sábado, 14 de noviembre de 2009

ESPIRITUALIDAD JESUÍTICA EN POCAS PALABRAS

Por Rogelio Zambrana

En nuestros días, ordinariamente se piensa que la espiritualidad es algo que se adquiere, pero en realidad, no es ni algo, ni se adquiere. Es alguien, soy yo. Tendríamos que decir, mi espiritualidad o tu espiritualidad. La espiritualidad es la forma que posee nuestro espíritu. Tampoco podríamos decir que es la forma que le hemos dado a nuestro espíritu, más bien, la forma que me estoy dando a mí mismo, mi modo de ser, mi personalidad, mi ubicación en el mundo, por lo tanto, mi pensamiento, mis sentimientos, mis ideas, mi historia; en palabras de Ignacio, mi memoria, entendimiento y voluntad. En fin, yo soy mi espiritualidad.

Otro error común es decir que la persona espiritual es la persona buena, la persona altruista, humanista, y principalmente, la religiosa. Y la persona no espiritual, la persona corrupta, nefasta, indiferente y atea. Pero no es así, cada ser humano, desde el momento que es espíritu, tiene una forma de vida, un modo de proceder, una espiritualidad.

Y para terminar; otro error fatal. Pensar que la espiritualidad está desligada del cuerpo. Se dice que la persona espiritual es la que ha sometido las pasiones del cuerpo, y todo lo emocional y sentimental no logran perturbarlo, lo que es totalmente falso. En todo caso eso se llamaría -en lenguaje psicoanalítico-, represión o negación. La espiritualidad es también corporalidad. El cuerpo humano es tan espiritual como el espíritu mismo, y el espíritu es tan corporal como el cuerpo mismo. En palabras del fundador de la logoterapia, Víctor Flankl, espíritu no significa más que una activa auto- identidad y una radical auto- presencia lograda en y a través de la materia.[1]

El espíritu, la fuerza vital del ser humano, es único e intransferible. Pero es capaz de modelarse a lo largo de la vida según los modos, tiempos y lugares. En otras palabras, no tenemos una espiritualidad determinada para toda nuestra vida; nuestro espíritu es dinámico. Así, nos encontramos con miles de espiritualidades tanto como espíritus hay. Pero hay formas espiritualidades que han deslumbrado sobre otras, y se han puesto como prototipos de vida. Pues ese es el caso de la espiritualidad jesuítica o de la Compañía de Jesús, que tiene su origen y fuente en la espiritualidad de Ignacio de Loyola. Por eso, a la espiritualidad jesuítica desde ahora la llamaremos, espiritualidad ignaciana, que es su forma más pura.

A partir de estos malentendidos podemos afirmar que yo soy mi espiritualidad, mi espiritualidad es también corporalidad, y mi espiritualidad es dinámica. Estos principios nos ayudarán a entender la espiritualidad jesuítica.

Para conocer la espiritualidad ignaciana, según hemos visto, es imprescindible conocer a la persona de Ignacio. Pero como nuestro objetivo son pocas palabras, transcribiré una breve, pero buena descripción que hace de él José María Rodríguez Olaizola S.J. en su libro Ignacio de Loyola, nunca solo[2]: Ignacio de Loyola (1491- 1556) es un hombre activo, batallador, frágil y fuerte al mismo tiempo, tenaz; con un carácter arrollador, capaz de movilizar a otros; atento a su mundo, práctico, conocedor de las personas y buscador infatigable de Dios. Es un peregrino que nunca está solo. Un hombre que en su incansable actividad, no deja de estar sostenido por la presencia de Dios que llena su horizonte.

A continuación desglosaré tres puntos que considero básicos de la persona y obra de Ignacio, y su repercusión en la espiritualidad que produjo, objetivo de este ensayo.

