la mariposa y su interés por el recuerdo. Dava se quedó dormido. Mientras descansaba, en un sueño, se encontraba él fuera de sí. Podía verse dormido bajo el rosal, podía ver las mariposas que se posaban sobre él. Luego, se observaba a sí mismo fuera, frente a él, levitando sobre él como otro Dava, y mientras se situaba en él nada acontecía, era como estar muerto. A Dava le entró miedo y se apresuró a entrar en su cuerpo para despertarse; apenas lo logró se integró asustado. Dava comprendió que la realidad se presenta como algo centrado, donde su cuerpo es a la vez realidad íntima. Gracias a este sentir era consiente de estar en sí mismo. Se mostraba íntimo a sí mismo, diferenciándose de todo lo demás. Los olores regresaron inmediatamente, y ahora se interesó en diferenciar a cada cual, así que trataba de rastrearlos individualmente. De esta manera se dio cuenta que las rosas rojas olían distinto a las rosas blancas, y ambas distinto a las amarillas. Y cada rosa se diferenciaba también de la otra en intensidad, en suavidad y frescura. Mientras caminaba sobre cada planta llegó un momento en que los olores se fundían y costaba diferenciarlos, hasta que una combinación despertó otra vez el recuerdo de Dava. Era una olor que parecía penetraba en todo su ser haciéndole temblar y palidecer. Aquello agitó la sangre de Dava a tal punto que enrojeció y comenzó a sudar; simultáneamente la silueta también aparecía en su mente. Ambas sensaciones le recordaban la misma realidad y producían efectos semejantes. Dava se dio cuenta que estaba más cerca de recordar aquello inquietante; llegaba a veces a pensar que ya lo tenía, pero el recuerdo parecía que daba un salto hacia atrás como escapándose. Otras veces balbuceaba tratando de interpretar aquello, pero la lengua se retraía como arrepentida.

Dava trató de refugiarse en su mente alejando de sí aquellas experiencias. Aunque el recuerdo era placentero, el esfuerzo por recordarlo era tan intenso que terminaba por agotarlo y producirle dolor de cabeza. Siguió bajando y decidió comer algo, el hambre era más patente ahora. Pudo divisar unas fresas silvestres bajo un barranco; estaba bastante alto como para bajar saltando. Probó descender por distintas partes sin lograrlo, ya que cuando empezaba a bajar las piedras se aflojaban y rodaban hacia abajo. Después de un tiempo, Dava se encontraba más cansado y con más hambre. Repentinamente fue consciente de que la realidad es también un sentir "hacia", su realidad tenía una dirección: aquellas apetecibles fresas rojas que alborotaban más su hambre. En tanto, buscó más formas para poder bajar; encontró unas lianas y las amarró con mucho cuidado en un árbol que estaba justo arriba del barranco. El "hacia" no permitiría que se distrajese, porque una caída sería fatal. Su objetivo era claro, bajar tomando las precauciones posibles. Cuando logró descender, aquel rojo y aquel olor que emitían las fresas le hacían agua la boca, las tomó y comió. Parecía que iba a comérselas todas de una vez. Cuando iba por la quinta su hambre disminuyó notablemente y hasta entonces se dio cuenta del gusto de aquellas frutas; era como una posesión realmente cualificada, un degustar. El placer era más grande mientras más mantenía la fresa sobre su lengua. Incluso la textura y consistencia de las fresas causaban un sentimiento placentero. Tomó una fresa que parecía estar en su punto, sobresalía entre las demás. En tanto la degustaba y percibía su textura y consistencia el recuerdo le abrazó de nuevo, pero ahora en forma fruible. Su persona se extasió con el sabor de la fresa sublimizado por el recuerdo. Dava ya podía, con no poca dificultad, poner frente a sí mismo a aquella silueta, también rastrear su aroma, y ahora, gustarla, poseerla. Sentía que su cuerpo le ayudaba a escrutar el recuerdo, entretanto sus sentidos enriquecían con más referencias la realidad. Cada sentido recubría al otro y el recuerdo era más real. Ahora no se desesperó, sino que trató de contemplar aquellas sensaciones; cada una de ellas tenían una sola dirección. De pronto sintió sed.

Se escuchaba a lo lejos un sonido suave y relajante; un riachuelo bajaba por la colina hacia el pueblo. Dava podía oír el agua corriendo, tenía noticia de él, ya que un par de horas atrás había escuchado algo semejante. Era agua, pensó. Pudo eco-localizar con sutileza aquel sonido que desaparecía cuando cantaba un ave o bufaba el viento al chocar contra los colosales árboles. Poco a poco el sonido del agua corriendo se intensificaba mientras él caminaba. Dava reconoció que mientras más tenía noticia de él más cerca podría estar. El sol estaba en su punto más alto, perpendicular a Dava, provocándole un baño de sudor que regula su temperatura. La realidad para Dava se volvió temperante, era consciente del inmenso calor que sofocaba su garganta y pulmones. No sabía si refugiarse en la sombra de un árbol o seguir adelante. Sin embargo, la sed era más fuerte que su cansancio y la noticia de aquella agua era cada vez más enérgica. A fin vio el agua frente a él y corrió hacia ella, pero infelizmente tropezó con una piedra escondida bajo una hojarasca. Dava sintió la presión en su pie derecho como una realidad presente pero ignorada, una nuda presentación de la realidad. Instintivamente colocó sus brazos paralelamente a su cabeza para protegerse de la inminente caída. Estrepitosamente hizo contacto con la tierra, pero no se golpeó la cabeza. De pronto se apoderó de él un ardor que le hacía fijar la atención en su rodilla derecha. Bajo un entumido dolor, vio que la piel de su rodilla se encontraba rasgada después que empalmara con una roca. Dava sintió un mareo que quería arrebatarle la vista; parecía que todo se oscurecía al ver cómo la sangre se mezclaba con la tierra en su rodilla, pero antes de que se consumara el rapto, cerró los ojos y descansó. Al rato se sintió mejor y comenzó a moverse, con esfuerzo se reincorporó y renqueaba hacia el riachuelo. No podía esperar más, la saliva era espesa ahora.

Cuando llegó al riachuelo buscó un lugar donde sentarse. Encontró unas rocas que formaban una poza en la que el agua era cristalina. Tomó agua y su rostro cambió enormemente, parecía un hombre con suerte. Comparó aquella presión en su pie al tropezar con la roca con la suavidad del agua escurriéndose por sus manos. El agua parecía igual de dulce que las fresas. Dava tomó agua hasta quedar lleno y a gusto. Lavó también la herida de su rodilla y se sumergió desnudo en la posa. Dentro del agua su cuerpo parecía renovarse, el agua cubría todo su tamaño. Dava se agitó de alegría removiendo la arena sedimentada; al flotar, ésta picaba su piel estimulándola notablemente. Era una sensación relajante, parecía que el río lo envolvía y acariciaba a la vez. Cuando salió del agua la realidad se volvió fría, así que se vistió rápidamente y buscó filtraciones solares, ya que el río estaba cubierto por la sombra de grandes árboles.

Cuando encontró un lugar soleado pudo sentir cómo regresaba la vida a su piel. De pronto vio su figura sobre el agua y el recuerdo se hizo inmediatamente presente. Dava se movía por un lado y otro y la figura reflejada le seguía a la perfección. Era él mismo, era un reflejo de sí mismo. Podía intelegir esta experiencia: aquello era externo a él, pero la imagen estaba recubierta por su intimidad. Parecía que aquello era exactamente él mismo. Pero qué tenía que ver el recuerdo con esta experiencia. Prontamente se dio cuenta que la silueta de su recuerdo tenía casi la misma forma de su cuerpo reflejado en el agua. Se agachó para tratar de tomar la figura del agua, pero de hecho, era solamente agua. Lo volvió a intentar desesperadamente, pero mientras más agitaba el agua, la figura más y más se deformaba, así que se calmó y contempló su imagen por más tiempo. Se aprehendía a sí mismo y se volvía a sí mismo, se sentía a sí mismo como realidad que vuelve hacia sí. Fue consciente de la reflexión.

Para su sorpresa, una figura que no era la suya se reflejó en el agua, tenía vida propia, se movía a su antojo. Nunca se había sentido tan lanzado fuera de sí como al contemplar aquella figura. También su recuerdo se hizo mucho más patente, podía identificarlo con la nueva figura reflejada en el agua. El reflejo se hacía más grande, lo que impresionó a Dava, hasta que llegó un momento en que igualó el tamaño de su propio reflejo. Dava sintió por primera vez la alteridad: algo que no es él, pero que a la vez se asemeja irreductiblemente. De pronto intuyó que, así mismo como el reflejo era causado por él, algo debía estar también produciendo aquel otro reflejo. Quiso poner frente a sus ojos esa realidad intelegida viendo atrás de él. Se asustó tanto al ver aquello, que brincó hacia el agua y nadó a la otra orilla. Su corazón latía con tanta intensidad que parecía salírsele del pecho. Emergiendo del agua, lentamente volteó a ver otra vez a aquella insólita realidad. Era Mave, una hermosa muchacha. Ella comenzó a llamarlo por su nombre, y aquellos sonidos emitidos le movieron tanto que no pudo evitar cosquilleos en su estómago y el surgir de un helado sudor. El corazón tampoco descansaba. En ese estado de estupor, Dava fue capaz de intelegir todos sus sentires como una unidad que le afectaban poderosamente y le dirigían hacia aquella misteriosa, pero a la vez, familiar figura. Todos los sentidos le habían remitido a ella sin él saberlo.