Buscador infatigable de Dios

El carisma de la Compañía de Jesús es encontrar y abrazar la voluntad de Dios. No son las universidades, los colegios, las parroquias, centros de espiritualidad, sino, simplemente, buscar la unión de voluntades con Dios. Lo demás, son medios para alcanzar este fin. Este fin tiene supuestos:

+ Dios habita en las creaturas, en los elementos dando el ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando el entender... así mismo, haciendo templo de mí, siendo creado a la similitud e imagen de su divina Majestad. (E. E 235)
+ Dios labora y trabaja por mí en todas las cosas criadas sobre la haz de la tierra. (E. E 236)
+ Todos los bienes y dones descienden de arriba. (E. E 237)

Dichos supuestos se pueden resumir en lo que dicen los Hechos de los Apóstoles: En Dios nos movemos, existimos y somos[3]. Pero el hombre, como ser de entendimiento se aleja de Dios, así como herir, matar, ir al infierno. Y Dios dice, hagamos redención al género humano... obrando así la santísima encarnación de Jesucristo, hijo de Dios. (E.E. 107- 108) Este Jesús es el que invita al hombre a salvarse, de tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta... solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados (E. E 23): Agradecer a Dios por tanto bien recibido, por la vida que nos da, y dejar que él sea Dios y Señor en nuestras vidas. Así nos dice: quien quisiere venir conmigo ha de ser como yo, y así de beber y de vestir, etc., así mismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etc.; porque así después tenga parte conmigo en la victoria como la ha tenido en los trabajos. (E. E 93) Así pues, ninguna cosa me debe mover... sino sólo el servicio y la alabanza de Dios nuestro Señor y salud eterna de mi ánima. (E. E 169, 7) En pocas palabras, Dios me llama a colaborar con él en la redención del género humano.

Pero, cuando me he determinado a servir y alabar a Dios ¿cómo he de hacerlo? En su autobiografía, en un ataque de escrúpulos, Ignacio llega a decir: Socórreme, Señor, que no hallo ningún remedio en los hombres, ni en ninguna criatura; que si yo pensase de poderlo hallar, ningún trabajo me sería grande. Muéstrame tú, Señor, dónde lo halle; que aunque sea menester ir en pos de un perrillo para que me dé el remedio, yo lo haré[4]. Sólo Dios sabe lo que es mejor para nosotros y su Reino. Nosotros sólo somos siervos.

Para encontrar y abrazar la voluntad de Dios, es necesario que él nos lo diga. Pero ¿cómo escucharlo? Hay que tener conciencia que hay tres pensamientos en mí -dice Ignacio en el preámbulo del examen de conciencia general-, es a saber, uno propio mío, el cual sale de mi mera libertad y querer, y otros dos que vienen de afuera, el uno que viene del buen espíritu y el otro del malo (E. E 32). La tarea del hombre es discernir, separar el pensamiento con la gracia de Dios para escuchar su voluntad, distinguiendo entre mociones del mal espíritu que me aleja de Dios, y mociones del buen espíritu que me acerca a Dios. El pensamiento no es neutro. Es una energía orientada hacia un fin. Las buenas hay que recibirlas, interiorizarlas y permitir que se desarrollen en el interior para seguir aquello hacia lo que nos orientan, mientras que las malas hay que lanzarlas, rechazarlas. (E. E 313). El buen espíritu causa mociones racionales punzando y remordiendo la conciencia para provocar la conversión (314)... Por ejemplo, en un hombre en pecado, el buen espíritu provoca mociones de tipo afectivo, ánimo, fuerzas, inspiraciones, consolaciones, lágrimas y quietud para el bien obrar proceda adelante. (E. E 315) Pasa lo contrario con el mal espíritu. Corolario, conociendo e interpretando el lenguaje de las mociones se puede llegar a conocer la voluntad de Dios[5]. Dios habla dando consolaciones o desolaciones, según me mueva el buen o mal espíritu.

Veamos pues, que con el término moción (movimiento) Ignacio integra lo espiritual con lo corporal. Las mociones según la facultad en que se den, pueden ser racionales (si vienen al entendimiento a través de pensamientos) o sensuales, que se dan en la voluntad, a través de sentimientos.[6] Independiente del origen que tenga la moción, sea racional o sensual, van a afectarse mutuamente. El discernimiento ignaciano es un discernimiento espiritual y sensual, en el cual se aceptan las buenas mociones que vienen de Dios y, mueven la voluntad hacia la pobreza, el deshonor, y la humildad; y se rechazan las malas mociones que vienen del mal espíritu y mueven a la riqueza, el honor y la soberbia. Pero este discernimiento no termina acá. Dice Ignacio, hecha la tal elección o deliberación, debe ir la persona que tal ha hecho, con mucha diligencia a la oración de Dios nuestro Señor, y ofrecerle la tal elección para que su Divina Majestad la quiera recibir y confirmar, siendo su mayor servicio y alabanza. (Diario Espiritual, 183) Esta confirmación es de Dios, y lo hace no haciendo dudar; cuando se aclara el entendimiento por consolaciones y desolaciones y por el discernimiento de espíritus. (E. E 175) La persona permanece en la presencia de Dios. Hay tranquilidad y seguridad.