Mave cruzó el río y se acercó a Dava de tal forma que aquel quedó paralizado. Todo era más diáfano: aquel apasionante aroma se hizo presente; la figura de su recuerdo estaba frente a él realmente; la armoniosa voz increíblemente parecía le llamase las entrañas. No sabía lo que decía, pero aquello parecía música, nada comparado al sonido de los pájaros o abejas rondando por su oído. Ella le tomó de las manos y Dava sintió que se dividía, no sabía quién era quién. La sensación de alteridad era tan fuerte que él comenzó también a hablarle con sonidos intraducibles para cualquier otro, pero que a ellos les venían bien. Asombrosamente Dava trató de apoderarse de Mave abrazándola fuertemente pensando fundirse en ella, pero acordó consigo mismo que tenerla frente a él era igual de emocionante y deparó en soltarla y contemplarla.

El olor que Mave emitía se impregnó en él y no podía evitar querer atraparlo en su nariz. Trató de gustarlo pero no tenía sabor, aquello era sólo olor. Entonces comenzó a lamer las manos de Mave, sin embargo, tampoco sabían a nada, sólo podía sentir su suavidad y afinadas formas. Entretanto, se dio cuenta de su presencia al levantar la vista y dirigirse a sus ojos. Podía verse reflejado en aquellos grandes y brillantes ojos: parecía prisionero, como si aquello era una gran burbuja de agua en la cual podía, a penas moverse. Inmediatamente todo su cuerpo se abalanzó sobre Mave como si tuviera hambre de ella; juntamente fue consciente otra vez que la realidad era una. Aparentemente cada sentido le daba sensaciones distintas, pero al final todo se fundía en una misma unidad. Había una fuerza que acompañaba cada sentido: la inteligencia. Dava se dio cuenta que sentía inteligentemente y que intelegía sentientemente. Después de esto, los labios de Mave le parecieron a aquellas fresas salvajes y no reparó en probarlos, su gusto era exquisito; y en vez de disminuir su apetito, como pasó con las fresas, lo aumentaba. Mave le respondía también explorando su cuerpo. Aquello se volvió una amalgama de sensaciones y sentimientos que se trasmitían corporalmente en un continuo compartir: era una convivencia, cada uno afectaba al otro radicalmente, el uno era parte del otro. Se acostaron a la orilla del río formando un solo cuerpo; cada quien aunque parecía fundirse en el otro, también era capaz de autodefinirse y tomar posesión de sí; era como una autoposición positivamente convivente. La ocasión era tan intensa que la vida de ambos era formalmente una misma. Dava ya no se definía a sí mismo como un yo individual, sino como un yo consustancial, donde Mave estaba en él también.     

Después de un apasionado rato, ambos quedaron quietos, sólo les bastaba la presencia del otro. Permanecieron acostados uno a la par del otro: Mave con los ojos cerrados y con una sutil sonrisa, y Dava con los ojos bien abiertos, asimilando la grata experiencia. Dava pudo darse cuenta que aquel recuerdo que estaba presente en él desde que despertó, había influido enormemente en todo su día. No la conocía, pero parecía que desde mucho antes ella operaba en su mente y en sus sentidos. Pero hasta que no estuvo real y físicamente ante ella, no pudo vivenciar plenamente ni intencionalmente su recuerdo, nunca antes de constatarse de la realidad de Mave. Nada le había transmitido tanta plenitud como ella; es que originalmente como humano, estaba biológicamente vertido a un medio bióticamente humano. Por ser inteligencia sentiente Dava estaba constitutivamente abierto a la naturaleza, pero nada socorría profundamente su descomunal constitutividad hacia el otro. Ella comenzó por ser un reflejo de sí, y terminó constituyéndolo por completo. 

Era de noche. Los candiles del pueblo podían verse a poca distancia. Con un beso Mave se despidió de Dava, pues se disponía a regresar a su casa. Aquello fue tan intenso que despertó a Dava, éste, repentinamente corrió veloz hacia la colina. Mave sabía hacia dónde iba, y que al día siguiente de una forma u otra, regresaría pasando otra vez por el camino de los sentidos buscándola a ella.

Autor: Rogelio Zambrana.

  
Bibliografía (Marco teórico sobre los sentidos)

-          Zubiri, X. (1980) Problemas fundamentales de la metafísica occidental. Alianza Editorial: Madrid. PP. 99-111.  

-          Zubiri, X. (1986) Sobre el hombre. Alianza Editorial: Madrid. PP. 224-254.



EL ESPÍRITU ABSOLUTO Y LA FATALIDAD DE LA CONCIENCIA INDIVIDUAL

Por Rogelio Zambrana

Hegel pensó "todo" como un espíritu absoluto donde nada es distinto a él. Kant había señalado la dualidad de la realidad partiendo de la distinción entre el fenómeno y el noúmeno en el entendimiento: lo que se manifiesta de las cosas y que puedo conocer y lo que la cosa es realmente y no puedo conocer; por supuesto, antes hace distinción entre el yo y las cosas, lo subjetivo y lo objetivo. Hegel elimina esta dualidad concibiendo un sistema donde lo subjetivo, la conciencia, es un accidente únicamente del espíritu absoluto, que es objetivo. (Zubiri, 1994: 309) El motivo de este ensayo es explicar –a grandes rasgos– la ruta de la conciencia individual en un sistema donde todo es todo.

Hegel da el mérito a Spinoza por haber afirmado de una manera más concreta el cogito cartesiano: la identidad metafísica de pensamiento y ser (unidad de atributos y modos en la Sustancia), asegurando con ello la presencia esencial del absoluto a sí mismo en sus manifestaciones. (Philos. der Religion, 1. Begrif f der Religion, Lasson, Leipzig 1925, 288) (Cfr. G.E.R., 1991) Sin embargo, a la Sustancia (Dios) de Spinoza le falta la "vuelta a sí misma" desde sus modos y atributos, y por esto no es concebida como Sujeto absoluto que se diferencia a sí mismo (Wiss. d. Logik, Lasson 1,337) (Cfr. G.E.R., 1991)  En cambio, Hegel, propone un espíritu absoluto que se auto-conforma a sí mismo.

El horizonte metafísico de Hegel es lo absoluto; y lo absoluto es que Dios y las cosas son uno. (Zubiri, 1994: 249) Esto Hegel lo ve en el entendimiento: lo absoluto se contempla a sí mismo cuando la inteligencia quiere aprehender el todo en su verdad. Por ello, la filosofía según Hegel –dice Zubiri– tiene que ser una aprehensión racional e intelectual de esto que es el absoluto y el todo. La verdad es el todo y el todo es la verdad. (Zubiri, 1994: 250)

Para Hegel la reflexión filosófica –que busca la verdad– tiene valor solamente si existe relación con el absoluto. Pero este absoluto es producto de la reflexión filosófica por medio de la conciencia. Lo absoluto, consiguientemente, es una totalidad objetiva que mediante la conciencia se manifiesta como una relación de totalidad y unidad del ser. Ser y pensamiento, conciencia subjetiva y supra-realidad objetiva son lo mismo. Bajo estas premisas, ¿cómo se puede afirmar una conciencia individual en un sistema donde todo es un mismo espíritu absoluto?

Este absoluto es fundamentalmente y formalmente dialéctico (Zubiri, 1994: 318) El movimiento dialéctico es una auto-conformación, una especie de gigantesco auto-morfismo en el cual una forma se va auto-conformando (Zubiri, 1994: 288). Los individuos, como conciencia individual, participan según su modo de ser en el movimiento dialéctico del espíritu. Aunque son espíritu absoluto también –sin los cuales el espíritu absoluto no sería plenamente–, no son conciencia trascendental en el sentido de existir libremente, para sí mismos.

El espíritu absoluto es para Hegel el espíritu del mundo, el único individuo de la historia, al cual está subordinado el espíritu de cada pueblo y a éste cada individuo. De este modo, Dios, espíritu del mundo, es el absoluto-humano también, ya que es el que domina la naturaleza: "Si la esencia divina no fuese la esencia del hombre y de la naturaleza, sería una esencia que no sería nada" (Philos. d. Gesch., 1,38). (Cfr. G.E.R., 1991) Entonces, el sentido de conciencia individual se ve opacado en cuanto es todo, incluso Dios. Mucho menos sentido tendrá para Hegel el concepto de inmortalidad.

Ahora, el absoluto se aparece en la conciencia por  la razón. El pensar, la razón, no es la conciencia, sino que la conciencia es tan sólo un modo de manifestación de la razón. (Cfr. Zubiri, 1994: 266) La conciencia no es por sí misma, sino en cuanto es razón, un modo de manifestación del espíritu absoluto. Sin embargo, esta identidad de la razón humana con la razón divina, tiene un momento de diversidad. La razón humana es finita en cuanto no es idea, sino razón en forma de conciencia. El pensamiento absoluto no es conciencia, sino que es realidad plenaria y absoluta del pensar concipiente. (Zubiri, 1994: 293) Entonces, la conciencia es espíritu subjetivo; y el espíritu objetivo, Dios. Pero este espíritu subjetivo es la conciencia que Dios tiene de sí mismo. Dios no es conciencia, es razón absoluta; que esa razón absoluta tenga conciencia de sí es obra de los hombres pues los hombres son la conciencia de Dios. (Zubiri, 1994: 316). Esta es la fatalidad de la conciencia individual. No es por sí misma sino en cuanto reflejo de la razón absoluta. Y no se puede pensar que conserva independencia, libertad, propias de la individualidad existencial, en cuanto esté subordinada a la idea de la razón absoluta. En este caso, la conciencia individual es una manera de no ser nada, siendo absoluto. (Cfr. Zubiri, 1994: 318)