Para lograr este discernimiento, no basta con la ardua deliberación de espíritus, es fundamental, conocer y amar a Jesucristo por medio de la contemplación de su vida, muerte y resurrección. Será aquí, demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga. (E. E 104) Sin Cristo, el jesuita -que se distingue por llevar su nombre- no es nada. Por eso, con remordimiento, gratitud y asombro, pero sobre todo con amor apasionado, Ignacio primero, y luego cada jesuita siguiendo su ejemplo, ha orado a Cristo nuestro Señor delante y puesto en la cruz y se ha preguntado lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo. (E. E 35)[7]

En resumen, Dios más que nadie, nos muestra cuál es su proyecto para nosotros. La dirección espiritual es un medio muy conveniente y necesario, pero es Dios el que habla, el que mueve la voluntad del hombre según sus designios. Dios habla por la creación, pero sobre todo, al hombre mismo, a su pensamiento por la razón, pero una razón esclarecida por la fe. Y, por los sentimientos, por los afectos. Pero el hombre se ve inclinado por su naturaleza a desviarse, somos seres binarios (dos), indeterminados, libres; si no, no fuéramos hombres. Así, nos mueven, como de fuera, el buen espíritu o el mal espíritu, que en realidad, son mociones que conflictúan más internamente. La voluntad de Dios se reconoce porque mueve hacia la pobreza, el deshonor y la humildad. Pero sobre todo porque es de acuerdo al evangelio de nuestro Señor, quien es la fuente principal de la confirmación. En el Diario Espiritual escuchamos: En estos tiempos era en mí tanto amor, sentir o ver a Jesús que me parecía que adelante no podía venir cosa que me pudiese apartar ni hacer dudar cerca de las gracias o confirmación recibida. (D. E 75) Así pues, Jesucristo es motivo suficiente para la confirmación, con o sin consolaciones.

El ignaciano siente a Jesús en la contemplación de sus misterios, en la vivencia del evangelio. Es Dios mismo quien responde a nuestras búsquedas a través de Jesús. Camino a Roma, en la capilla de La Estorta, Ignacio sintió tal mutación en su alma y vio tan claramente que Dios Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo. (Autobiografía, 96)

Entonces, la espiritualidad ignaciana es una espiritualidad en búsqueda, por lo que es siempre nueva. Buscar y hallar la voluntad de Dios según los modos, tiempos y lugares en los que nos encontremos. Y pues, de esta búsqueda, brota la obediencia. No se abraza la voluntad de Dios, si no es por la obediencia. Ignacio, en su carta sobre la obediencia a los jesuitas de Portugal, dice: aunque en todas las virtudes y gracias espirituales os deseo toda perfección, es verdad... que en la obediencia más particularmente que en ninguna otra, me da deseo Dios nuestro Señor de veros señalar... En otras religiones podemos sufrir que nos hagan ventaja en ayunos, y vigilias, y otras asperezas que, según su Instituto, cada una santamente observa; pero en puridad y perfección de la obediencia... mucho deseo, hermanos carísimos, que se señalen los que en esta Compañía sirven a Dios nuestro Señor, y que en estos se reconozcan los hijos verdaderos de ellas. (Epp IV, 669) La consecuencia del conocimiento de la voluntad de Dios es vivir obedeciéndolo. Una obediencia siempre en el marco del amor, muy del corazón, con caridad.[8]