Hegel pone en cuestión lo que hasta ahora era lo más personal, la conciencia individual. Los individuos que componen el espíritu objetivo son sólo soportes del espíritu objetivo, que es lo sustancial, lo absoluto. (Cfr. Zubiri, 1994: 309)  Los individuos son solamente encarnaciones del espíritu objetivo. Desde esta perspectiva, la historia se va construyendo gracias al espíritu absoluto y no por la libre creación de los hombres. Para Hegel no es que la razón objetiva gobierna al mundo y las conciencias, sino que ésta está inscrita en el seno mismo del mundo y de las conciencias. (Cfr. Zubiri, 1994: 312) Es cierto que la historia está haciéndose con y por individuos, y con la conciencia de hacer las cosas por propio mérito e interés –dirá Hegel–, sin embargo, están trabajando por el espíritu objetivo. (Cfr. Zubiri, 1994: 314)

Según Zubiri, Hegel hace parte de la crisis de la inteligencia de una época en que se confió mucho en la inspiración personal, en el sentimentalismo: el romanticismo. Podría decirse también, que se subrayó demasiado la conciencia individual, sin echar un vistazo a lo común, a la construcción de una misma historia. Hegel apela por ello a lo absoluto, dejando a un lado la complejidad y riqueza de lo distinto, de lo individual, considerado por él como "animalidad". La personal individual significó para él un simple recuerdo de algo preterido. Y la historia por tanto, una forzosidad supra-individual. (Cfr. Zubiri, 1942).


Bibliografía

- Gran Enciclopedia Rialp (G.E.R.) (1991) Hegel, Georg Friedrich Wilhelm. Versión digital. Recuperado el 28 de Octubre de 2010 en:
http://www.canalsocial.net/GER/ficha_GER.asp?id=1549&cat=biografiasuelta

- Zubiri, X. (1942). NHD Notas históricas. Del prólogo a Hegel, Fenomenología del espíritu. Revista de Occidente. Madrid, 1935. Versión digital brindada por el profesor Jorge Alvarado, Universidad Centroamericana (UCA). Managua: 2010.

- Zubiri, X. (1994). Cinco lecciones de filosofía. Madrid: Alianza Editorial.

HÁBLAME DE LA INMORTALIDAD: DIÁLOGO CON INMANUEL KANT

Por Rogelio Zambrana

- Has venido a la hora exacta. ¿Cómo estás?
- Bien…, estoy muy bien. He estado escribiendo sobre cómo construir una paz perpetua… Estoy viejo Rogelio, quiero dejarle algo al mundo.
- Suena interesante. Y sí…, estoy seguro que has hecho bastante por él. ¡Mira qué cielo el de esta noche!
- Está bello…, no puede haber nada mejor que esto… Mira, se pueden ver las nebulosas, nuestra vía láctea se formó de una de ellas.
- Sí, las veo. Leí tu escrito sobre ello. ¡Cierto que es hermoso!
- Tan hermoso como la ley moral que está en nuestro interior…
- Inmanuel, ya que hablas de interior, ayúdame con mis dudas sobre la inmortalidad del alma. Me aventajas en un par de años, pero veo que no te preocupas en lo que pueda pasar. ¿Cómo puedes creer en un alma inmortal? Quiero creer, al menos así, pasaré lo que me queda de esta vida más tranquilo.
- Con gusto te ayudo, pero te advierto a que alejes de ti los prejuicios que puedas tener sobre mí. Después de escribir la Crítica a la razón pura me he quedado con la fama de complicar los temas, pero no, a ver… tú pregúntame.
- Pues como te he dicho… me inquita la muerte eterna, siempre me ha dado miedo, aún siendo muy joven. Sin embargo, siento que tengo esperanza en la inmortalidad, por algún lado sé que la tengo.
- Querido Rogelio, has dicho algo muy importante y fundamental: esperanza. Yo he pasado mucho tiempo pensando sobre estos temas, a ver si puedo mostrarte el camino que he recorrido. A lo mejor encuentras ese lado que te dé la tranquilidad anhelada.
- De acuerdo Inmanuel, muéstrame cómo llegaste tú. De verdad que deseo demostrarme a mi mismo que soy más que la nada.
- Bueno, entonces, lo que queremos es demostrar la inmortalidad del alma. Pero antes, tengo que explicarte qué es demostrar, por lo tanto, la forma de cómo conocemos los seres humanos.
- Te escucho Inmanuel.
- Seguramente has escuchado hablar de la intuición, la facultad de conocer sin intervención del pensamiento. Pues, no es así. El conocimiento no es pura intuición, pero tampoco puro pensamiento, puros conceptos. Mira, los conceptos sin intuiciones son vacios; pero intuiciones sin conceptos son ciegas. Sin embargo, sólo con el concepto es que conocemos. (Cfr. Zubiri, 1992:74)
- ¿Quieres decir que la intuición necesita de una estructura conceptual para poder llegar a ser conocimiento? Si es así, ¿cómo se forman los conceptos?
- La experiencia Rogelio. Con la experiencia conoces que el calor dilata los cuerpos, por ejemplo. De la experiencia elaboramos juicios empíricos que nos permiten sintetizar en conceptos. Hay, sin embargo, unos conceptos que son fundamentales; los que forman las estructuras conceptuales que nos permiten conocer. Aristóteles les llamó categorías. Son condiciones para conocer. Por ejemplo, el concepto o categoría de la cantidad; te permite conocer o enjuiciar un objeto por su pluralidad o singularidad. Pero, no significa que haya distinción entre los conceptos y el conocimiento, todo ser es inteligible precisamente por ser, y todo lo objetivamente inteligible es. Las categorías, por tanto, no se descubren por evidencias inmediatas o intuiciones, sino partiendo de un objeto. (Cfr. Zubiri, 1992:82-83)
- A ver, quieres decir que el entendimiento no hace las cosas, pero si hace que ellas sean objetos para él... ¿Estoy bien?
- Sí, exactamente. Acá nos acercamos más al tema que nos interesa. El entendimiento no es un concepto nada más, el entendimiento es un "yo pienso". El "yo pienso" hace de las cosas objetos de conocimiento. (Cfr. Zubiri, 1992:84) ¡Esto es algo trascendental! Nuestro yo es un "yo trascendental". El entendimiento no depende de la cosa, sino, depende de nosotros mismos; es mi propia sensibilidad, es decir, que yo sea sensitivo, lo que dicta de antemano los caracteres que ha de poseer una cosa real para ser percibido. (Cfr. Zubiri, 1992:87)
 - Pero, me acabas de decir que la cosa es lo que es; y que desde ella elaboramos nuestro mundo de objetos, nuestro conocimiento. ¿No acentúas demasiado la función del yo en el entendimiento?
- Lo que quiero acentuar es que al fin, lo que conocemos, es un objeto formado por nuestro entendimiento, y no la cosa en sí misma como ella es. Más adelante te aclararé este punto. ¿Ves el espacio que hay entre la luna y nosotros?
- Pues sí, aunque no sé exactamente cuánta distancia hay. ¿Por qué lo mencionas?
- La distancia es treinta veces el diámetro de la tierra. Y lo menciono porque te hablaré del espacio. El espacio no puede ser objeto del entendimiento por sí solo; el espacio se intuye. No es ni siquiera una intuición empírica, sino la condición intuitiva de toda intuición. A esto le he llamado intuición pura o a priori, no de las cosas, sino de las formas que todas ellas han de aparecer… Pasa lo mismo con el tiempo. No puedes ver el tiempo, pero sí miras las cosas por el tiempo. Ahora, lo que nos permiten conocer estos condicionamientos, es el fenómeno de las cosas, la manifestación de la cosa. La cosa en sí, es el noúmeno, lo que verdaderamente es la cosa, y que no podemos conocerlo.
- ¿Estás diciendo que hay dos realidades, una fenoménica y otra nouménica?
- No exactamente. Hay una realidad, pero no podemos obviar que nuestro "yo trascendental" no puede conocer las cosas como son en sí, sino solamente, a través de la objetualización de las cosas a través de su manifestación espacio-temporal, su fenómeno. (Cfr. Zubiri, 1992:91)