Conocedor de las personas

No se puede conocer a las personas, si no hay conocimiento de uno mismo. La espiritualidad ignaciana -que es una espiritualidad del discernimiento-, no puede ser tal, sin un conocimiento profundo de la personalidad: condicionamientos, afecciones desordenadas, deseos irresistibles, temores insuperables, adicciones, tentaciones, riquezas, modos de proceder con el prójimo, con uno mismo, etc. Dicho conocimiento se logra, principalmente, a partir de los Ejercicios Espirituales. Los Ejercicios son todo un modo de examinar la conciencia. La persona llega hasta las profundidades del alma, un modo de preparar y disponer el ánima, para quitar de sí, todas las afecciones desordenadas, y después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina. (E. E 2) Este conocimiento no es sólo intelectual, pues no el mucho saber harta y satisface al ánima, más el sentir y gustar de las cosas internamente (E. E 2). Es un conocimiento interno, de los deseos que mueven la voluntad de la persona, por lo tanto, más convincente.

El conocimiento interno no tiene su fin en sí mismo, tiene una implicación en el subiecto (capacidad para hacer una cosa)[9] de la persona. Con la gracia de Dios y la voluntad deliberada de la persona, ordena la vida, sobre la identificación de Jesucristo (sensus Christi), pasando necesariamente por el vencimiento de uno mismo (Agere Contra). No hay nada que nos aparte más de Dios que nuestros propios quereres e intereses, cuando estos no están ordenados hacia el bien. Por eso, el vencerse a uno mismo, para que Dios reine, es la clave la espiritualidad ignaciana. El conocimiento interno nos hace conscientes de la grandeza de Dios que eleva la bajeza del hombre. El hombre se tiene que anonadar, llegar a la pasividad completa, el sentir la necesidad de la gracia de Dios, la necesidad de purificarse para volver a unir las voluntades, y así llegar a la humildad amorosa, culmen de la espiritualidad.

Conociéndose a sí misma, con sus debilidades y necesidades de la gracia, y teniendo criterio evangélico, la persona puede hasta ahora, acompañar a otras personas en su proceso de búsqueda y conversión. Ignacio en su autobiografía, estando en Jerusalén, donde quería permanecer hasta morir -por ser la tierra del Señor-, menciona que tenía otro firme propósito, ultradevoción, de ayudar a las ánimas. (45) En la fórmula del Instituto lo dice muy claramente también, que la Compañía de Jesús está fundada ante todo para atender principalmente al provecho de las almas en la vida y doctrina cristiana… (I). Aquí comienza el trabajo, el apostolado.

Activo y batallador

Ignacio murió en el 1556, y los jesuitas en el mundo alcanzaban los 5, 000[10] desde que el Papa Paulo III, con la Bula Regiminis Militantis Eclesiae, fundara la Compañía en 1540.[11] En 1581, con el General Aquaviva ya había 13, 000 jesuitas, divididos en 125 provincias en todo el mundo, en 25 años se triplicaron. Hoy en día hay aproximadamente 18,192 jesuitas[12] en el mundo. Los jesuitas son la orden religiosa más grande de la Iglesia hasta ahora. Nadie puede dudar de su influencia en la historia. Y todo se debe a un libro de ejercicios espirituales que un hombre escribió a partir de su experiencia con Dios. De ahí surgen las grandes obras apostólicas por la cual los jesuitas son muchas veces reconocidos. De un caminito de búsqueda que sigue superando las expectativas de las ciencias. El pragmático estadounidense William James (1902) afirmó: San Ignacio fue un místico, pero su misticismo hizo de él ciertamente, uno de los más poderosos prácticos motores que jamás vivió.[13]

Ser espiritual no significa alejarse del mundo, viviendo una utopía religiosa, ni vivir en oración continua. Ignacio llegó a mencionar que a veces puede darse un mayor servicio a través de otros medios que de la oración. Y en otra parte, que para un hombre mortificado, un cuarto de hora es suficiente para unirse con Dios en la oración. Ocurre que la espiritualidad ignaciana es una continua contemplación, en palabras de Ignacio, una contemplación para alcanzar amor. Pero la contemplación es también acción: el ignaciano es un contemplativo en la acción. Recordemos, qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo. (E. E 35) Esto es la misión. La misión es la implicación material de nuestra espiritualidad. La misión es la razón de ser de la Compañía y de todo ignaciano. La misión es el principio y fundamento de la Compañía.[14]