- Entiendo bien… Lo que como hombres entendemos es al fin nuestra última realidad.
- No te apresures, ya vamos cayendo en el tema de nuestro interés. Pero sí, mientras haya hombres, habrá trascendentalidad.
- ¡Cuéntame ya del alma!...
- Está bien, a eso iba. Mira, del alma, así como del mundo y Dios, sólo podemos tener nociones. No podemos tener una intuición empírica de ellos y conceptualizarlos. Una noción es un conocimiento que trasciende las condiciones de posibilidad de la  experiencia.
- Entonces, ¿no podemos conocer al alma, ni al mundo y ni a Dios?
- No podemos, sino solamente por nuestra razón práctica. No los hacemos, por lo tanto, objetos, sino que expresan la totalidad de los objetos en cuanto objetos. En otras palabras, no tiene una función cognoscitiva, sino una función reguladora. (Cfr. Zubiri, 1992:92)
- ¿Qué quieres decir con esto, que el alma, el mundo y Dios no caben en el conocimiento humano; que no puede haber ciencia de ellos, y solamente sirven para regular? ¿Regular qué?
- Espera, te apresuras mucho... sí son importantes. Si fuera de otro modo no insistiría en hablarte de la inmortalidad del alma. El alma, el mundo y Dios son ciencia en cuanto sistematizan los objetos, le dan el carácter de totalidad. A ver… La totalidad de lo intuido externamente es la idea –no concepto–  de mundo. Y la intuición de la totalidad interior, es la idea del alma. Y la totalidad de estas dos totalidades, en una unidad absoluta, más allá de la cual no solamente nada es cognoscible ni siquiera pensable: es la idea de Dios. (Cfr. Zubiri, 1992:93)
- ¡Oh! Eso es tan hermoso como el cielo estrellado que está sobre nosotros. El conocimiento de los objetos es genial, pero la idea de totalidad, embellece nuestra naturaleza humana. Entonces, el conocimiento comienza por la intuición, sigue por el concepto y termina en la idea. La función de la idea es dar al conocimiento la forma de sistema… Sí me gusta este pensar, pero Inmanuel, siento que hace falta algo más; algo que termine por conectar idea de totalidad con mi trascendentalidad. (Cfr. Zubiri, 1992:93)
- De hecho lo hay, es el sentimiento moral; algo tan lindo como aquella estrella brillante que sobresale entre todas las demás. El sentimiento moral se realiza en el deber, pero en un deber absoluto, total. La conexión entre el entendimiento y la moral la hace la razón. La razón, a través del sentimiento moral, no nos dice lo que es, sino lo que debe ser. No pienses que es un fenómeno psicológico; está más allá, tanto de lo externo como interno…, sin embargo, la razón misma tiene que intelegirlo con las categorías del entendimiento.  (Cfr. Zubiri, 1992:97)
- ¿Quieres decir que este sentimiento moral –que hace que las cosas no sólo sean, sino también que deban ser–, une inexorablemente el entendimiento y la razón, los objetos y las ideas de totalidad?
- Sí, es más, a una le he llamado razón pura, en cuanto dice lo que las cosas son, y a la otra, razón práctica, que dice lo que las cosas deben ser. Pero ambas son una misma razón.
- De acuerdo, pero me queda una duda más. Lo moral lo percibo en cuanto soy libre y único. Pero mi libertad no me hace creer en el alma, en la inmortalidad, ni en Dios.
- Muy bien… Excelente duda. Pues, tanto el alma (inmortal) como Dios no son conocidos por el sentimiento moral, por el deber mismo; no es algo que percibamos como lo que debe ser porque debe ser, sino que, son condiciones del mismo sentimiento moral, del mismo deber. En este caso, Dios está más allá de todo lo dado y dable: es lo trascendente a todo objeto. (Cfr. Zubiri, 1992:101).
- ¿Cómo queda al fin la inmortalidad del alma?
- Mira…, no puedes entenderla si no puedes verla ni sentirla. Pero su idea está por encima del conocimiento; lo que tienes que hacer es creer en ella. Esta creencia no es un vago sentimiento irracional, sino una necesidad intelectiva, una seguridad de la intelección de lo trascendente. (Cfr. Zubiri, 1992:102)
- Logro entender tu proceso, y te agradezco por todo lo que has dicho, pero siento que quedo en las mismas. ¿Todo se reduce a una creencia, por más que sea ésta intelectiva? - La creencia, querido Rogelio, es el estado del espíritu en que queda la mente cuando por necesidades rigurosamente intelectivas –como las tuyas– trasciende sin comprender el cómo, los límites de lo trascendental. No comprender y no explicar, no significa no intelegir…. Lo trascendente es absolutamente real. En lo trascendente tenemos verdades absolutas. Están fundadas en la primera intelección, de la libertad. (Cfr. Zubiri, 1992:103)
- Es muy emotivo… Pero siento en mi interior un vacío aún. Inmanuel, entiéndeme, no quiero creer solamente. Desde luego, podría creer cualquier cosa, y qué logro, qué certeza encuentro, qué seguridad. La muerte se aproxima; el tiempo, ése que no veo, me está pasando por encima. Amigos míos ya no están, ¿qué me espera?
- Entiende bien esto, "algo es porque debe ser". Nada existe por existir. Existe porque debe ser. Cree, pero sobre todo, mantén la esperanza. El ser humano no es algo meramente dado ni algo tan sólo personal: es algo por hacer. (Cfr. Zubiri, 1992:108)
- Está más claro ahora. Has dejado un corazón inquieto. Me has dicho la verdad, la razón de mi pesadez…, me falta más esperanza… Y ya veo el porqué tu interés en el género humano. Quiero alcanzar esa paz perpetua también.