La misión pues, es la espiritualidad misma concretizada; es por eso que la obra emprendida siempre será a la Mayor Gloria de Dios, frase que encierra el espíritu de Ignacio.[15] El P. Arrupe decía -reconociendo ante todo la obra de Dios en el mundo-, que los jesuitas somos pecadores, y sin embargo, llamados a servir[16]. La misión es de Dios, el hombre es su servidor.[17] Pero el ignaciano está comprometido a dar el todo, el magis, el más, porque está convencido de lo grande que es el amor de Dios. Por eso –como dice Ignacio- si santo Domingo lo hizo, yo lo tengo que hacer. San Francisco hizo esto; pues yo lo tengo que hacer (Autobiografía 7, 3). Darlo todo, trabajar como si todo dependiera de ti, sabiendo que todo depende de Dios.[18] Por eso la disponibilidad total del jesuita a la misión. Las personas de esta Compañía deben estar cada hora preparada para discurrir por unas partes y otras del mundo, a donde fueran enviados por el Sumo Pontífice o superiores[19], medios donde Dios comunica su voluntad más universal. Esta disponibilidad dio lugar a que se llamara a la Compañía la caballería ligera de la Iglesia, siempre dispuesta a partir hacia un nuevo destino.[20]

En síntesis, el ignaciano le pide a Dios, conocimiento de tanto bien recibido para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad (E. E 233) En esto consiste la espiritualidad de Ignacio.

La espiritualidad ignaciana busca un encuentro personal y real con Dios, y Jesucristo su hijo. Así, se llega a conocer y abrazar Su voluntad, acatándola con amor y reverencia. Luego, el ignaciano se dispone totalmente a la causa del prójimo, sirviendo y amando a las almas, de tal manera que se dé la mayor gloria a Dios nuestro Señor.

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; vos me lo diste, a vos Señor lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia que esta me basta. (E. E 234, 4- 5).


Rogelio Zambrana
Panamá, 2009
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[1] Cf. Frankl, Víctor E. La presencia ignorada de Dios, psicoterapia y religión. Herder. Barcelona, 1994. Pág. 25.
[2] Rodríguez Olaizola, José María S.J. Ignacio de Loyola, nunca solo. Ediciones San Pablo, Madrid, 2006. (Contraportada)
[3] Hechos 17, 28.
[4] Ignacio de Loyola. El Peregrino. Sal Terrae. Santander. 2da. Edición. Pág. 43.
[5] Diccionario de Espiritualidad Ignaciana (G- Z).. Sal Terrae. Santander, Pág. 1267.
[6] Cf. E. E 315; Cf. Diccionario de Espiritualidad Ignaciana (G- Z). Sal Terrae. Santander. Pág. 1267.
[7] Cf. C. G 34, d. 26, 4.
[8] Cf. Diccionario de Espiritualidad Ignaciana (G- Z). Sal Terrae. Santander. Pág. 1332.
[9] Cf. Diccionario de Espiritualidad Ignaciana (G- Z). Sal Terrae. Santander. Pág. 1663.
[10] Cf. William V. Banguert, S. J. Historia de la Compañía de Jesús. Sal Terrae. Santander. 1981. Pág. 128.
[11] Cf. William V. Banguert, S. J. Historia de la Compañía de Jesús. Sal Terrae. Santander. 1981. Pág. 35.
[12] Cf. Apud Curiam Praepositi Generalis. Supplementum Catalogorum, Societati Iesu, 2008. Roma. 2007. Pág. 12.
[13] Meissner, W. W. S. J. The Psichology of a Saint, Ignatius of Loyola. Yale University. 1992. Pág. 325.
[14] Diccionario de Espiritualidad Ignaciana (G- Z). Sal Terrae. Santander. Pág. 1239; Mco. II, 214.
[15] Diccionario de Espiritualidad Ignaciana (G- Z). Sal Terrae. Santander. Pág. 1.
[16] Cf. C. G 32. D. 2, 1.
[17] El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor. (E. E 23)
[18] Esta frase es atribuida a Ignacio.
[19] Const. 588; C. G 34, 26, 25.
[20] Entrevista al padre Peter-Hans Kolvenbach, superior general de la Compañía de Jesús. Revista Ecclesia. 13 de Julio de 2006.