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Bibliografía

Zubiri, X. (1992). Cinco lecciones de filosofía. Madrid: Alianza Editorial.

PARA LEER LA CONCIENCIA, LEER LA HISTORIA

Por Rogelio Zambrana

Leer es reflexionar. Cuando leemos una obra de Shakespeare, de Nietzsche o los Evangelios, hacemos un ejercicio de reflexión. Si profundizamos en la lectura podemos alcanzar a vernos en algún personaje, en una situación o en el mismo autor de la obra. La obra funciona como un espejo donde nos percibirnos objetivados, "fuera de nosotros mismos". Sin embargo, lo que ocurre es que la obra injiere en nuestra conciencia, afectándola a tal punto que se reconoce a sí misma. Así mismo pasa con la vida. La vida es como un gran libro que tenemos frente a nosotros, en el cual nos reflejamos desde el momento que la leemos a conciencia.

En la conciencia convergen el mundo, los otros y el mismo yo formando una imagen dinámica que se refleja a sí misma, se observa, se conoce. La conciencia no es nada por sí misma; la conciencia puede verse a sí misma cuando, por defecto, es consciente de algo. Cuando la conciencia es conciencia de sí misma se "auto-aniquila". Por ello, la conciencia es concientizar algo, así como la libertad es libertad de algo y la voluntad, voluntad para algo. Dicha imagen formal de la conciencia está siempre definiéndose, ya sea por la lectura de un libro –como decíamos al comienzo–, o por la escucha de una canción, por la compañía de alguien, por la naturaleza alrededor, o por las necesidades personales: fisiológicas, intelectuales o afectivas. Son muchos los factores externos que se confabulan en la conciencia; sin embargo, en la conciencia convergen también facultades inherentes del hombre que la dinamizan aún más, haciéndola una síntesis extraordinaria.

Estas facultades son la libertad, la voluntad, la memoria y la imaginación. La conciencia es, entonces, algo más que conocimiento actual "de algo". La inteligencia junto con la memoria y la imaginación se encargan de relacionar todo lo que es traído a la conciencia, recrearlo, potenciarlo o simplemente descartarlo. Dicho proceso es lo que llamamos pensamiento: el discurrir de la conciencia, el ejercicio de la conciencia. La libertad y la dirección e intención de ésta (la voluntad), dan a la conciencia la propiedad moral del juicio. Con el juicio la persona valoriza aquello que está en la conciencia, dándole sentido. Por lo tanto, la conciencia es también, conocimiento "para algo".  

Si queremos, entonces, leer la conciencia, debemos concientizar, reconocer, mediante el pensamiento, lo que somos y para qué somos. Sin embargo, en este proceso intervendrán incontables factores que condicionarán la lectura, pero que a la vez pondrán a prueba la calidad de la concientización. Para ello, el libro de la vida nos ofrece un elemento más objetivo en el cual podremos releernos con mucha mayor inmediatez: nuestra historia personal. La conciencia personal va quedando concretizada en la historia, en los actos pasados que se derivaron de nuestros pensamientos y procesos de concientización.
La historia personal es el camino que hemos dejado atrás, pero que aún nos pertenece. Podemos ver dónde hemos pasado y las huellas que una vez fijamos. El camino es la imagen de todo aquello que nos ha configurado desde fuera, y las huellas, aquellos espacios donde hemos pasado libremente, afrontando los condicionamientos que quisieron imponérsenos. Para leer la conciencia –o su discurso, el pensamiento– debemos entonces "traer a la memoria" –como decía Ignacio de Loyola–, y observar todo aquello que ha movido a la voluntad a actuar.

La conciencia objetivada en la historia se puede rastrear haciendo un recorrido memorístico de los pensamientos, acciones, sentimientos, deseos y fantasías que han formado nuestra conciencia y configuran lo que es ahora. También nos corresponde ver cómo a nuestro alrededor nuestros pensamientos y acciones han afectado a las personas y al medio. Pero, sobre todo, vale mucho poder hacer memoria de las veces en que hemos examinado nuestra conciencia (el qué y el para qué), el cómo se ha reflejado a sí misma, los motivos por los cuales nos hemos detenido en ella y los efectos que en nosotros, en los otros y en el mundo ha causado. Los momentos en que la conciencia se ha visto a sí misma y se ha "enjuiciado", son los que más importancia y peso tienen en la lectura la vida, porque son los que articulan los restantes.

Nietzsche tiene un precioso aforismo (el 328) en la Gaya Ciencia que expresa bien lo que es una lectura de la conciencia en la historia personal. Y también describe lo que es un buen hombre, aquel que conoce su conciencia. Una buena conclusión para terminar.

La historia de cada día. ¿En qué consiste tu historia de cada día? Mira tus hábitos que la componen: ¿Son el resultado de innumerables pequeñas cobardías e indolencias o el de tu valentía y razón inventiva? Por diferentes que sean estos dos casos, es posible que los hombres en uno y en otro te dispensen idéntico elogio y que, de hecho, les reportes idéntica utilidad. Pero, el elogio y la utilidad y la respetabilidad acaso sean bastante para el que sólo busca tener la conciencia tranquila -¡no lo son para ti, que escudriñas las entrañas, para ti que posees la ciencia de la conciencia! (p.228).

Bibliografía

Nietzsche, Friedrich (1996). La gaya ciencia. México: Distribuciones Fontamara.